Austin rocks
Entrevistas / Okkervil River

Austin rocks

Joan Cabot — 27-12-2007
Fotografía — Archivo

Llevando hasta el extremo la filosofía “High Fidelity”, somos la música que amamos, las películas que vemos, los libros que leemos. Somos una mezcla de accidentes y de referentes culturales en los que buscamos una respuesta para explicarlos y, por mucho que llevemos toda la vida dándole vueltas, no alcanzamos a comprender del todo esa dependencia, ese diálogo irreal que, sin embargo, necesitamos establecer para seguir dándole sentido a nuestras dudas.

"Los discos no cambian tu vida, aunque me deprima mucho admitirlo"

Will Sheff es el líder de Okkervil River, una de las bandas más interesantes del rock americano de los últimos años, favoritos de la crítica y autores de álbumes como “Down The River Of Golden Dreams” (Jagjaguwar, 03) y “Black Sheep Boy” (Jagjaguwar, 05) en los que la banda afincada en Austin han añadido a la profundidad narrativa del alt country el nervio post grunge. Will Sheff también es un fan. Es otro consumidor de reflejos ajenos. “Creo en el mensaje que hay en las estúpidas canciones pop, me tomo las moralejas de las películas demasiado en serio. Tengo tendencia a dejarme seducir por todo ello como cualquier otro y amarlo me ha hecho reflexionar mucho sobre ello”.

"La música folk fue mi primer gran amor"

“The Stage Names”, el quinto trabajo de la banda, no es un disco. Es un meta-disco. En él, Sheff reflexiona sobre la cultura popular, su naturaleza y cómo nos afecta, cómo acaba siendo un ente más allá del control de quien compone, dirige, escribe o actúa. “El objetivo, para muchos artistas, es cambiar a la gente, tener un efecto sobre ellos que los haga diferentes a como eran. Pero llega un momento en que un cuadro es sólo algo bonito que colgar sobre el sofá, a veces una película es sólo una buena manera de pasar un par de horas un domingo por la tarde, a veces un disco es simplemente una buena banda sonora para regar las plantas. ¿Cuántas veces el arte cambia realmente el mundo o la vida de una persona?”. Esa reflexión no es nada nuevo en la música de Okkervil River. A lo largo de sus discos anteriores ya han dejado aquí y allí referencias a otros artistas e incluso títulos autorreferentes. Sin ir más lejos, “Black Sheep Boy” tomaba como punto de partida un tema de Tim Hardin. Pero “The Stage Names” va mucho más allá y en muchos sentidos es el reflejo de la dudas existenciales que deberían asaltar a cualquiera que tenga una banda: ¿por qué hago esto? ¿cómo afecta lo que hago a la gente? “Una vez termino un disco ya no me pertenece. Sale al mundo de manera que cualquiera puede usarlo como quiera. Me alegra saber que mi banda ha ofrecido algo a la gente, ha animado a alguien o lo ha emocionado o ayudado de alguna manera. Estoy orgulloso de ello. Cuando te sientes tan conectado a un disco crees que conoces a la persona que lo ha hecho, como si fuera tu amigo. Desgraciadamente eso no es cierto, lo que es algo triste tanto para los fans como para los artistas”. Lidiar con el hecho de ser un artista también entraña sus peligros. Si pasas lista te darás cuenta de que la cultura popular está llena de canciones horteras sobre ser músico o tener un grupo. Suele acabar todo en un ejercicio de onanismo algo ridículo, lo que añade más valor a lo que ha hecho Sheff, que ha conseguido hablar sobre él mismo a través de otros, como el poeta John Berrymore o la actriz porno Savannah. “Era completamente consciente, cuando empecé a escribir el álbum, de que corría el peligro de caer en la trampa de hacer canciones horteras sobre ser un músico. No estoy seguro de si esto tiene sentido, pero una manera de evitar caer en ello fue pensar desde el principio en el tema soy-una-estrella-del-rock-cansado-del-mundo como un género en si mismo, en parte porque es un cliché difícil de plantear de forma nueva. Quiero decir que lo que me atrae del tema es que cuando el show business se critica a si mismo es todavía más show business. Se convierte en un bucle de imágenes, como cuando enfocas una cámara a la televisión y aparece un túnel en la pantalla”. Otra manera de escapar del egocentrismo es llevar hasta el final la reflexión, hasta dar con la moraleja: es sólo música, es sólo cine, son sólo palabras. “Decir que un disco ha cambiado tu vida es un tópico. La mayoría de discos no cambian la vida de nadie. Quizás hagan más llevaderos algunos problemas, mostrándolos como algo universal, te hacen sentir mejor cuando está hecho polvo. Pero los discos no cambian tu vida, aunque me deprima mucho admitirlo”. Respecto a su antecesor, “The Stage Names” ofrece además una atmósfera menos opresiva. Okkervil River suenan incluso clásicos durante buena parte del álbum. Si “Black Sheep Boy” era una tormenta interior, este nuevo álbum, a la vez que conserva la intensidad emocional, se expresa con mayor sobriedad. Suenan contenidos. “Quería tratar temas serios en el disco, pero quería tratarlos como un juego. Todo el mundo sabe que ciertos aspectos de la vida son difíciles. El reto no está en exponer el hecho, sino en como lo tratas”. De nuevo, el peso recae en las letras de Sheff, alguien que desde siempre ha otorgado un peso literario propio a sus palabras gracias a una estructura narrativa que no se pliega a las necesidades de la estructura de la canción sino que más bien la utiliza como colchón. “La mayoría de canciones de ‘The Stage Names’ están escritas desde un acercamiento lírico, son letras muy intensas. En algunas canciones antiguas, como ‘Get Big’ de ‘Black Sheep Boy’, intenté escribir en el lenguaje más simple posible, palabras de una sílaba, tres acordes”. Su capacidad para contar historias, para desarrollar la idea, profundizando, convierte a Okkervil River en un grupo extraño –en parte por su juventud-, una banda conectada con la tradición folk y a un tiempo en que la música servía para contar historias, contar cuentos. “La música folk fue mi primer gran amor. He vuelto a ella de tanto en tanto y he pasado por épocas en las que lo único que escuchaba eran esas cosas antiguas. No creo que la música de este álbum tenga tanto que ver con la vieja música americana como, por ejemplo, ‘Don’t Fall In Love With Everyone You See’, pero supongo que en el fondo siempre intento escribir con la lucidez poética y cantar con la resolución que escuchas en esos discos”. Escuchar a Okkervil River supone sumergirte en una historia y suele ser una historia sin una solución fácil, sin una lectura evidente. Como toda buena obra está más llena de dudas que de certezas. Al fin y al cabo nuestra vida no es una película, no hay fundido en negro, ni lloramos tanto ni reímos tras el toque de platillos. No hay moraleja fácil. Y “The Stage Names” no te cambiará la vida, pero tampoco es un simple entretenimiento. No es un simple disco, es algo más.

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