Las cosas que decimos, las cosas que hacemos
Cine - Series / Emmanuel Mouret

Las cosas que decimos, las cosas que hacemos

8 / 10
J. Picatoste Verdejo — 02-07-2021
Empresa — Moby Dick Films
Fotografía — Archivo

Inventora del cine, revolucionaria en teorías sobre el séptimo arte y origen de una de las pocas veces en que la industria estadounidense ha mirado a Europa acomplejada y con envidia, no para fagocitar a los directores del viejo continente (algo que hace desde el cine mudo), sino para alterar su propio modo de producción (el Nuevo Hollywood), Francia está orgullosa de su brillante herencia cinematográfica y sus cineastas se resisten a abandonar el pasado, a dejar de fijarse en él como modelo. La Nouvelle Vague todavía está presente en Francia sesenta años después mientras que pocos invocan al danés Dogma 95, aquella ocurrencia del megalómano Von Trier de la que recientemente se han cumplido veinticinco años sin mayor repercusión.

La disparidad de estilos de la Nouvelle Vague permite esa extensión en el tiempo y si, por ejemplo, el cine de Valérie Donzelli está empapado del de François Truffaut, el de Emmanuel Mouret, al menos en esta ocasión, lo está del de Eric Rohmer. Sin embargo, la reverencia hacia la propia historia corre el riesgo de estancar las obras resultantes, de que se queden atrapadas en un mero ejercicio imitativo, encerradas en una sala de espejos absortas en la belleza añeja.

En un primer momento Las cosas que decimos, las cosas que hacemos, pese a su competencia y agilidad, da señales de este anclaje temporal: film de tramas sentimentales de jóvenes heterosexuales, plagado de diálogos sobre las relaciones, el amor y la pasión, aderezados con referencias literarias, atmósfera intelectual y una importante presencia de la filosofía, en fondos paisajísticos bucólicos y con utilización exclusiva de música clásica (Mozart, Chopin, Satie...). El cine francés en su oasis suspendido en el tiempo.

Sin embargo, Mouret, que ya había hecho diez años atrás una comedia coral de enredos sentimentales, la inocua "El arte de amar", se apoya en un guion inteligente perfectamente construido de relatos entrecruzados para trascender las peripecias íntimas de las dos parejas protagonistas. Guion de hierro –una vergüenza que no ganara el César de la categoría-–, tiene su punto álgido en un giro pasada la mitad del metraje por el que se rompen expectativas, pequeños detalles se convierten en trascendentes y se redimensionan personajes. De repente, aquello que hasta entonces era una agradable cinta que tenía lugar en la distancia, se aparece cercana y emocionante. A ello contribuyen también la elegante e intencionada dirección de Mouret, que juega bellamente con la música, y las interpretaciones del elenco actoral, en especial un palpable Vincent Macaigne y una luminosa Émilie Dequenne, matrimonio en la ficción. Es con obras como Las cosas que decimos, las cosas que hacemos que tiene sentido mirar al pasado para, a base de reformular modelos, aportar ideas al cine del presente.

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