Titane
Cine - Series / Julia Ducournau

Titane

9 / 10
Pablo Tocino — 16-10-2021
Empresa — Caramel Films
Fotografía — Archivo

Este texto está concebido más como lectura tras ver “Titane” que como recomendación (o no) antes de verla. Pero, ¿la recomiendo? Si no has ido a verla y acabas de reparar en el “9” que he puesto como calificación, lo racional es que pienses que sí. Pero, como en tantas otras cosas en esta película, lo racional no es lo que impera. “Titane”, que viene de ganar la Palma de Oro en Cannes, no es una película para todo el mundo, y esta frase no es un eufemismo para mirar por encima del hombro a quienes no les ha gustado, o a quienes no han podido acabarla. Es, simplemente, la verdad. Es una película tremendamente desagradable e incómoda, bastante más que “Crudo” (la anterior cinta de Julia Ducournau). Y también es magnífica y fascinante, claro. Como las interpretaciones de Agathe Roussel y Vincent Lindon. Si, finalmente, decides verla, lo que sí te recomiendo es que no sigas leyendo, puesto que es una experiencia que se disfruta muchísimo más sabiendo lo mínimo acerca de ella. De modo que, si sigues aquí, entiendo que ya la has visto, o que no la vas a ver. O que la vas a ver pero te la suda mi consejo. En cualquiera de los tres casos, me parece estupendo. Vamos allá.

De madre ginecóloga y padre dermatólogo, Julia Ducournau puso a unos estudiantes de veterinaria como protagonistas de su debut, “Crudo”, que también levantó ampollas. “Abomino la provocación, pero todo mi deseo es provocar” dijo recientemente, y es curiosa esa distinción porque para muchos “Titane” es una provocación sin nada más detrás. Como podéis imaginar, no estoy muy de acuerdo con eso, pero quiero argumentarlo, y voy a empezar con un ejemplo: la escena en la que suena “Light House” de Future Islands. La canción aborda los pensamientos suicidas del propio Samuel Herring (vocalista de la banda), y cuenta cómo, hablando de ello con su novia, ella le convenció de que toda esa oscuridad que veía en sí mismo no le representaba de verdad, no era la luz que ella sí veía en él. Ese “this is not you, this is not you” que se repite en la segunda parte de la canción y que, según cuenta Herring, le salvó la vida. Ducournau define su película como una historia de amor; amor entre sus dos protagonistas, y también amor propio de cada uno de ellos... siendo dos personajes que, en el fondo, se odian a sí mismos profundamente. No parece casualidad pues que la directora decida colocar esa canción ahí para hacer especialmente palpable la unión, la confianza, el amor entre dos personajes que necesitan encajar y sentirse queridos, que comparten el sentimiento de soledad, abandono y rechazo por el mundo, el odio al mundo aún cuando éste pueda ser luminoso, y la incapacidad para ver posibles buenas intenciones (sobre todo en el caso de Alexia, claro).

El juego del binarismo que hay entre Alexia y Vincent, dos personajes que comparten todo esto y que funcionan como un espejo a muchos niveles, se refleja también, cómo no, en el binarismo de género. “Titane” aborda ideas no solo de la expresión de género, sino del propio género y de cómo éste nos interpela e influye entre nosotros. Hablando del magnífico plano secuencia donde suena “Doing It To Death” de The Kills, Ducournau contó que necesitaba que fuese plano secuencia para que hubiese una evolución dentro de la propia escena “entre la mirada masculina que se impone a las mujeres y a los coches, que para ellos son la misma cosa, y cómo cuando llegamos a ella, le da la vuelta a la narrativa y la hace suya. Ella mira a cámara, ya no la miras tú, y toma el control de todo, de la situación, de su cuerpo, y de la relación con los coches. Ella domina al coche, y eso destruye la 'male gaze', estamos ahora en su mirada". Hay multitud de guiños al respecto a lo largo del metraje; él está deseando ser padre y ella no quiere, predominan luz y colores fríos y azules en la parte femenina, y más cálidos y de tonos rosas en la parte masculina... y, por supuesto, lo vemos en la hipermasculinidad del padre (la dificultad para expresar sentimientos, el homoerotismo, las inyecciones) y en el camino de Alexia/Adrien. Alexia huye desde el primer momento de lo considerado “femenino” (incluso de lo considerado “humano”), transforma su físico (llegando a la desfiguración), socializa como hombre, experimenta también lo andrógino (ese baile que despierta reacciones tan distintas al de The Kills), todo hasta llegar a un parto que, finalmente, acaba con ella.

