La Ermita
Cine - Series / Carlota Pereda

La Ermita

6 / 10
Daniel Grandes — 15-04-2024
Empresa — Filmax
Fotografía — Cartel de la película

Imposible que la segunda película de Carlota Pereda, estrenada sólo un año después de su aclamada “Cerdita”, no levantara expectación. Aprovechando su inclusión en el catálogo de Netflix, recuperamos esta reseña, publicada meses atrás en esta web. Tras su relectura extremeña de “La matanza de Texas”, la cineasta se adentra en la que podría considerarse otra secuela apócrifa. “La ermita” traslada la propuesta bayonesca de “Un monstruo viene a verme” al terreno del terror gótico, sustituyendo el kaiju intimista por una sesión de espiritismo terapéutico. Pereda vuelve a construir un puente entre el fantástico y la pérdida en un cuento sobre las dificultades de decir adiós a aquello que parece eterno.

La relación materno-filial (al igual que ocurría en la película de Bayona) supone la columna vertebral de un dispositivo de género que, en su naturaleza edulcorada y despreocupada, presenta la película como una ideal puerta de entrada al terror para las nuevas generaciones. “La ermita” contiene en sí misma una apacible historia de fantasmas para toda la familia, sin que eso le obligue a desprenderse de una colección de pesadillescas set pieces —poco adrenalínicas, pero accesibles— cimentadas sobre una amable mitología gótico-euskalduna.

Permitiendo la convivencia de estos dos mundos, Pereda acaba por invocar en su segunda película el espíritu de las novelas de Stephen King, universales no sólo por su capacidad de reescribir los grandes clásicos, sino también por su envidiable omnipotencia generacional. Todo el mundo parece estar invitado a entrar en “La ermita”, para lo bueno y para lo malo. Un diseño de producción preciso y, sobre todo, comprometido con el género no garantiza el carisma en una historia con poco espíritu aventurero. A pesar de poner sobre la mesa un grupo de personajes excéntricos que vuelven a colocar el nombre de King en nuestro inconsciente —el fantasma de “Doctor Sleep” parece sobrevolar estos fotogramas—, la película no evita atravesar de lleno lugares demasiado comunes. Este drama familiar por partida doble navega sobre lo íntimo y lo lúgubre sin llegar a ningún puerto, perdiendo de vista la punzante originalidad que rezumaba —¡literalmente!— de “Cerdita”. Al fin y al cabo la mudanza que ha querido llevar a cabo Pereda no es sencilla; es normal que se pierda alguna caja en el camino entre el slasher teenager y el thriller familiar.

Tampoco es sencillo querer volver a narrar sobre la memoria, uno de los temas que más han obsesionado al cine español. ¿No hay algo de Victor Erice en esa Maia Zaitegi que debe aprender a convivir con el miedo con tal de poder enfrentarse a la muerte, algo tan difícil de comprender como los propios espíritus? Entender el mundo gracias al terror es una idea siempre sugerente, siempre que lo sugerente no se vea silenciado por lo dialogado. “La ermita”, mientras lucha por su accesibilidad, acaba por hacerse demasiado textual. Mientras “Cerdita” obligaba al espectador a posicionarse, a ejercer su propia lectura (moral), esta historia quiere contarse a sí misma. Nos exponemos aquí a una Pereda más contenida, más comprometida con el relato y, por consecuencia, menos abierta a jugar (por mucho que en algunas secuencias parezca aparecer esa faceta más despreocupada). “La ermita” no emociona tanto como su predecesora pero confirma que sigue latente la mirada de una cineasta impaciente por explorar las múltiples caras del fantástico.

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