Charlamos con Carlos Zanón con motivo de su nueva novela “Love Song”
Especiales / Carlos Zanón

Charlamos con Carlos Zanón con motivo de su nueva novela “Love Song”

David Sabaté — 30-03-2022
Empresa — Salamandra Graphic
Fotografía — Felipe Huertas

El escritor barcelonés Carlos Zanón publica “Love Song” (Salamandra, 22), la historia de tres músicos veteranos que persiguen la chispa de sus inicios en una gira imposible por campings de la costa mediterránea. Amistad, desamor y lealtad se conjugan con las notas de Prefab Sprout y The Waterboys en una novela vibrante, poética y adictiva.


En la literatura, la música y el cine abundan los triángulos amorosos, pero no hay tantos ejemplos de triángulos de amistad. “Love Song” habla, sobre todo, de amistad y lealtad. ¿Qué te atraía de esos temas y cómo decidiste abordarlos a través de Jim, Cowboy y Eileen, sus tres protagonistas?
Me interesaba un triángulo de mejores amigos, en el que más o menos los tres aceptan la parte del otro que tienen y la que no tienen. Era más “Jules Et Jim” que “The Fabulous Baker Boys”. Me parece más poderosa la lealtad que la fidelidad. Ese vínculo que te unía a tu gente de adolescente luego se convierte en una arbitrariedad, en una convención ya de adultos. La música rock no deja de ser ese refugio de lealtad (hacia unas bandas, hacia quién fuiste, hacia la gente que te acompañó en tus etapas de formación…).

Ya habías dejado entrever tu pasión por la música en varias de tus anteriores novelas: desde el mismo título de “Yo fui Johny Thunders” hasta el nombre del protagonista de “Taxi”, apodado Sandino por el disco “Sandinista!” de The Clash. Pero aquí te adentras de lleno en el mundo musical hablando de tres músicos. ¿Tenías en mente una historia así desde hacía tiempo y, en ese caso, por qué ahora?
Quería hablar de la creación, de dónde salen las canciones, de cómo te puedes comunicar encima de un escenario con tus compañeros de banda y público y luego ser incapaz de hacerlo al bajarte del escenario. También de ese no lugar que es la música. Nos pasamos el día escuchando a tipos muertos hace veinte, cuarenta años. Nos educan en lo bueno y en lo malo. Y además era un territorio que se podía frecuentar desde la vehemencia y desde la mirada del fan. Yo no soy músico, soy fan y sé escribir y si escribo es porque, en un determinado momento, se me cruzaron Lou Reed, The Velvet Underground y The Ronettes, Golpes Bajos, Pixies y PJ Harvey.

“Nos pasamos el día escuchando a tipos muertos hace veinte, cuarenta años. Nos educan en lo bueno y en lo malo”

Intuyo que no te ha costado mucho construir un contexto musical, porque es algo que conoces bien –como melómano pero también como letrista de Loquillo o Brighton 64–, pero parece que a algunos autores a veces les cuesta incluir referencias musicales en sus historias, como si fuera algo demasiado personal o forzado. ¿Has experimentado alguna duda de este tipo mientras escribías el libro?
No, porque es sincero y honesto. Yo me guío por la música a la hora de vivir. No tuve referentes masculinos en mi vida, no tuve más héroes que los que aparecían en las carátulas de los discos. Es aquella frase de Giles Smith: “El pop no era la banda sonora de tu vida, era tu vida”. A muchos autores les queda raro porque es una impostura, porque no lo llevan en la sangre sino que es un perfume que se ponen para la ocasión. Yo no me atrevería a entrar en el territorio del flamenco o la salsa porque sería un impostor. Has de ser verosímil, no has de defraudar al chaval que fuiste.

Los protagonistas de la novela son músicos veteranos y con cierta popularidad venidos a menos. Excepto casos contados, ¿dirías que el negocio del rock es cruel con la mayoría de bandas, sobre todo cuando llegan a cierta edad?
Totalmente. Es el culto a la juventud, una lacra que nos llega desde el romanticismo (mejor enfermos que sanos, mejor muertos que vivos, mejor delgados que gordos y siempre jóvenes). Hay bandas veteranas que siguen haciendo grandes canciones y que evolucionan o persisten en lo que son. Ojalá cambie un poco todo esto y el músico rock veterano se asemeje al cantaor o al músico de blues.

“No todo el mundo puede ser Paul Weller o Tom Waits. Has de elegir entre seguir siendo popular o convertirte en un músico íntegro que no importa a casi nadie”.

En el libro planteas una dicotomía entre popularidad (el músico que participa en un reality) versus integridad (el músico ajeno al negocio pero que mantiene intacta su autenticidad). ¿Te has inspirado en casos concretos para tus personajes?
No, pero entiendo ese conflicto. No todo el mundo puede ser Paul Weller o Tom Waits. Has de elegir entre seguir siendo popular, entre poder mantener tu estilo de vida o convertirte en un músico íntegro que no importa a casi nadie. Yo he visto tocar a Salas-Humara y montar la paradita y vender sus propios cedés pirateados por él mismo. ¡Salas-Humara, los putos Silos! Es difícil. Como lo es para un escritor decidir ganar un premio amañado o no. Seguir estando de actualidad o ser una noticia del mes pasado.

