High Fidelity
Cine - Series / Veronica West / Sarah Kucserka

High Fidelity

6 / 10
Pelayo de las Heras Álvarez — 18-02-2020
Empresa — Hulu
Fotografía — Phillip Caruso/Hulu

Sentada en el salón de su ostentoso apartamento, Zoë Kravitz mira al vacío, ensimismada: “Shit happens”, reza su camiseta. Un puñado de envoltorios y cajas de comida basura están desparramadas por todo el habitáculo; hay, sobre todo, una sorprendente preferencia por la comida china, con varios paquetes de papel –del habitual color blanco y letras rojas– con los que los restaurantes suelen entregar los noodles. Mientras tanto, Satan’s Rats atruenan con “You Make Me Sick”, una referencia evidente a la reciente ruptura de la protagonista, que acaba de alcanzar el número cinco en su lista de peores separaciones. Se trata de una de las primeras escenas de la serie, una declaración de intenciones que no pasa desapercibida.

Es posible encontrar innumerables guiños a la cultura pop a lo largo de cada uno de los episodios. Desde Kurt Vonnegut, pasando por el “Rumours” de Fleetwood Mac, Frank Zappa, “Escape From New York”, Kanye West y Os Mutantes. Incluso Debbie Harry, líder de Blondie, termina por participar, en forma de aparición, durante el tercer episodio. Una especie de carrusel, sin embargo, demasiado preocupado por una exhibición a la que parece dársele una relevancia excesiva. “High Fidelity” se ve absorbida por este universo referencial que en ocasiones parece vacío de propósito, perfilándose casi como un grupo de comentarios tan superficiales como impostados. Todo en la serie, de hecho, gira –sin mucha energía– alrededor de esta idea, algo que ilustra la propia Kravitz cuando termina reconociendo en una de sus fracasadas relaciones que “las cosas que te gustan son más importantes que cómo eres”. Un aforismo que paradójicamente no termina reflejado en el desarrollo de los personajes.

La serie parece concebida así también, entre otras cosas, por la obligatoria actualización del paisaje cultural a la que se ha visto sometida: gorras de Make America Great Again [MAGA hats], breves debates derivados de la cancel culture, el protagonismo del móvil como vehículo musical (basta recordar, por ejemplo, la interrupción de un cliente utilizando Shazam) o la diversidad, tanto sexual como racial, son ejemplos de algunos de los aspectos introducidos. A pesar de todo, “High Fidelity” nunca termina por convertirse en un producto nuevo e independiente, sino tan solo en una vaga remodelación para la “generación Z” de la película de culto protagonizada por John Cusack en el año 2000.

Los episodios, con una duración de media hora, son siempre mínimamente entretenidos, eficaces, pero con la carencia de la ácida mordacidad del personaje al que el actor norteamericano diera vida hace dos décadas: una persona superada por las circunstancias y agarrada, tan solo, al precario borde de sus vinilos. El esquema narrativo, de hecho, es por momentos exactamente igual que el de la obra dirigida por Stephen Frears, con escenas y personajes que son idénticos, como las imágenes de una ruptura a gritos bajo la lluvia o la dependienta afroamericana de la tienda de discos, una sustitución evidente del personaje originalmente interpretado por Jack Black.

Una de las mejores bazas con las que cuenta la serie es su selección musical, donde se encuentran todos los estilos posibles: desde Nick Drake, Dexy’s Midnight Runners, ESG y David Bowie hasta extraños tesoros como “Vírgenes del Sol”, un tema de chicha peruana [música tropical andina] interpretado por Manzanita y su Conjunto. Es, como ocurre en “Master Of None”, una banda sonora construida con motivo de reflejar el ecléctico panorama musical del siglo XXI. Al igual que ya ocurriera en la película, los mejores momentos de la producción siempre tienen lugar con los derribos de la cuarta pared (así como los respectivos flashbacks y elaboraciones de listas) realizados por la protagonista, que si bien parecen introspecciones más diluidas que en la obra original, siguen constituyéndose como las escenas más atractivas de todas.

“High Fidelity” es, en definitiva, un producto extraño. No es una serie indispensable, ni mucho menos; de hecho, fácilmente podría considerarse como un producto prescindible: no parecía haber necesidad alguna de hacer un remake de una película icónica que cuenta con tan solo veinte años. Esta actualización del libro de Nick Hornby es sin duda más insulsa, si bien aún así consigue entretenernos, algo de lo que quizás tenga culpa Zoë Kravitz, cuyo carisma sigue brillando por momentos a pesar de contar con un personaje elaborado con mayor mediocridad. A pesar de una menor presencia del humor y el alma irreverente que caracterizó a la película, es una serie aprovechable por todo aquel al que le interese mínimamente el universo de la música pop. Siempre termina, sin embargo, lastrada por la inevitable fuerza que aún conserva el filme original y por el encanto de la exitosa novela de Hornby.

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