"Los artistas no podemos, ni debemos, aburrir al oyente"
Entrevistas / St. Vincent

"Los artistas no podemos, ni debemos, aburrir al oyente"

Toni Castarnado — 09-05-2024
Fotografía — Archivo

Sucede cada cuatro años. El 29 de febrero es un día especial que, en ocasiones, nos reserva sorpresas. Como la que supone charlar en Londres con Annie Clark, más conocida como St. Vincent, a propósito de su nuevo álbum, All Born Screaming (Total Pleasure/Virgin, 24).

Como de costumbre, Londres me saluda gris y con chubascos empapando sus calles. Afortunadamente el panorama no es el mismo en el interior de los Metropolis Studios. En su interior todo luce con más color y en armonía. El lugar es una maravilla, un oasis escondido en el barrio de Ealing para músicos que lo adoptan durante un tiempo como su propio hogar. Por aquí han pasado recientemente Foo Fighters, Noel Gallagher, The Orwells o The Big Moon. El plan del día incluye una audición de este deslumbranteAll Born Screaming para un reducido grupo de asistentes, prensa e invitados. Más tarde tendremos nuestro encuentro privado con una St. Vincent que ejercerá de anfitriona. Aunque el disco ya lo habíamos devorado y diseccionado anteriormente en unas de esas escuchas promocionales, al escucharlo aquí cobra otra dimensión. Los sonidos y las sensaciones que provocan se amplifican. Puedes cerrar los ojos y dejarte llevar con cada canción.

"Soy obsesiva, como todos los músicos, pero sé cuando parar para no volverme loca"

Annie [Clark] no pasa desapercibida al llegar al encuentro. Viste un elegante atuendo de color negro, unos guantes de seda oscuros y casi transparentes, unos calcetines blancos de lo más cool y, como color representativo de su disco de mayor éxito [Masseduction”, 17], un brillante bolso de mano rojo. No en vano siempre ha cuidado su imagen y su estética, llegando incluso a crear su propia colección de ropa y complementos para una marca de moda. La conclusión, vista de cerca, es que pocas artistas hay con tanto estilo y personalidad como St. Vincent. A veces te preguntas si es un personaje real o de ficción. En realidad, esta mujer nacida en Oklahoma hace cuarenta y un años puede transmutar en lo que le apetezca, adaptándose a cualquier papel. Me la imagino en Pobres Criaturas de Yorgos Lanthimos –a Annie le fascina la película– o como aquella Cate Blanchett de “Manifesto”, la película dirigida por Julian Rosefeldt en 2015, en que la glamurosa actriz pasa por el tamiz a doce personajes, con doce formas distintas de concebir la vida. Y es que las transformaciones de St. Vincent siempre nos brindan algo satisfactorio al tiempo que consiguen sorprendernos. En cada uno de sus discos, desde su debutMarry Me (07), ha experimentado una clara evolución en busca de su propio yo, que alcanzó su cumbre con Masseduction (17), una obra descomunal y adictiva. Por el camino quedan colaboraciones como su aparición junto a Nirvana en el Rock’n’Roll Hall Of Fame o su disco y gira junto a David Byrne. De su actuación conjunta en el Auditori de Barcelona en 2012 recuerdo los pasitos mecánicos que ella dada a uno y otro lado. Y es que, ya por entonces, mostraba un magnetismo que el tiempo no ha hecho más que engrandecer. Una prueba de cómo funciona –aunque fuese con un tono la mar de irónico– lo encontramos en el documental “The Nowhere Inn” (21), un experimento entre lo cotidiano y lo ficticio con su amiga Carrie Brownstein (Sleater-Kinney) como cómplice. Con ello volvemos al principio, preguntándonos si St. Vincent es un personaje real o ficticio. Cuando la tengo frente a mí, un comentario la hace muy humana. El agradecer que, tras siete discos, todavía haya tanta gente que la cuide y preste atención a lo que hace. Un gesto sincero y honesto.

