Hijos de un sol oscuro
ConciertosAmenra

Hijos de un sol oscuro

8 / 10
David Sabaté — 15-05-2025
Empresa — Primavera Sound
Fecha — 11 mayo, 2025
Sala — Apolo Sala [2], Barcelona
Fotografía — Eduard Tuset

Ya sea en artículos o en conversaciones, de un tiempo a esta parte se abusa cada vez más de expresiones maximalistas que, justamente por su uso indiscriminado, acaban perdiendo parte de su sentido original. Una de ellas reza que existen bandas que deben experimentarse en directo. Se trata de una afirmación cierta, por supuesto, aunque grupos como Amenra obligan a revisar el concepto, y no precisamente a la baja. Lo suyo redefine la noción de intensidad, conduciendo a todo aquél que caiga en su órbita gravitatoria hacia un estadio sensorial difícil de abarcar con palabras.

Cualquiera que los haya visto en vivo sabe a qué me refiero, aunque solemos olvidarlo. Hasta el siguiente encuentro. El de Apolo el pasado domingo no fue menos sino más; la sublimación de un juego de contrastes que alberga equilibrios imposibles más allá de la consabida dualidad calma-tormenta del post-rock –o en su caso, post-metal–: susurros y volumen atronador, riffs gigantescos y cuidado por el detalle, virulencia y espiritualidad.

Con la audiencia congregada frente al púlpito-escenario de los belgas con mucha antelación, bastaron unas notas mínimas de “Silver Needle. Golden Nail” y su crescendo telúrico para enmudecer la sala entera. En los instantes de silencio previos al estallido creímos que el tiempo se había detenido.

La pantalla de fondo enmarcaba las siluetas del quinteto, recortadas frente a sus caracteristícas proyecciones en blanco y negro: una sucesión expresionista de bosques, cadáveres de animales y cascadas invertidas que alimentó la poética oscura de la banda y su majestuosa conjunción de luces y sombras.

El ritual fue oficiado con gravedad por un Colin H. van Eeckhout, como de costumbre, de espalda al público durante la mayor parte del concierto, doblegándose sin respiro en una performance tortuosa. Voz tenue y gritos desgarrados. Y de nuevo el vacío y la penumbra. El bombo imitando el latido de un corazón.

La nueva “Salve Mater” encauzó el mantra rítmico, bien apuntalado por la nueva bajista Amy Tung, que ya no abandonarían en toda la noche; un estado de trance colectivo afianzado por “Razoreater” y “Plus près de toi”. Aunque si tuviera que elegir un clímax, ese sería sin duda “A Solitary Reign”, con su frágil balanza entre emoción y brutalidad y sus guitarras de otro mundo. Vello de punta.

Y al final, antes de que el sonido y los focos se apagaran hasta nuestro siguiente encuentro, una imagen en la retina: el sol filtrándose entre los árboles superpuesto con el firmamento. Naturaleza y cosmos, acaso la misma cosa.

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