Ha llegado un punto casi paródico en el que la filmografía de Wes Anderson, al menos la de los últimos seis o siete años, parece un continuum pangeano e indisociable en el que cada entrega es pariente cercana de la anterior. Planos visualmente estudiados y simétricos, retablos de color pastel para enmarcar, travellings imposibles que reimaginan el espacio, intérpretes de cinco estrellas reducidos a cameos casi anecdóticos y argumentos descabellados que sirven como mera excusa para ver a los mencionados gozándolo. En pocas palabras, películas que se convierten en simpáticas fiestas de caras conocidas en las que los invitados se lo terminan pasando mejor que los espectadores.
Para no faltar a la costumbre, “La trama fenicia” despliega de forma perentoria y de pe a pa el citado “starter pack” del cineasta, sin escatimar en tópicos ni recursos predecibles. Desacomplejada y sistémica táctica, la de Anderson, que se convertirá en garantía de éxito para sus adeptos y en todo un calvario para sus escépticos. Ajeno a querer, ni tan siquiera, caerle en gracia a sus detractores, el director repite sus notas y se encierra un poco más con este nuevo título en ese universo de auteur suyo que no admite rodeos ni medias tintas en el veredicto.
No todo es blanco o negro, quiere uno pensar, y habrá quienes, con el desgastado recuerdo de los momentos de lucidez del cineasta todavía en la memoria, querrán acercarse a “La trama fenicia” con la mejor de las actitudes. Incluso, si se le echa imaginación, podrán hasta ver ciertas trazas de aquel proverbial y maravilloso patriarca Tenenbaum (Gene Hackman) en los vicios cómicamente crueles de Zsa-zsa Korda (Benicio del Toro), protagonista central de esta fábula sobre pelotazos y corruptelas que rima, casualmente o no, con el barullo geopolítico de nuestro tiempo.
En este cruce entre mundanidad de telediario y viñeta de tebeo, tenemos también al Anderson más divertido que se recuerda en años, regalándole a Tom Hanks y Bryan Cranston su particular secuencia de gloria y a Michael Cera la oportunidad de gustarse en cada plano. Mia Threapleton, aun debutante en el loco imaginario del realizador, hace suyos los códigos del mismo y les echa salsa desde el estoicismo y la retranca. Más anodinos, sin embargo, terminan resultando Scarlett Johansson y Benedict Cumberbatch; prescindible figurante ella e histriónico hasta el exceso él. Murray y Dafoe, reducidos al plano onírico del relato, ni suman ni restan.
La suerte de road-trip en la que el trío protagonista (Del Toro, Threapleton y Cera) se embarca nos deleita con una media hora en la que (casi) logran colárnosla: los chistes entran, el enredo parece que va a alguna parte y los responsables, dentro de sus exageradas guisas, están en el registro esperado. Pero el arranque de caballo trae su consiguiente parada de burro, y más pronto de lo que desearíamos la perspicacia del argumento se convierte en pedantería y su marcado estilo en insuficiente para frenar el bostezo. Mientras el director siga empeñado en cuidar más el envoltorio que el contenido, nosotros seguiremos, tristemente, esperando una gran obra que nos devuelva al Wes Anderson de sus mejores títulos.
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