El que “All Born Screaming” se presente en dos partes nos lleva, para empezar, a hablar sobre el formato. “En cuanto a sonido, tengo en cuenta las frecuencias de muestras que tiene un vinilo, que creo que son cuarenta y cuatro. Pero esa no es más que una decisión tecnológica arbitraria, pero para mí lo importante es que son cuarenta y cinco minutos de música. En los antiguos cassetes podrías poner dos álbumes en una cinta y te encajaban, y cuando aparecieron los discos compactos en los noventa cabían sesenta o setenta minutos de música. Pero no... ¡Eso es mucho! ¿Quién puede mantener la atención durante tanto tiempo? Yo creo que nadie [risas]. Es demasiado tiempo y no es necesario. Los artistas no podemos, ni debemos, aburrir al oyente. Con cuarenta o cuarenta y cinco minutos hay suficiente para contar una historia”. Esas dos partes de las que hablábamos se distinguen por una primera cara más caótica, abrupta y eléctrica, y una segunda que nos dirige a una reconciliación con la vida. “En la primera parte del álbum está representado el infierno, mientras que cuando llegas al final del disco te encuentras con el cielo. Y cuando llego ahí me reservo el derecho de gritar y protestar. De alguna manera es cíclico. Una cosa te lleva a la otra. El proceso no fue para nada espontáneo, sino que ya estaba pensado así, aunque durante el trayecto fue cogiendo la forma correcta. Empiezas pieza a pieza, pero con la idea de construir una imagen global y completa que te explique el razonamiento del disco. Mientras, vas observando cómo queda todo, la línea que estás siguiendo y descubriendo cuál es el objetivo que, consciente o inconscientemente, estás persiguiendo. Por lo general, siempre busco esa foto final, pero mientras compones las piezas por separado no sabes con exactitud cómo va a ser esa última imagen, por mucho que ya imagines algo”.

Si bien, la artista siempre se ha sumergido en los procesos de producción, esta vez se ha encargado ella solo. Únicamente ha contado con el apoyo de Cate Le Bon en alguno de los temas. “Tenía una serie de sonidos en mi cabeza que necesitaba que salieran a la superficie y así liberarlos. Llevo trabajando desde los catorce años en temas relacionados con el sonido y he coproducido mis trabajos. En ese sentido, cada cual tiene un sistema, sus propios rituales, y esta vez quería seguir mi propio instinto. Mirarme al espejo y comprender que lo que estaba buscando era un nuevo vocabulario sonoro. Sinceramente, era algo que necesitaba tocar y sentir. Insisto en la sensación de tocarlo. Por ejemplo, quería hacer especial hincapié en las baterías y en el piano. También tenía claras las guitarras, aunque quería comprobar sus texturas”. Lo más complicado suele ser en decidir cuando una canción está terminada. “La clave para ello está en las palabras y sobre todo en tu determinación. En saber decir ‘Ya está, se acabó. La tenemos lista’. Soy obsesiva, como todos los músicos, pero sé cuando parar para no volverme loca. Aunque siempre tengas la tentación de volver a tocar botones [risas]”. Con quien seguro que aprendió mucho en esa parcela fue con David Byrne, cuando trabajaron juntos en “Love This Giant” (12), al tratarse de otro obseso de la perfección. “Lo que más aprendí con él es la forma de conceptualizar un espectáculo, algo que, créeme, es muy complicado y complejo. Primero debes tener a los mejores bailarines y coreógrafos del país. Fíjate en lo que hizo con ‘Stop Making Sense’. David juega con la nostalgia, pero mirando siempre al futuro. Eso es algo que también sigo a rajatabla, y en parte es gracia a él. Me refiero que siempre voy mirando al frente”.

Una de las canciones más llamativas del disco es “Broken Man”. Tiene una mirada distinta; nunca antes había sonado así, tan directa y tan agresiva. “Esta canción me lleva a otros lugares en cuanto a sonido y en cuanto a estilo. Puede que sea hacia dónde vaya en un futuro y es posible que sea lo más intenso que he grabado nunca. La génesis de esta canción está en cómo me siendo a veces, en la violencia que percibo a mi alrededor y ese grito que deseo pegar frente a un espejo. Esa es la clase de éxtasis que expongo en esta canción. Es un retrato muy fiel sobre la desesperación”. En ella colabora su amigo Dave Grohl –también está en el disco Josh Freese–, una inagotable fuente de anécdotas. “Dave tocó en la parte final de la canción y, definitivamente, es el mejor batería del mundo. Es impresionante ver cómo atina con cada melodía. Además la actitud que tiene ante la vida... Llega en su camioneta bebiendo café, empieza a contar esas grandes historias y siempre te conquista con una sonrisa. Y si le insinúas que quieres que toque en tu disco, nunca te pondrá ninguna pega”.

