ADIOS A PAVEMENT, SURREALISMO SIN ETIQUETAS
Entrevistas / Pavement

ADIOS A PAVEMENT, SURREALISMO SIN ETIQUETAS

Pablo G. Polite — 30-11-1999
Fotografía — Archivo

Su irrupción a finales de los ochenta fue un acontecimiento sonado. Emergieron de la nada y, en apenas tres años, contribuyeron decisivamente a poner patas arriba los cimientos de la industria musical. Siempre al margen de los canales de promoción convencionales y creando escuela. Muerto el fenómeno indie, Pavement da cuenta de la inconsistencia de una mentira... que duró demasiado. En Mondo Web puedes leer una de las últimas entrevistas que concedieron pocos dias antes de anunciar su separacion al final de un concierto en Londres.

Recordemos. Arrebatos de locura y distorsión. Elementalidad instrumental. Grabaciones domésticas. Desaliño. Amor por el cuatro pistas. Y una actitud. De pronto, la industria musical se despereza y, al tanto del creciente revuelo, toma nota y echa redes esperando el giro que revierta para bien en sus arcas. Los ochenta languidecen y, desde las majors, se orquesta una campaña con el signo del dólar en el horizonte. La supervivencia de la nueva década, piensan, depende de ello. Mientras tanto, comienzan a aflorar grupos en todos los rincones de América y, con ellos, pequeños sellos dispuestos a competir con los grandes. Steve West y Bob Nastanovich al habla. «Lo mejor del caso es que, por primera vez, un montón de gente se arriesga para dar salida a bandas que, de otro modo, nunca hubieran sonado y, en torno a ellas, comienza a estructurarse una industria paralela, más cercana a nuestros intereses, modesta, y todavía muy lejos del torbellino que, para bien y para mal, se avecina». En Stockton, Steve Malkmus y Scott Kannberg, alias Spiral Stairs, forman Pavement «sin más ambición que la de ser un grupo de estudio» y se lanzan a la búsqueda del loco que sufrague su arranque. Y aparece Gary Young, un vecino, mayor que ellos, con el sambenito de alcohólico, desequilibrado y pendenciero que, casualmente, tiene un pequeño estudio en el sótano de su casa. En unos meses, editan «Slay Tracks (1933-1969) Ep», una combinación de guitarras desenfrenadas, cambios abruptos de ritmo y letras lacónicas y surrealistas que «no se sabe bien cómo, conquista las emisoras de institutos y universidades y pone en marcha el mejor canal de promoción que uno pueda imaginar: sin críticos ni periodistas, sólo por el placer del gusto. Para nosotros, fue una sorpresa. Nunca habíamos tocado en directo y nuestro repertorio era todavía muy limitado». Bob Nastanovich y Mark Ibold se unen al grupo. Poco después, aparece «Slanted And Enchanted» y los primeros síntomas de desavenencias comienzan a hacer mella. No todo es alcohol, drogas y desmadre, como muchos han apuntado. «Los objetivos de Gary no tenían nada que ver con los nuestros. Él vivía en otra época y tergiversó el sentido de nuestro éxito. Pensaba en nosotros como las viejas bandas de los setenta, cuando cuatro o cinco de ellas acaparaban toda la atención de público, prensa e industria. Nunca quiso aceptar que fuéramos un grupo más entre tantos. Así que decidió dejarlo por dinero, fama y notoriedad» que jamás conseguiría, y lo hizo en el peor momento, a punto del lanzamiento de «Crooked Rain, Crooked Rain» y en plena psicosis indie. La entrada de Steve West supone un punto de inflexión y cambio de registro. Suavizado el tono y con ciertos guiños pop, Pavement, junto a Nirvana, Sebadoh o Guided By Voices, alcanza definitivamente el status de Sonic Youth, Hüsker Du, Dinosaur Jr y The Pixies. «Pero no cuajamos como suponíamos. Con nuestro segundo disco confirmamos que, a pesar de todo, jamas saldríamos del circuito underground. Habíamos alcanzado cierta fama pero para nada comparable con los productos carroñeros que, como Pearl Jam, las grandes discográficas moldeaban a nuestra semejanza. Y mira que el álbum era todo pop». Luego vendrían «Wowee Zowee», su disco más experimental y denostado, «Brighten The Corners», otro giro hacia el pop y las melodías cristalinas repleto de singles, y «Terror Twilight», su último trabajo y punto y aparte en su trayectoria. «Si algo podemos agradecer es que, después de diez años, somos de los pocos que podemos hacer lo que nos plazca. Contamos con la coyuntura necesaria como para que no nos afecten las críticas a nuestros discos y sus efectos. Además tenemos un público fiel que nos permite ciertas desviaciones. Y «Terror Twilight» es sólo el reflejo del momento en que vivimos. Por primera vez, hemos trabajado al ritmo de cualquier profesional: coordinando horarios, con un productor al tanto del sonido y, en definitiva, con disciplina. Es el saldo de una década y hay que aprovecharlo». Y respecto a su influencia sobre tantas bandas y el legado del casi enterrado fenómeno indie, «deberá valorarse con el paso del tiempo. Es un orgullo que nos señalen como ejemplo, pero a ver quién lo hace dentro de otros diez años. Será un buen momento para valorar lo que realmente fuimos. Antes, por lo prematuro, sería absurdo. Aunque esperamos estar, al menos, a la altura de Dirty Three, High Llamas, Stereolab, Royal Trux, Will Oldham o Smog, los auténticos baluartes del sonido sin etiquetas de esta década». No me cabe la menor duda. «Terror Twilight» está publicado por Big Cat/Everlasting.

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