El siciliano Luca Guadagnino (1971) se ha convertido, en lo que llevamos de siglo XXI, en uno de los cada vez más escasos representantes de un cine de autor que no sólo triunfa en el circuito de festivales, sino que además logra atraer a sus repartos a los actores más prestigiosos y lleva al público a las salas de cine. A esto hay que sumar que es un director prolífico que acumula sin cesar nuevos proyectos y estrena nuevas películas (o series de televisión como la excelente “We Are Who We Are”) cada año. No todas las obras que firma tienen el mismo interés, pero casi siempre merece la pena prestarles atención.
“Caza de brujas”, equívoco título español cuando el original, “After The Hunt”, se ajusta mucho más a su contenido, es una película que apunta a uno de los debates contemporáneos más espinosos, el de la llamada “cultura de la cancelación” y al fenómeno del MeToo. Lo mejor que se puede afirmar de ella es que no toma ningún camino fácil, ni busca la empatía del espectador con sus personajes, la mayor parte de los cuales son notablemente desagradables.
Nos encontramos en la Universidad de Yale, en el corazón del mundo académico que representa con exactitud como un nido de intrigas burocráticas, envidias y maledicencias. Alma Imhoff (una sorprendente Julia Roberts) es una profesora de filosofía, una mujer fría, ambiciosa y cerebral, que está a punto de conseguir un ansiado puesto de profesora titular. Su mejor amigo –y tal vez antiguo amante– es su compañero de facultad, y posible rival por el cargo, Hank (Andrew Garfield), un tipo al que le encanta deslumbrar (y coquetear) con sus alumnas, pero que sigue enamorado de Alma. Esta, en algún momento de su pasado, optó por casarse con Frederick (Michael Stuhlbarg), un psiquiatra bastante excéntrico, que la cuida con devoción, aunque parece que si en algún momento hubo algo de pasión entre ambos, esas llamas se apagaron hace mucho tiempo.
La acción de la película arranca tras unos títulos de crédito en los que Guadagnino rinde un curioso tributo a Woody Allen, un autor afectado de manera muy directa por la “cultura de la cancelación” y en cuyo cine también abundan los intelectuales narcisistas e insoportables. De hecho, la estructura del guion, de la debutante Nora Garrett, es también bastante woodyallenesca (en su vertiente más dramática), ya que se articula en base a una serie de encuentros, charlas y, sobre todo, discusiones entre los protagonistas. Al inicio los vemos reunidos una pequeña fiesta en el hogar de Frederick y Alma. Entre los invitados, hay una de sus estudiantes favoritas, Maggie (Ayo Edebiri), una chica afroamericana de una familia muy rica que ha hecho cuantiosas donaciones a la universidad. Cuando se van despidiendo, al término de la velada, Hank se compromete a acompañarla caballerosamente hasta las residencias de alumnos.
Lo que desatará las tensiones ocultas entre estos cuatro miembros de la élite académica será que, al día siguiente, Maggie aparece por sorpresa en la puerta del hogar de Alma. Le confiesa que, cuando estuvo a solas con él, Hank abusó de ella, la violó. Le pide su ayuda para denunciar su caso. Poco después, Alma se ve con Hank, que no sólo niega las acusaciones: además, le revela que cree que Maggie intenta vengarse de él porque descubrió que la tesis doctoral en la que trabaja es un puro plagio. Por supuesto, también le pide su apoyo para afrontar la tormenta mediática que le acecha. Así que, de repente, Alma se encuentra entre dos versiones de la verdad y al borde de un escándalo que, además, según las decisiones que tome, pueden poner en peligro su futuro profesional.
La película, como siempre que nos encontramos con una obra de Guadagnino, tiene un envoltorio visual y sonoro muy por encima de la media. A pesar de ser, más que nada, una película de conversaciones, el director italiano logra combinar secuencias muy naturalistas y hasta viscerales con una puesta en escena tremendamente elegante y precisa. Algo más discutible es la música original de Trent Reznor y Atticus Ross, que parece deconstruir las bandas sonoras de Bernard Herrmann para el cine de Alfred Hitchcock. Pero lo que desmerece más “Caza de brujas” es el guion; te atrapa en su primera mitad, pero los conflictos encadenados entre los personajes se resuelven con una serie de casualidades y confesiones en exceso arbitrarias, rematadas con un epílogo innecesario. El espectador puede tener la sensación, muy justificada, de que la película quiere manipularlo con poca sutileza.
Si la película se mantiene en pie, además de por la pericia visual de Guadagnino, es por sus estupendas actuaciones, en particular la de Julia Roberts, una de las mejores de su carrera. Su gélida –y secretamente sufriente-– Alma Imhoff recuerda, de forma casi inevitable, a la protagonista de “Tár” de Todd Field, a la que puso rostro hace unos pocos años una también maravillosa Cate Blanchett. El problema es que, si bien ambos personajes son muy interesantes y están interpretados con brillantez, la Lydia Tár de Blanchett estaba encapsulada en una película a su altura, algo que no ocurre en el caso de la Alma de Roberts.

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