Otra pieza significativa del disco es “Violent Times”, con esa ambientación tan propia en las canciones de Portishead –hace poco cantó “Glory Box” en The Tonight Show– y una frase que habla sobre cómo empleamos la mirada según sea la circunstancia. “En este tema hablo sobre un deseo y un imposible: quiero que haya paz en el mundo. Entonces, creo que esta es una canción de amor. Y sí, la melodía me lleva a cantar como una diva, como si fuese Judy Garland”.

En “All Born Screaming”, la canción de siete minutos que cierra y da título al disco, hay una frase sobre una pantomima, acerca de lo deprimida que se puede sentir oyendo de nuevo una versión de karaoke del “Hallelujah” de Leonard Cohen. “Es una de las mejores composiciones de la historia, pero, por alguna razón que desconozco, desde hace diez años no he dejado de escuchar versiones de la misma. ¡Incluso en ‘American Idol’! Y la cantan sin ningún tipo de filtro. Nadie le ve una dificultad, cuando la tiene. El resultado es que la convierten en algo horrible [se pone a cantarla con ese registro de voz tan típico de esos programas]. ¡Y yo digo que no! ¡No, otra vez no, por favor! Es lo peor que he escuchado en mi vida y lo hacen con la mejor canción del mundo [risas]. Por eso hago esa referencia. Obviamente, la versión de Jeff Buckley era fantástica”.

Viva la vida

A pesar de las dificultades y de este complicado mundo en el que nos ha tocado vivir, Annie es una de esas personas que prefiere vivir el momento. “Creo que, contrariamente a lo que muchos piensan, las cosas nunca deberían ir a peor. Me niego a admitir o asumir que todo era mejor hace cien años. Algunas cosas son absolutamente mejores y otras quizás sean peores, pero al final lo que importa es el amor por tu entorno, por las personas que están cerca de ti. Para mí esto no es sencillo y a veces, como en este disco, me contradigo. Pero el ser humano y su condición, a veces errónea, suele ver lo contrario. Da la impresión de que vamos todo el rato en dirección prohibida”. Aún así, insiste en sentirse agradecida, en ser consciente de que ha llegado a su séptimo disco y que eso ya es, por si mismo, un gran logro. “Veo a demasiada gente ir y venir y la mayoría con dudas y poca protección. No es que yo me sienta la persona más afortunada del mundo, pero a mí manera puedo ser feliz. Estoy bien rodeada y puedo hacer la música que me importan con una audiencia que me apoya. Quizás no hago un tipo de canción que llegue a todo el mundo, pero las puertas siguen abiertas para quien quiera entrar. Yo tengo la suerte de seguir creando. No todo el mundo va a conectar con lo que haces, eso es algo que respeto, y que, ojo, me ayuda. Acepto cada opinión, cada crítica buena o mala, pero mientras seguiré esforzándome para dar lo mejor de mí misma”. Llegados a este punto le comento que quizás ahora vivamos en un momento en el que la falsa realidad de “The Nowhere Inn” cobra más sentido todavía. “Estamos en un momento en el que la línea entre lo público y lo privado es muy fina. No sabemos exactamente dónde está la frontera. Fuera del escenario me puedo entretener jugando con una consola o haciendo un puzle, siendo una persona corriente. Es como al inicio del documental, cuando estoy dentro de esa limusina y el chófer me pregunta: ‘¿Eres famosa?¿Y qué canciones cantas?’. Y yo me lanzo a cantar ‘New York’... Ese es definitivamente un momento único en el que se mezcla realidad y ficción”.

Toni Castarnado

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