“Crecí pensando que pasaría toda la vida haciendo música que nadie iba a escuchar”
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“Crecí pensando que pasaría toda la vida haciendo música que nadie iba a escuchar”

Carlos Pérez de Ziriza — 21-11-2016

Hablamos largo y tendido con Moby a colación de “Porcelain” (Sexto Piso, 2016), un libro autobiográfico en el que el artista repasa su azarosa vida durante la década de los noventa. Una época  marcada por, entre otras cosas, la pobreza, la inestabilidad emocional, las drogas, las jaranas, un firme veganismo y la búsqueda de un polvo fácil. Casi nada.

La autobiografías se están convirtiendo últimamente en un filón periodístico. Otorgan herramientas para conocer bien a fondo -bueno, en realidad, todo lo a fondo que quiera su autor- a aquellos músicos con cuya materia primera los periodistas moldeamos la información. Nos proporcionan algunas claves para entender mejor su obra. Y, sobre todo, nos dan la oportunidad de charlar con ellos sobre todos los aspectos de su vida. Al menos sobre todos aquellos que han querido desvelar sin cortapisas. Y, afortunadamente, sin el freno de mano echado que muchas veces se gastan a la hora de la fatigosa tarea de promocionar sus nuevos álbumes. Porque no tendría sentido que se abrieran en canal para luego escatimar explicaciones sobre lo que ellos mismos han contado antes en negro sobre blanco, sin metáforas y vehiculando una prosa sencilla.

Porcelain” (Sexto Piso, 2016) es el libro en el que Moby relata su vida desde finales de los 80 a finales de los 90, el periodo inmediatamente anterior a su éxito masivo (con “Play”, editado por Mute en 1999). Una década marcada, en su caso, por la pobreza, la inseguridad, la inestabilidad emocional, las drogas, el alcohol, un tambaleante cristianismo, un firme veganismo y la búsqueda de sexo furtivo. Un relato de vulnerabilidad, de búsqueda de un lugar en el mundo por parte de una persona necesitada de afectos (sí, por cursi que pueda sonar), en el que Richard Melville Hall (Nueva York, 1965) no emplea paños calientes a la hora de recordar su juventud, una época turbulenta que poco tiene que ver con la imagen idealizada del éxito. Ha querido la casualidad que la traducción al castellano de su libro coincida en el tiempo con su nuevo álbum, un “These systems are failing” (Mute / PIAS, 2016) que nos los devuelve al formato de punk rock industrial que tanto cultivó antaño. Y también parece que es la casualidad la que ha querido que nuestra charla con él se produzca justo a la mañana siguiente del triunfo de Donald Trump en las elecciones estadounidenses. Este es el resultado.

"Con todo lo que bebí y las drogas que me metí en el cuerpo, es sorprendente que lo recuerde con tanta nitidez".

Leyendo tu libro, llama la atención la memoria casi fotográfica de la que haces gala a la hora de detallar acontecimientos, compañías, vestimentas y canciones concretas en momentos muy determinados, muchos de ellos acaecidos hace más de 20 años. ¿Utilizaste alguna vez, durante todo ese tiempo, un diario o tomaste notas en algún cuaderno?
Sí, la verdad es que hasta a mi me sorprende, porque en aquella época no escribía nada sobre lo que me ocurría ni tomé notas, ni nada por el estilo. No sé si has leído “En busca del tiempo perdido”, de Marcel Proust. En él, su autor se come una magdalena y eso estimula que todos sus recuerdos se activen de golpe.Y una vez empiezas, eso crea como una cascada de recuerdos, que ya no puedes detener. Empiezas acordándote de en qué habitación o en qué recinto te encontrabas en un momento determinado de 1990, y acabas por recordar la ropa que llevabas puesta y la música que estaba sonando. Con todo lo que bebí y las drogas que me metí en el cuerpo, es sorprendente que lo recuerde con tanta nitidez.

¿Por qué decidiste detener el relato del libro justo antes del enorme éxito de “Play” (V2 Records, 1999), que dio un vuelco a tu carrera y te convirtió en un artista popular en todo el mundo? ¿Crees que las historias de éxito son menos interesantes, o simplemente necesitabas mostrar al público la faceta menos conocida de tu personalidad?
Me di cuenta de dos cosas a la hora de abordar el libro. Por un lado, que un volumen de esta índole tiene que ceñirse a un periodo relativamente corto de tiempo, a un tramo específico. Y por otro, que quería que acabase justo en el momento en el que, para la inmensa mayoría de la gente, empieza mi historia, que es en ese momento que comentas, justo cuando salió “Play”. Y también me parecía que lo extraño, lo bizarro, lo oscuro, le interesa mucho más a la gente.

