1899
Cine - Series / Baran Bo Odar Y Jantje Friese

1899

8 / 10
Fran González — 22-11-2022
Empresa — Netflix
Fotografía — Cartel de la serie

En el año en el que oficialmente la temática true-crime se ha consagrado como un elemento indispensable en nuestras producciones seriadas de cabecera, es de valientes recurrir a escenarios que encuentren en el misterio ignoto y críptico la diégesis idónea para mantenernos enganchados episodio tras episodio. Los encargados de hacerlo no son unos recién llegados precisamente, pues con Dark” (2017-2020), otro de los grandes buques insignia de la plataforma, Baran Bo Odar y Jantje Friese ya consiguieron consagrarse en el campo de la ciencia-ficción más oscura y el suspense más surrealista. Ahora, esta dupla alemana traslada su nebuloso y enigmático imaginario a las vastas y traicioneras aguas de alta mar con “1899”, la particular bitácora de viaje del navío Kerberos y su aún más singular tripulación a bordo.

Como si de esa joya del cine mudo alemán de los años veinte que fue “El barco de las almas perdidas” (1929) se tratara, en el interior de las inmediaciones de nuestra embarcación protagonista se desenmascararán todo tipo de pasajeros peculiares con un mismo fin común: abandonar su pasado y soñar con una nueva vida en la tierra de la oportunidad, Estados Unidos. Un objetivo que se verá truncado cuando en su camino se cruce el desafortunado destino del Prometheus, otro barco de la misma compañía desaparecido en las profundidades del Atlántico un tiempo atrás y que ahora parece dispuesto a golpear al elenco protagonista con sus espeluznantes encrucijadas. 

Flashbacks que emanan del primerísimo primer plano de un ojo, una banda sonora ominosa y disonante –obra una vez más de Ben Frost–, barcos que desaparecen al sortear una serie de botones, una encriptada simbología que sirve como icono conductor y nexo de unión estético, trampillas en suelos, polizones infiltrados entre el grupo base, fantasmas del pasado que atormentan el presente, una suerte de textura negra que avanza de forma sinuosa y aterradora … Efectivamente, los paralelismos con “Lost” son escandalosamente innegables. Sin embargo, los encantos de “1899” van más allá de estas peculiares analogías, y si superamos la densidad de algunos de sus tramos, que son café para muy cafeteros, lograremos dar con un juego mental que romperá todos nuestros esquemas y nos envolverá en un mar de paradojas a caballo entre el mito de Platón y simulaciones a lo show de Truman.

En esta ocasión no tenemos a Jack y a Kate, pero sí a la Doctora Maura Franklin (Emily Beecham) y a su marido, Daniel Solace (Aneurin Barnard), pilares decisivos en la evolución de una trama desconcertante y del todo bien pensada para dejarnos con ganas de más –con la mente ya puesta en su consiguiente continuidad, con esa más que probable “2099” que se nos presenta a golpe de “Starman”-. Pero más allá de su fascinante intriga y de que podamos entenderla bien o no, el verdadero encanto de esta travesía reside precisamente en su carismático catálogo de diversas voces multiculturales–una auténtica pesadilla para cualquier actor de doblaje que se precie, pues matar la versión original de esta producción sería caer en una absurda colección de diálogos confusos y de difícil explicación–, cuya valía es lo que consigue realmente atraparnos y abstraernos de cualquier malintencionada comparación con la mítica obra de Abrams y Lindelof, y logra formular un camino atractivo y propio.

La impaciencia no será una buena aliada a la hora de encarar los ocho episodios de “1899”, pues más allá de esos romances a lo “Arriba y abajo” que algunos de sus personajes protagonizan, su excelente fotografía y estética o el brillante uso de una banda sonora ¿anacrónica? que rescata clásicos de los setenta (Black Sabbath, Jimi Hendrix, Jeffereson Airplane o Deep Purple entre otros) seremos testigos de una enrevesada colección de enigmas sin reglas lógicas que no cesa –cuando creíamos que lo habíamos visto todo, ¡otra sorpresa más!–, con el aliciente impreso de poner a fuego todas nuestras teorías con intachable efecto adictivo, pero también con el pertinente peligro de morir por exceso de ambición narrativa. ¡Hora de despertar!

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