Orión y la Oscuridad
Cine - Series / Sean Charmatz

Orión y la Oscuridad

6 / 10
Fran González — 10-02-2024
Empresa — Netflix
Fotografía — Cartel de la película

Está claro que la sombra de “Del revés” (15) es alargada, y desde que los cabecillas de Pixar decidieran cubrirse las espaldas con su evidente apuesta por el uso y abuso de las emociones como piedra angular en sus historias, han surgido al candor de las mismas una multitud de producciones de similar corte que intentan emular con mayor o menor fortuna una tendencia que cada vez comienza a resultar más trillada. En esta ocasión son sus vecinos de pupitre, la compañía DreamWorks, quienes una vez más vuelven a estirar el cuello para tratar de hacerse con la fórmula mágica, con más acierto que en otras intentonas de saqueo de ideas (véase “Antz (Hormigaz)” o “El Espantatiburones”), pero con una similar tendencia a seguir a la cola de su hermana mayor y no inventar nada nuevo.

A pesar de ello, “Orión y la Oscuridad” cuenta con un buen número de alicientes que la convierten en una aceptable película de entretenimiento, siendo tal vez el toque existencialista de Charlie Kaufman en el guion el principal aliciente de la ecuación. El guionista de cintas como “Cómo ser John Malcovich” (99) y “Olvídate de mí” (04) se lanza así al mundo animado nuevamente tras su experiencia en la película de stop motion “Anomalisa” –en la que también ejerció de director–, aportando su retorcida mirada adulta al montante y acompañando a un debutante Sean Charmatz (hasta ahora responsable de la dirección artística de títulos como “La LEGO Película” o “Trolls”) en la adaptación del homónimo álbum ilustrado de Emma Yarlett: un entrañable cuento que desde su arranque inicial dejará claras sus ambiciones por no ser un producto infantil al uso.

Su protagonista, Orión, es un escolar de naturaleza inquieta que con cuatro pinceladas al comienzo del relato dibujará de forma magnífica el fresco de su angustiada, alarmada y temerosa personalidad, reflejando el imperativo de retratar a los niños y las niñas en la ficción de forma realista y humana y atendiendo a valorar tanto sus virtudes como sus conflictos. De entre esa amalgama de miedos y aprensiones de los que Orión hace gala y con los que el espectador infante (y no tan infante) podrá verse identificado (el matón de la escuela, el ridículo de hablar en público, la presión por lograr una vida académica certera o el posible rechazo de la chica que te gusta), el film decide centrarse en la oscuridad como el principal de ellos, personificándola con encanto propio a través de una monumental figura encapuchada que acompañará a su neurótico y joven sidekick en un viaje hacia la valentía.

A pesar de sus ostensibles carencias, el hecho de que “Orión y la Oscuridad” suponga una nueva contribución a esta notable evolución del cine infantil (abordando temas que hace quince o veinte años eran impensables) nos empuja a creer que quizás ésta deba ser vista con ojos más misericordiosos. Salpicando el previsible tono de la cinta con elementos extraños al género (la música de Tame Impala y de The Flaming Lips, la siempre fascinante voz de Werner Herzog o la obra de David Foster Wallace), Kaufman logra esquivar los paternalismos adscritos al mismo y salvaguarda (con filtros) los paradigmas más reflexivos de algunas de sus obras pretéritas. No exenta de moralejas convenientes, “Orión y la Oscuridad” cumple así su cometido de satisfacer la experiencia animada con un texto divertido y despunta más de lo esperado gracias a su empeño por trascender el producto corporativo que conciencia sobre la ansiedad infantil en favor de ofrecer una historia que termina emocionando por encima de la media.

 

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