Me ha llamado mucho la atención que, al inicio del libro, cuando relatas tu vida en Connecticut y en Nueva York, y cuentas que eras tan pobre como las ratas (aunque estas al menos no amenazaban tus quehaceres cotidianos como squatter en una antigua fábrica, a diferencia de lo que ocurría con los pisos ocupados), te recuerdas a tí mismo sintiéndote completamente feliz en momentos muy puntuales, simplemente por el hecho de estar dedicándote a lo que más te gustaba en el mundo (la música) y estar justo en la ciudad en la que se supone que ocurren todas las cosas. En una entrevista para este mismo medio, en 2009, decías que eras la misma persona que 20 años atrás. Lo que me lleva a preguntarte si sigues creyendo que el dinero y los bienes materiales están muy lejos de ser para ti lo más importante en el mundo.
A lo largo de mi vida he pasado por momentos en los que tenía dinero de sobra y otros en lo que era, directamente, pobre. Y hubo un momento en el que pensé de verdad que el dinero podía traer la felicidad, pero no lo hizo. Porque no lo voy a negar: está muy bien tener dinero para salir a cenar a buenos restaurantes, salir con los amigos sin ninguna clase de límitaciones y viajar por todo el mundo. Pero la felicidad de verdad deriva de tener salud, tener unas relaciones con los demás que detenten cierta espiritualidad, estar rodeado de naturaleza... la felicidad es algo que aparece en las situaciones más simples, y -desde luego- no está en esas horas muertas que pasas en habitaciones de hotel por todo el mundo. Puedes encontrarla en el simple hecho de leer un libro, sentado una cómoda silla.

Cuando eras un post adolescente, asistías con frecuencia a conciertos de bandas de punk y hardcore como Circle Jerks, Agnostic Front, Bad Brains o Minor Threat. Al poco tiempo, te encontrabas trabajando como DJ, pinchando música house ante grandes congregaciones de ravers e incluso -como cuentas- una especie de tribu urbana luego tan asociada a connotaciones elitistas como los voguers (quienes inspiraron el hit de Madonna). No sé si la gente de tu entorno era igual que tú, pero supongo que la apertura de miras y la falta de prejuicios que mostrabas ya entonces, siendo un joven, no debía ser la tónica habitual...
A los nueve años estudié música clásica, pero luego, ya cuando era un adolescente, descubrí el punk y me enamoré de él. Eso alienaba a mis compañeros de clase. Luego descubrí el house, y eso les alienó y les cabreó aún más. Mi amor por la música no se ciñe a un estilo determinado, porque lo que me afecta de ella no es la forma en la que esté hecha, sino que pueda afectarme emocionalmente. No me preocupa que provenga de una banda, de un solista o de una orquesta. Todo lo que me importa es su capacidad para emocionarme cuando me sitúo ante unos speakers o me pongo unos auriculares. No hay más.

"Pienso que para que el sistema se reconstruya, tiene que caer. Y eso es algo que no se limita a los EEUU, es algo que está ocurriendo a nivel global".

Enlazando con esta última idea, en el libro dices lo siguiente, sobre tu etapa inicial en el mundo de la música: “Ninguna corporación nos ayudaba. Nadie nos enseñó nunca a crear sellos discográficos, a montar emisoras de radio, a alquilar clubs o almacenes para nuestras raves, a producir discos... ”, parece claro que el techno o la música electrónica de aquel momento era tan do it yourself como lo pudiera ser el punk en su primera fase, ¿no?
Completamente. Unas de las cosas más excitantes, si querías hacer un disco en la época del punk, era cómo te las apañabas para imprimir un vinilo. Si querías una camiseta, cómo podías hacer para imprimirla. O cómo lo ibas a distribuir. Y esa situación de finales de los años 70 es muy parecida a lo que se vivió a principios de los 90, cuando una sola persona tenía que producir, grabar, editar e incluso distribuir su producto. Hay un paralelismo muy claro entre ambas épocas.

Una noche de 1993, pinchando en el club NASA de Nueva York, te diste cuenta de que la música que estabas poniendo se había quedado anticuada, porque la gente quería algo más agresivo, cercano al incipiente jungle, y no ritmos eufóricos que emparentasen con los efectos del MDMA, tan propios del acid house y de las primeras generaciones rave. Es decir, la música que pinchabas, que era de 1991 y 1992, sonaba ya anticuada a sus oídos. Al margen de los efectos que pudiesen producir los diferentes consumos de drogas, hoy en día nos parecería inaudito que la música de 2014 o 2015 estuviera ya pasada de moda. ¿Crees que los ciclos en la historia de la música se han alargado, o que simplemente han desaparecido como consecuencia de la era digital en la que vivimos?
No te lo podría decir con seguridad, porque yo ahora tengo 51 y casi no salgo por las noches. Pero seguro que si le consultas por esto a alguien de entre 20 y 30 años, tendrá una perspectiva muy distinta. Desde mis propia forma de verlo, es cierto que esa evolución ahora no es, ni mucho menos, tan visible como en aquella época. Pero todo depende del prisma que te otorgue tu edad.

