Black Mirror' (Temporada 7)
Cine - SeriesCharlie Brooker

Black Mirror' (Temporada 7)

6 / 10
Fran González — 16-04-2025
Empresa — Netflix
Fotografía — Cartel de la serie

Hace años que la realidad supera la ficción y la distopía de nuestros días se lo pone francamente difícil a Charlie Brooker. Un mundo en el que Trump celebra sus segundas nupcias con América, la democracia alcanza sus cuotas más bajas de popularidad entre los veinteañeros, la Inteligencia Artificial nos convence con servicios pueriles y la política internacional se resuelve entre tecnomillonarios sin escrúpulos podría haber sido el caldo de cultivo idóneo para un catálogo de tramas de lo más descabelladas en la “Black Mirror” de 2011, cuando el serial catastrofista se conformaba con revolvernos el estómago con cerdos sodomizados, esclavitud tecnológica e infidelidades retrofuturistas.

Hoy en día, sin embargo, son nuestro timeline o el telediario de turno los encargados de hacer lo propio, obligando a la popular serie de Netflix a tener que rascar en lo más hondo de la imaginación de sus showrunners para equipararse mínimamente a nuestra ya normalizada visión apocalíptica de la vida. La serie lo intenta en su séptima temporada recurriendo a lo que mejor sabe hacer: poner a prueba nuestros principios éticos y retorcer hasta lo imposible las prestaciones de la ingeniería más quijotesca. Y aunque las historias que nos plantea Brooker siguen demostrando tener ese je ne sais quoi que las hace únicas, en varias ocasiones tendremos la terrible sensación de creer que sus respectivos responsables se están quedando sin ideas.

No lo decimos solo por el hecho de que les veamos hermanando líneas temporales con “Bandersnatch” en “Juguetes”, recuperando su versión trekkie para una secuela de “USS Callister” o reviviendo el espíritu de “San Junipero” entre bellas alusiones al cine clásico en “Hotel Reverie”. Estos guiños (que rozan ya el fan-service) son hasta simpáticos y de agradecer. El principal problema de los seis nuevos episodios que nos ofrece ahora la serie es que el planteamiento base de sus propuestas es, en inicio, mucho mejor de lo que finalmente estas terminan siendo resueltas. Al peregrino cierre de “Bête Noire” o al anodino reencuentro telefónico entre Brandy (Issa Rae) y Dorothy (Emma Corrin) en “Hotel Reverie” nos remitimos.

Achacable, tal vez, al listón de la propia serie, que está alto, o a las expectativas de cada uno, que son directamente incalculables. Pero a la postre, el ritmo en gran parte de este nuevo sexteto de episodios decae someramente entrado su desarrollo, recurriendo así a soluciones narrativas cada vez más alambicadas con el fin de lograr la ansiada cuadratura del círculo. Bien sabemos que es parte fundamental del encanto de “Black Mirror” invitarnos a disfrutar de la suspensión de la incredulidad, pero en algún caso que otro se agradecerán conclusiones menos precipitadas y apuestas menos marcianas.

Con todo, y pese a esta agridulce apreciación, los lugares comunes de la ficción de Brooker continúan estando ahí, esperándonos con los brazos abiertos y confirmando que “Black Mirror” se siente ya como un hogar catódico para el seriéfilo medio. La capacidad de sus diversos abajo firmantes para emocionarnos, hacernos reflexionar y hasta sacarnos una sonrisa (cualidades, todas ellas, encontradas en ese filón que es Chris O’Dowd o en el ya reivindicado Paul Giamatti) sigue siendo uno de los pilares fundamentales de esta séptima entrega. Sin obviar, claro, la querencia del producto por presentarnos una realidad alterada e incómoda que permanece fija en un segundo plano como recordatorio fatalista del presente (bien sea a través de la mirada alucinógena a lo Chris Cunningham de Peter Capaldi, la crítica al cautiverio de las suscripciones en “Gente Corriente” o a esa suerte de parodia a las imágenes generadas por IA que vemos veladamente en “Eulogy”).

No será, tal vez, la hornada más brillante o lúcida en el historial de la antología de Charlie Brooker, pero definitivamente tiene lo necesario para ofrecernos el tipo de reencuentro con su imaginario que esperábamos y sin excesivas decepciones.

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