También hablas del dolor vital como motor creativo, un dolor que uno de los personajes envidia de los otros dos. De hecho, los dos protagonistas masculinos querrían tener, de algún modo, la vida del otro, pretenden ser alguien que no son…
El malditismo. Sin conflicto, sin guerra, no hay creación. El arte es, entre otras cosas, la búsqueda de la belleza entre los escombros. Tu cuerpo, tu vida, tu familia, tu barrio… Quieres mandar todo eso a la mierda. Pero eso es una cosa y otra muy distinta es añorar que tu padre os abandonara, tu madre se inyectara heroína a la hora del desayuno y que tú durmieras en la calle dos años. El malditismo per se es un cliché. Has de estar en guerra, sí, ser un ser abollado también, pero si puedes tener una buena vida, no te comas la cabeza, vívela.

En la novela mencionas a grupos muy variados, de Dexys Midnight Runners y Prefab Sprout a Wilco, The Hellacopters o Egon Soda. También citas a Nick Cave, con un capítulo titulado “Murder Ballads”. Pero si hay una banda que destaca sobre las demás es The Waterboys y su clásico “The Whole Of The Moon”. ¿Son todos ellos grupos que forman parte de tu banda sonora vital o más bien le iban bien a la historia?

De todo hay. De los Sprouts son una de mis bandas y soy coleccionista de todo lo que sacan. Egon Soda y Wilco me molan mucho. Y “The Whole Of The Moon” era de 1985 y molaba también. Casi todo lo que tocan me gusta. Sí, creo que sí.

¿Qué grupos han sonado más en tu reproductor mientras escribías el libro? ¿Hay otras bandas que te gustaría introducir en alguna de tus novelas pero aún no has encontrado una historia o un mundo en el que encajen? 

Escuchaba de todo. Al principio pensé en temas tecno-pop de los ochenta pero seguía sin conectar –quita con Yazoo y poco más–. Me encantan las historias de hermanos dentro de las bandas –de The Kinks a Bee Gees u Oasis–. O una banda de versiones de un grupo apestoso. Sería genial un libro sobre una banda versionando a Queen, Spandau Ballet o Sabina.

En la novela aparecen bastantes anécdotas del mundo de las giras y la carretera. ¿Cuántas de ellas están inspiradas en anécdotas reales?
Bastantes. Hablé mucho con Dani Nel·lo, Christina Rosenvinge, Mario Cobo, Loquillo, El Sobrino del Diablo y cualquier músico que tuviera la temeridad de acceder a tomarse una cerveza conmigo.

Una de las escenas más hilarantes del libro muestra la negociación entre uno de los músicos y el dueño de un local, Señor Pollo. Se nota que conoces la fauna del mundillo, y eso que probablemente la realidad supere la ficción…
Totalmente. Es inventado pero seguro que Señor Pollo existe.

En el libro, el humor convive con la melancolía y con un tono trágico, tanto por el peso de la familia en el caso de Cowboy, como por la enfermedad de Eileen. Una advertencia que está en la primera página y que actúa como factor dramático, casi como una cuenta atrás… ¿Cómo decidiste introducir esos temas en la historia?
Quería intentar combinar las ganas de vivir y las ganas de acabar bien una vida. La parte que me gusta del romanticismo, ese anhelo del más allá, de no seguir por seguir. Y la enfermedad y la locura son temas que me obsesionan en todas mis novelas porque las conozco de primera mano.

“Love Song” incluye trazos de novela negra. ¿Dirías que tu acercamiento al género ha cambiado tras escribir la última entrega de Carvalho o por el hecho de estar al frente de BCNegra desde 2017?

No, creo que el género te elige a ti. “Love Song” no es una novela negra pero mi mirada –existencialista, determinista, violenta– es la que es.

En un momento dado, los protagonistas del libro deciden no solo hacer versiones únicamente de 1985, sino vivir en ese año y dejar de lado los móviles y todo tipo de tecnología. Toda una declaración de intenciones…

Total. En algún momento hemos de poder decidir que la tecnología no sea nuestro nuevo dictador y nuestra nueva religión. Quiero música, quiero cine, libros y series pero soy un ser humano de conocimiento y no una memoria externa que almacena información. Necesito mi tiempo para saber si me gusta o no un disco, no quiero tener toda la puta discografía de un artista en mis auriculares.

De algún modo, esta es una historia sobre la nostalgia de un pasado que no volverá, pero al mismo tiempo es crítica con ese sentimiento: los personajes no consiguen revivir ni recuperar la emoción que buscaban…
No es nostalgia, no es cualquier tiempo posible es mejor, sino que es decir que hay cosas dentro del progreso que son una mierda y no me interesan. Punto. Y es cierto que no puedes revivir la importancia y emoción de las primeras veces pero has de seguir intentándolo… Yo creía que había escuchado ya todos mis mejores discos hasta que me encontré “For Emma” de Bon Iver o “Are We There” de Sharon Van Etten. Y lo mismo con las personas.

Para terminar, no te pediré que elijas entre música o literatura, pero, ¿qué te atrae más de una y otra disciplina?
De la música, la generosidad, lo intuitivo y evocador de una buena canción. La compañía, la intimidad. De la literatura, el tropezarte con la verdad, el que alguien –que vivió hace dos siglos y era ruso, por ejemplo– te descubra, te entienda, el misterio que surge de combinar bien las palabras, los silencios, el consciente y subconsciente.

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