La dificultad de crear un ‘aquí’
Conciertos / Kae Tempest

La dificultad de crear un ‘aquí’

8 / 10
Yeray S. Iborra — 10-12-2022
Empresa — Houston Party
Fecha — 08 diciembre, 2022
Sala — Apolo, Barcelona
Fotografía — Estefanía Bedmar

Es un misterio cómo alguien de Brockley, Inglaterra, puede describir mejor lo que le pasa a un barcelonés que su propio entorno. Qué vive y porqué se siente así.

Es lo inexplicable de la música como lenguaje: una pista de tres minutos radiada una vez tras otra en cascos inalámbricos de marca blanca. En el metro, corriendo, en casa con los altavoces cascados de un ordenador. Es rarísimo que el consuelo a las dudas existenciales pueda dártelo un desconocido.

Kae Tempest se ha erigido en esa persona, la que te abraza y te da el toque cuando lo mereces. Es trascendente en la vida de toda una generación: no puedes crear un vínculo superficial con sus letras. No es una relación funcional, como con el pop. De cadera, la que se establece con lo urbano. Tampoco es solo mental, la que se vive con músicos que se sirven de ejercicios de estilo.

Es algo más. Y que va a más, a tenor de lo ocurrido en su concierto en Barcelona (mucho más público que en su última visita). Cada oyente ha tenido ya sus encuentros con Tempest a lo largo de estos años de únicamente streaming. Es por eso que, siendo un bolo un acto fundamentalmente de presente, es dificilísimo para artistas de rango íntimo como Tempest crear un ‘aquí’ compartido. Una satisfacción holística. Siquiera de consenso: para el que viene simplemente a rememorar las letras de "The line is a curve" (22), para el que quiere sentir los beats, para el que acompaña a alguien, sin haber caído –si lo hay– en el embrujo.

Tras las arenas movedizas, vaporosas pero radicales, de Alba Morena, elegida –sabiamente, según vítores de los testigos– como telonera en la gira por Madrid y Barcelona, la introducción de Tempest fue clara: "Gracias a los que habéis gastado dinero, a los que habéis esperado años... Si no entendéis el inglés, oidlo desde… [Se abraza el lado izquierdo del pecho con las manos superpuestas] Creemos esto juntos, la conexión entre nosotros está a punto de suceder".

Sin más compañía sobre las tablas que los sintetizadores, teclados y midis de Hinako Omori, así como un árbol hecho con luces, feliz Navidad, Tempest empezó con la voz fría. En directo es todavía más evidente lo cosidas que están sus letras: masticadas, más que habladas, pero frescas. Como neonatas, como si le brotaran al momento y en cascada. Pero la música, unos decibelios tímida al inicio, tardó en empujar la barca. Y también es parte de la magia de su éxito: no es la predicación la misión. No la única. Para que llegue lo que dice, hay que mimar la base. Más cuando la apuesta es hacer del setlist un repaso por el largo. De principio a fin.

El respeto del público, que casi ni se pronunció –como se había pedido al arrancar–, es imponente. Fuera llueve con ganas. Un regalo que le hace la ciudad a Tempest para sentirse como en casa. Pero la bola emocional no es fácil de traspasar de noche en noche. Hay que ir entrando; no se puede interrumpir una clase de yoga ya empezada. "Salt coast" igualó por primera vez la tensión, el pulso que uno siente en los cascos cuando combina mensaje, voz y ritmo. Cuando proyecta como una pantalla de cine, a todo lo que da la sala.

"These are the days". Va calentando la batería. Las barras, los golpes, cada vez salen de más abajo. Tráquea, estómago… Crónicas desde cadera, rodilla, pies.

Por primera vez: "I'm right here, i'm right here". La persona que cuenta la historia se funde con quien la escucha. Esa emoción colectiva en "Smoking", una página escrita con la crudeza y nostalgia del mejor periodista literario. "Move" y la envoltura de electrónica orgánica, voces cruzadas, que hacen de su hip hop algo cavernoso. Era eso: una cosa es dejar espacio a la expresión y otra plantarse en un recital de poesía. El bolo ‘termina’ como un espacio compartido.

Pero las entradas son caras, y las actuaciones tienen sus clichés, aunque los rostros de satisfacción parecen contentarse con haber seguido "The line is a curve"; no hubiese pasado nada si el concierto hubiese acabado realmente con ese monólogo "de", "por" y "para" el amor en "Grace". Aunque Tempest siente deberle algo a los que permiten que esté ahí arriba. Como si fuese poca empresa ser terapeuta de tantísimos, regala media hora más de canciones.

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