¿Crees que en aquella época, entre finales de los 80 y principios de los 90, los lenguajes del rock y de la música de baile -con el acid house contaminando al pop de guitarras, con fenómenos paralelos como Madchester- se fundieron de manera irreversible?
Puede ser. Pero también te diré que ahora la gente es más abierta que entonces. Cuando alguien siente una afinidad muy grande con algún estilo, generalmente es porque se ha criado en la costumbre de pagar por la música. Ahora que la música es gratis y la gente puede acceder a ella sin pagar absolutamente nada, es todo más saludable. No sé si lo recordarás, pero en los años 80 y la primera mitad de los 90, la gente que escuchaba rock de guitarras -generalmente, porque los casos que mencionas eran excepcionales- no solía escuchar house y electrónica. Ahora eso ya no ocurre. Es verdad que hay aún gente que solo escucha heavy o solo escucha jazz, pero no dejan de ser una minoría, en cualquier caso.

Tras tu primer concierto en The Palladium (Massachusets), en 1990 (aquella noche en la que se suponía que ibas a telonear a Snap!), Damien, el jefe de Instinct Records, que era tu discográfica, te dijo que algún día serías un artista masivo. ¿Te lo creíste?
¡Oh, no! Ni siquiera pensé que fuera un artista exitoso cuando “Play” vendía cien mil copias a la semana. Supongo que todo esto deriva del hecho de que crecí siendo muy pobre, y asumí que pasaría el resto de mi vida haciendo música que nadie iba a escuchar. La verdad es que el hecho de vender grandes cantidades de discos fue para mi muy sorprendente, y también me dejó muy confuso. Si te digo la verdad, aún me resulta confuso cuando hay gente, a la que no conozco de nada, que me reconoce o me para por la calle para decirme que saben quién soy y demostrarme que saben lo que hago.

Alan Moulder, así como Trent Reznor y Axl Rose, fueron los únicos que entendieron el giro rockista que diste a tu carrera cuando decidiste editar un disco de punk rock industrial como “Animal Rights” (Mute, 1996) ¿Marcó aquel momento tu punto más bajo de autoestima en toda tu carrera?
Sí, sin duda, Fueron unos tiempos muy oscuros. El disco apenas se vendió, obtuvo unas críticas horribles y la gira que le siguió fue deprimente. Había conciertos en los que apenas reuníamos a más de 20 o 30 personas, cuando yo venía de actuar unos pocos años antes en raves y conciertos ante miles. Y aparte de eso, mantenía una lucha en paralelo contra mi alcoholismo, al tiempo que mi madre batallaba contra el cáncer de pulmón que acabaría llevándosela. Fue una época muy dura.

Comentas en el libro que los propietarios de viviendas en Harlem, donde viviste, quemaban sus pisos porque les resultaba más rentable que sus compañías de seguros les pagaran el siniestro. Esa situación de degradación urbana me recuerda mucho a la que siempre se cuenta sobre el Bronx a finales de los 70, unos 20 años antes, cuando emergió la cultura del hip hop, en la que bloques enteros de pisos acababan en llamas...
Sí, así es. Y puedes echar un vistazo a cómo fue la evolución del punk en Londres, y en los barrios deprimidos en los que fermentó, o lo que ocurrió años después en Berlín cuando germinó una escena de música electrónica muy fértil. No puedes crear algo a menos que vivas en pisos baratos, y cuando la infraestructura está que se cae, como en la Berlín posterior a la caída del muro, con edificios en ruinas y gente ocupándolos, suceden estas cosas. También ocurre en los últimos tiempos en la ciudad de Mexico, que está viviendo un gran momento creativo. No sé si has visto “El Tercer Hombre” (Carol Reed, 1949), una película en la que Orson Welles, hablando con su antagonista, le dice una cosa muy significativa: En Italia, en treinta años de dominación de los Borgia, no hubo más que terror, guerras y matanzas, pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron 500 años de amor, democracia y paz, ¿y cuál fue el resultado?: el reloj de cuco.

Durante muchos pasajes del libro afirmas que no te imaginas viviendo en ningún otro lugar que no sea Nueva York. Sin embargo, ahora vives en Los Angeles...
Así lo creía. Que nunca me iría de Nueva York. Pero se ha convertido en una ciudad extramadamente cara, y al final uno acaba entendiendo que Los Angeles no es ta distinta. Al fin y al cabo, no deja de ser una gran ciudad, confusa como todas las grades urbes, y hay algo en ellas que no terminas de comprender pero que -precisamente por ello- te acaba atrapando.

Tu nuevo disco se llama “These systems are failing” (Mute / PIAS, 2016), y aunque solo fuera por ese título, me veo obligado a preguntarte por el resultado electoral de anoche, que dio el mandato a Donald Trump para gobernar tu país durante los próximos cuatro años. Más aún cuando es de sobra conocida tu postura al respecto, que has hecho pública de forma repetida. ¿Crees que es una prueba de que el sistema político norteamericano también está fallando?
Evidentemente, no te puedo decir que esté feliz de que un racista esté en la Casa Blanca. Lo primero que piensas es que es confuso y que todo esto da bastante miedo, la verdad. Pero en cierto modo, también pienso que para que el sistema se reconstruya, tiene que caer. Y eso es algo que no se limita a los EEUU, es algo que está ocurriendo a nivel global. El mundo entero se está cayendo a pedazos, pero hay que pensar que lo que surja de ahí será como activar el reset. No queda más remedio. A veces hay que tocar fondo para volver a ponerse en pie”.

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