Kris Kristofferson, solo para fans

En las conversaciones sobre música, a menudo recurrimos a la frase “solo para fans” a la hora de referirnos a ese disco o concierto que tan solo ha gustado a los seguidores más entregados de un artista. Una frase que en el fondo contiene un significado demoledor: que el disco o concierto en cuestión ha sido tan malo, pesado o soporífero que solo los que son capaces de perdonarlo todo, los que tienen la venda de la entrega, van a saber apreciar cosas que al resto de los mortales no es que se nos escapen, es que no nos interesan un pimiento.

Dicho esto, cabe decir que el concierto del ya talludito Kris Kristofferson del pasado martes en la sala Barts de Barcelona, fue “solo para fans”, es decir, una lata de consideraciones siderales que no tuvo nada de química ni de trascendente. Bueno, sí lo tuvo para los cuatro gatos que gritaban un “uuhhh” al primer fraseo del artista para dejar bien claro su condición de fan entregado que ha reconocido el “clásico” a las primeras de cambio. Y es cierto que hubo lugar para temas inmortales como “Me & Bobby McGee”, “Help Me Make It Through the Night” o “Sunday Morning Coming Down”, pero Kris dista mucho de ser Johnny Cash, y aunque su timbre de voz sea casi igual de profundo, carece del aura que envuelve a los que son grandes, enormes, de verdad. Y sin ese halo semi-divino un concierto acústico y sin banda corre el riesgo de ser un ejercicio monocorde y muy aburrido. Si a eso le añades que no es un hacha a las seis cuerdas y que además tuvo algún lapsus, solo queda añadir que, con lo caro que resulta de ver por nuestro país, es una auténtica lástima que se presentara sin una banda solvente que le diera cuerpo y color a sus canciones, pues la voz es lo único que me mantuvo despierto en mi butaca.