M83, sentado en el diván

Me acercaba a La Riviera como el que va a la consulta de su psicoanalista en busca de respuestas, sin tener del todo claro cómo se iba a desarrollar el concierto y recordando por el camino mi primer encuentro con M83 hace una década, cuando el shoegaze distaba mucho de ser una etiqueta popular y quienes lo practicaban eran calificados de revivalistas sin causa. A pesar de ello, desde el primer momento el proyecto de Anthony Gonzalez encontró el cobijo de un sello grande como Mute porque, efectivamente, bajo aquellas atmósferas volátiles latía un poderoso corazón pop propulsado por bases electrónicas de ecos ochenteros, un coctail de lo más atractivo. Lo que ha ocurrido entre aquellos días, aquellos discos, y un presente que lo sitúa como primera espada del pop, es para mí un enorme misterio al que pretendí darle respuesta acudiendo a su concierto de anoche.
Y todo eso al margen de “Midnight City”, una de esas canciones elevadas a la categoría de himno popular, uno de esos goles por la escuadra que se ven muy de cuando en cuando, capaz por sí sola de sacarte de pobre y sobre cuyo fenómeno y consecuencias se reflexionaba en esta misma web hace sólo unos días.

Pero la primera sorpresa de la noche fue precisamente por ahí: el público se entregó desde el minuto uno y se mantuvo expectante hasta el momento último en que se encendieron las luces. De hecho, el punto y final de la noche con una zapatillera versión de “Couleurs”, un tema que ni siquiera está en su último álbum y que puso La Riviera literalmente patas arriba, habla bien a las claras -devoción por el makineo del españolito medio al margen- de la entrega de un respetable que abarrotó la sala -inicialmente el concierto estaba previsto en otra con un aforo cuatro o cinco veces más pequeño- colgando el cartel de “no hay billetes”.

Pero bastante antes de ese discotequero fin de fiesta hubo más, bastante más, con una línea argumental que apenas difirió de lo que unos M83 en formato de a cuatro han venido ofreciendo en la fechas previas de esta misma gira. Para empezar un arranque vibrante con “Intro” (no podía ser de otra forma), “Teen Angst” y “Graveyard Girls” en el que empezaron a mostrarse sus principales bazas. Viven M83 reñidos con aquel pasado al que hacía referencia antes y que podríamos calificar de “electrónico”, entregados a un concepción rock en la que resulta de vital importancia el trabajo de Loïc Maurin, baterista no demasiado sutil, de porrazo y tentetieso, encargado de darle el empuje necesario a una banda que en directo maneja bazas similares a las de los mitos del metal-gótico para adolescentes. Me explico: la puesta en escena, sobria en cuanto al juego de luces, se lo juega todo a la carta de la descarga adrenalítica, una entrega algo impostada y que explica en buena medida el porqué de una formación con guitarra, bajo, batería y teclados. También el protagonismo vocal de la élfica Morgan Kibby, que se lleva muchos momentos a un terreno no tan alejado de unos Evanescence. Y la tendencia cada vez más explícita de encontrar estribillos onomatopéyicos tan débiles como fácilmente coreables: “Steve McQueen", “Year One, One UFO” o cómo poner el público patas arriba.

Y de esta forma, un proyecto que podría aspirar a representar hoy lo que Jean Michel Jarre a los ochenta, termina convertido a la hora del directo en una suerte de Marilyn Manson para espíritus sensibles. Con más aristas, con más lecturas, alternando los disparos: ahora una de rock expansivo, bajamos revoluciones con una baladita sinfónica, hacemos alguna puntual excursión por el terreno de la electrónica y rematamos la jugada echando mano de un par de trucos de malabarista, como ese saxofonista que irrumpe en “Midnight City” para trasladarnos súbitamente al universo color pastel de “Miami Vice” y demás referentes míticos del imaginario ochentero. Y, vista la respuesta, la fórmula funciona, quién puede dudarlo…