Los locos del gekiga
Comics / Masahiko Matsumoto

Los locos del gekiga

8 / 10
Joan S. Luna — 22-11-2021
Empresa — Satori Ediciones
Fotografía — Archivo

Es de imaginar que, a estas alturas, habrán ustedes oído hablar en varias ocasiones del gekiga –y si no es así, siempre hay una primera vez– o conocerán, por lo menos, algo de la obra de Yoshihiro Tatsumi, con total seguridad el autor internacionalmente más popular del género. A partir de ahí, un servidor podría dedicarle dos páginas a descubrirles de qué tipo de manga se trata, cuáles fueron sus principales artistas, qué definía a las obras que se englobaron en esa suerte de revolución cultural que supuso para el cómic japonés y cuál fue su influencia más allá de las fronteras niponas. Podría, pero no voy a hacerlo, más que nada porque Masahiko Matsumoto se lo puede explicar mucho mejor, de una forma más realista, didáctica y cercana a través de las páginas de este “Los locos del gekiga”.

Publicado originalmente entre 1979 y 1984, aunque compilado décadas más tarde, “Los locos del gekiga” narra las vicisitudes, miserias, penurias económicas y la filosofía que compartieron a finales de los cincuenta los autores conocidos como grupo de Osaka, es decir Yoshihiro Tatsumi, Takao Saitô y el propio Matsumoto. Seguimos de cerca a los personajes desde su trato con varias editoriales hasta su necesidad vital de llevar su arte hacia nuevos mundos alejados de la narración secuencial más estándar de la época. Apostaron por lo dramático, por lo urbano, por historias de barrios bajos, de traición, de desencanto, de perdedores, de pura vida en malos tiempos.

En estas trescientas páginas, Matsumoto –fallecido en 2005– no ahorra detalles ni en los momentos más eufóricos, ni en los más vergonzantes, acudiendo para ello a un dibujo más amable –o menos caricaturesco, si prefieren– que aquel que conocimos en su “La chica de los cigarrillos” (Gallo Nero, 16), obra dibujada un lustro antes que este “Los locos del gekiga”. Así que bien podría decirse que estamos ante un cómic especialmente indicado para aquellos lectores y lectoras interesados en la historia del cómic en general y del japonés y el gekiga en particular. Y no se preocupen si no están familiarizados con la historia, porque Matsumoto nos pone en situación con mano diestra. En ese terreno, “Los locos del gekiga” vendría a aportar una visión más grupal que la que nos presentó Tatsumi en los dos volúmenes de su imprescindible “Una vida errante” (Astiberri, 17).

Es evidente que, en cierto modo, la historia no ha apostado por Matsumoto como apostó por Tatsumi o por Takao Saitô, cuyo “Golgo 13” se convirtió en un auténtico superventas durante décadas. Pero si somos conscientes de que estos dos últimos siempre atribuyeron a Matsumoto una importancia capital en los acontecimientos, entenderemos todavía mejor que solo un autor como Matsumoto podía contarnos esta historia.

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