Del género pasamos, por supuesto, al cuerpo; por algo le llueven a la buena de Julia las comparaciones con David Cronenberg y con su body horror. La crítica experta en cine de terror Desirée de Fez apuntaba con acierto cómo la directora recrea el estilo de tres directores (Cronenberg, Gaspar Noé y Quentin Tarantino) en tres secuencias clave de la primera mitad de la película, para pasar a su propio híbrido (¡y van!) y su propio estilo en la segunda. Ducournau en cambio declara estar más cerca de Fellini, Pasolini e incluso de Robert Mapplethorpe que de Cronenberg, a quien en cualquier caso profesa admiración, y apunta a “Cría Cuervos” de Saura como su película favorita durante la infancia y adolescencia (lo cual, si lo pensamos, tiene bastante sentido). Puede recordar también a dos directores tan distintos como Xavier Dolan (en el tratamiento de las escenas musicales) y Lars Von Trier (esos ecos de “La casa de Jack” en la primera mitad). Con este último comparte también la extrema violencia, la crueldad y la (no) ética de sus personajes; tenemos a Vincent tratando de mantener a raya unos deseos que van del homoerotismo reprimido a, directamente, insinuaciones de incesto y pedofilia, y tenemos a una protagonista que hace todo lo contrario, y hace todo lo que “desea” hacer, poseída por algo que no es ira porque, como dice la propia realizadora, la ira es humana: “hablaría más bien de un impulso autodestructivo hacia la muerte. Ella es puro todestrieb, es puro impulso de muerte”.

Ducournau explicaba también que “si no podíamos identificarnos moralmente con Alexia, al menos teníamos que sentir lo que ella siente, era la manera de entrar en el personaje, y de ahí la fisicidad, la organicidad y la violencia que muestro. Tengo que filmar de manera que sientas su cansancio, su dolor (…) Tanto su cuerpo como el de Vincent son dos cuerpos triviales, vulnerables, que intentan ponerse una armadura; una con las cintas, el otro con los músculos, para evitar sentir dolor. Pero intentando no sentir dolor, se infligen más dolor. Creo que es emocionante ver a dos personajes que se sienten tan abrumados por sus propios cuerpos. Son como dos titanes; pueden ser dioses, pero son humildes debido al dolor que se infligen a sus cuerpos. Y eso les hace humanos y enternecedores”. Y he ahí la paradoja: en una película en la que el cuerpo de los dos protagonistas está tan presente, tan llevado al extremo, con tanto cambio, lo que realmente evoluciona es su humanidad, que para su directora es “la única cosa que importa; no te define tu cuerpo, sino la manera en que miras a los ojos de los demás”. Todo esto se capta mucho mejor al volver a ver la película, porque la primera vez solo puedes salir en shock. Pero realmente es algo que está ahí desde el principio, desde esa niña que quiere llamar la atención y sentirse querida por su padre, y a quien ese deseo la lleva al dolor, al accidente y a acabar con una placa de titanio en la cabeza... aunque, al contrario que Sia, ella no sea de titanio. Se esfuerza en parecerlo, eso sí, y acaba dando a luz a un ser “invulnerable” que, de nuevo, puede que no lo sea tanto.

En su huida hacia adelante, Alexia encuentra en Vincent a alguien que sí la quiere, la necesita y la acepta. Alguien que precisamente consigue que esa “huida” acabe, y que Alexia decida quedarse aunque no sepa muy bien qué va a pasar. Su humanización acaba coincidiendo precisamente con lo contrario, con su conversión en máquina y con ese híbrido final. Una transformación que tiene que ver con el titanio pero sobre todo, como decía Ducournau, con los titanes (“titane” en francés significa “titana”), con ese estatus de dioses que necesitan mostrarse como tales y, por tanto, esconder sus imperfecciones (especialmente las físicas). Es cierto que el mensaje y el fondo puede perderse y despertar rechazo con unas formas tan bestias, tan crueles y, quizás, innecesarias. Es cierto que el desarrollo de sus personajes no está tanto en lo empático y en nuestra conexión con ellos, sino lo simbólico, en provocar emociones y provocar a su público. Provocar. Porque Julia Ducournau no está interesada en dar respuestas sino en dar preguntas, en provocar debates. Provocar, de nuevo. Si pensamos que el cine, como todo arte, tiene que provocar emociones, desde luego “Titane” es una de las películas que más emociones provoca –¿“provocadora” sí o no?– de los últimos tiempos.

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