Blackie Books vuelve a acertar al reeditar en nuestro país –tras tomar como excusa el éxito de la serie de mismo título– el primer tomo de una obra publicada originalmente a comienzos de los setenta como es “Todas las criaturas grandes y pequeñas”. James Herriot recoge, en lo que es una maravillosa novela, sus aventuras y desventuras como joven veterinario empleado en la profundidad de la campiña inglesa, entorno a todas luces determinante en el devenir del asunto. A través de unas memorias narradas con trazo tan impecable como en realidad accesible y ágil, Herriot hace un retrato de época en el que predomina ese tipo de humor tan británico, afilado y un poco negro, convenientemente rebajado con leves pinceladas de drama.
Un argumento desarrollado al amparo innegociable y ampliamente empático que desprende su pasión por la naturaleza y todos los seres vivos con los que el afanado protagonista se cruza día tras día, acrecentando su andadura profesional. Caballos gigantescos, vacas embarazadas, cerdas cabreadas, gallinas huidizas, ovejas o perros escandalosos comparten espacio con impagables personajes secundarios que, junto al propio protagonista, enriquecen (y de qué manera) la historia. Las mil y una andanzas de los animales en cuestión (y otras tantas dolencias) se reparten las páginas junto con el veterinario jefe Siegfried Farnon, su vividor hermano Tristan, la impasible Señora Hall y, por descontando, un innumerable número de granjeros, ganaderos y lugareños a cada cual más peculiar. Un compendio de personalidades variopintas que, a lo largo de un total de treinta y cinco capítulos, motivan secuencias entrañables, tensas o joviales según el caso.
Con un trazo tan clásico como en realidad atemporal e incapaz de pasar de moda, “Todas las criaturas grandes y pequeñas” apuesta por realzar la vida rural, no edulcorándola, sino remarcando un realismo que señala de frente a las especificidades del paraje. Una empresa en la que Herriot se muestra exquisito, logrando su objetivo con un libro precioso que merece ser leído, al menos, una vez en la vida. Y, quizás ahora, en estos tiempos en los que la tecnología somete personalidades enteras, su asimilación sea más necesaria que nunca con el fin de recuperar parte de la perspectiva acerca de lo que somos y, ante todo, el lugar que deberíamos ocupar en este planeta llamado Tierra que no nos pertenece en propiedad.
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