Hay noches en las que acudes a un concierto sabiendo que todo va a ir como la seda, porque la banda a la que vas a ver lleva años demostrando que es muy buena, y que nunca falla en directo. Y eso es lo que pasa cada vez que vemos a Morgan: que disfrutamos como niños y niñas con un espectáculo mayúsculo porque, además, siempre ofrecen algo nuevo.
En esta ocasión, la cita era en el elegante Palacio Euskalduna, un lugar idóneo para presentar un disco igual de excelso como es “Hotel Morgan”, último elepé de la banda madrileña (también con representación vasca), y con el que se han vuelto a reivindicar como uno de los grupos imprescindibles de su generación. La primera sorpresa fue ver cómo los y las componentes de Morgan comenzaban el recital bajando las escaleras del patio de butacas que conducen al escenario, interpretando a pelo “Arena”, blues pantanoso y crudo que tan bien le queda a su vocalista Nina de Juan, quien una vez subida a las tablas, siguió luciéndose con “Delta”, interpretada en esta ocasión a cinco voces, ya que aparte del apoyo habitual del guitarrista Paco López en los coros, para la gira también cuenta con la aportación en la parte vocal de Gabi Planas –tremendo multiinstrumentista- y sobre todo, la pareja formada por el hijo pródigo Alejandro Ovejero y Carolina García.
Y es que, aunque es evidente el protagonismo absoluto y la importancia de la vocalista en Morgan, también es innegable que la banda - sobre todo a día de hoy, una vez superado el factor sorpresa de encontrarnos con una voz tan descomunal en los primeros discos- se sustenta en un trabajo grupal, en el que todos y cada uno de los miembros demuestran sus grandísimas capacidades musicales. Algo en lo que, por cierto, insiste la propia cantante en cada concierto, aprovechándolo además, para salir mucho más que en giras anteriores de esa especie de jaula que suponía para ella estar parapetada tras el teclado, mostrándose mucho más suelta en su faceta interpretativa, lo que aporta un valor añadido a un show que, ya de por sí, funcionaba a la perfección, pero que hoy por hoy, no tiene fisura alguna. Así, la banda se mostró engrasadísima en todos los registros, desde el soul de “Error 406”, o la elegante “Oh Oh”, el pop soul de “El Jimador”, o el rock fronterizo con toques de góspel de “Pyra”, pasando por el rock trepidante de piezas como “Paranoid Fall”, o el country swing de “Cruel”.
Eclecticismo desbordado en un concierto que, en mi opinión, tuvo su punto cumbre con el rock a lo Creedence de “Attempting”, así como en “River” –esta la destaco porque es de mis favoritas-, y sobre todo, la interpretación de “Alone”, quizá la obra maestra de Morgan, y que representa a las mil maravillas la inquietud musical de una banda empeñada en investigar en todos los campos musicales que se encuentran en un camino que parece inabarcable. A destacar también la interacción con el público en “Praying”, el momento vivido con “Radio”, otra de esas joyas desbordantes de emoción marca de la casa, y en la que el peso del tema lo lleva el representante local, el bizkaino Ekain Elorza a la batería, o la primera despedida antes del bis con “Another Road”, una auténtica fiesta soul y funk.
Por otra parte, y como la perfección casi siempre es imposible, tan sólo pondría un “pero” en un show más que notable: el pop inofensivo de “1838”, perteneciente al nuevo disco y que –siempre en mi opinión, insisto- creo que tiene difícil acomodo en un repertorio absolutamente brillante. Pero bueno, como digo, aparte de este mínimo bajón, todo fue maravilloso, y culminó con un bis sin sorpresas, en el que sonaron dos imprescindibles como “Volver” y “Sargento de hierro”, para finalizar, como no podía ser de otra forma, con “Final”, con la que también termina “Hotel Morgan”, descarnada y oscura, con sonidos contemporáneos que suponen una declaración de intenciones en su lucha contra el inmovilismo estilístico.
En fin, casi dos horas que pasaron como un suspiro, y en el que Morgan demostraron de nuevo que, como decíamos al principio, son una de las bandas más fiables que se pueden ver en directo, que siguen creciendo con cada disco y consiguiente gira, y que parecen no tener límites.
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