El rock dejó de ser la expresión cultural de los jóvenes hace unos cuantos años, así que parece un buen momento para hacer balance de su influencia. Concretamente, el periodista radiofónico José Manuel Sebastián se cuestiona si este género musical jugó realmente o no un papel relevante en las revoluciones acaecidas en el siglo XX. Ese es el punto de partida de este ensayo en el que se plantean preguntas como: ¿El rock es machista?, ¿El rock es racista?, ¿Es reflejo del imperialismo anglosajón?, ¿Está comprometido políticamente?, ¿Es de derechas?, ¿Sigue siendo sinónimo de rebeldía? ¿Estuvo siempre tan ensimismado? Sebastián no ofrece respuestas definitivas a estas y otras cuestiones, pero diserta sobre todo ello hasta llegar a algunas conclusiones válidas. Sirva como ejemplo: “Al final, los hippies se convirtieron en yuppies en los años ochenta. Eran, como los roqueros españoles, los hijos de las familias de clase acomodada”. Otro ejemplo podría ser cuando, en el capítulo “La culpa de todo la tiene Yoko Ono” –homenaje a Def Con Dos, por cierto–, argumenta que, entre las razones con las que se intentó explicar la separación de The Beatles, pesó sobre todo e injustamente el argumento machista de la irrupción de la novia japonesa de John Lennon.
Lo que queda claro en este libro de poco más de cien páginas es que la música rock ayudó a consolidar la cultura juvenil y que lemas como el celebérrimo “Sexo, drogas y rock n’roll” se deberían matizar. Por cercanía, también se tratan de forma tangencial otros estilos como el punk: “El punk no es un intento de revivir el rock primigenio, sino la voluntad de tomar su espíritu indómito y juvenil. Los punks entendían que el mesianismo de las estrellas del rock y los excesos megalómanos de grupos como Pink Floyd o Deep Purple se habían cargado la pasión transgresora de Elvis y compañía”.
Desde la conversión de bandas como Ramones o Motörhead en marcas comerciales hasta la conceptualización de festivales como el Viña Rock, José Manuel Sebastián expone unas teorías con las cuales el lector puede estar más o menos de acuerdo. Eso sí, el último capítulo, el epílogo de este ensayo, es demoledor y lapidario.
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