Hasta la página 157 no se le hinca el diente a Joy Division, rebautizado en el capítulo 19 como “El Mito”. La idea de Mánchester como epicentro musical es mucho más vasta, poliédrica y relevante de lo que en un principio pueda parecer. Las camisetas blancas con los apellidos impresos de los Big Four (Morrissey, Curtis, Brown, Gallagher) son solo la punta de iceberg de todo un universo sonoro que tiene como punto de partida el famoso concierto que dieron los Sex Pistols en la ciudad. Los pocos jóvenes que allí se reunieron montaron un grupo, un sello o algo que pondría la primera piedra del edificio que dio cobijo a una heterogénea lista de bandas que cambiaron el devenir de la música pop. Por cierto, el pelirrojo de Simply Red, Mick Hucknall, también estaba entre el público.
Pero la consigna no era repetir los esquemas del punk, sino expandirse hasta el infinito a partir de lo que se dio a conocer como post-punk. Jez Kerr, de A Certain Radio, uno de los grupos que con más cariño trata Marcos Gendre, lo explica muy bien: (…) “A las personas que estaban haciendo música no les interesaban los tres acordes sucios del punk; querían hacer algo propio”. Más adelante, con un estilo muy suyo, Mark E. Smith, líder de The Fall, diría lo siguiente: “Recuerdo haber visto a Buzzcocks y pensar: ¡Maldita sea, yo podría hacerlo mejor que ellos!”.
Aquí tenemos a los principales actores de aquel Mánchester de finales de los 70, junto con The Durutti Columm, uno de los grupos de cabecera de Deborah Curtis en los inicios de Joy Division. “Mánchester. El sonido de la ciudad. De Joy Division a Madchester (1976-1991)” tiene muchos aciertos y muy pocos errores. Se vale principalmente del fluido esquema oral de publicaciones tipo “Por Favor Mátame”, donde músicos y personajes variopintos (periodistas, promotores, influencers) de aquella época aportan su granito de arena salpicado con comentarios del propio autor con los que se redondea el relato. Muy completo y rico en matices (no solo en lo musical, también en el análisis del fenómeno sociológico), Gendre nos mete de lleno en el Mánchester de los años 80 y sus conexiones con los alrededores (Liverpool está a apenas 50 kilómetros), pero también vuela hasta Nueva York para mencionar el revival post-punk. En la página 296, en pleno reinado The Smiths-New Order, habla incluso del Donosti Sound originario, “término acuñado por el promotor musical Santi Ugarte en 1981 para insertar en el mismo cajón a las bandas Puskarra, UHF y Mogollón”.
Llama la atención el prologazo del director de Rockdelux, Santi Carrillo, de 40 páginas, en el que cuenta en primera persona sus experiencias directas con el sonido Mánchester. Pero lo hace con gracia y credibilidad, sumando así un punto de vista valioso (el de yo-estuve-ahí) y que casa estupendamente con el esqueleto del libro. En el prólogo no podía faltar alguna que otra boutade marca de la casa, como su inquina hacia los Stone Roses. Página 31: “(…) Siempre me parecieron un grupo de rock menor con guitarras y estribillos que aspiraban a ser memorables (y se quedaban en el intento) en canciones retro que competían y perdían contra el legado de la década de los sesenta que ellos conocían al dedillo”.
Y quizás el lenguaje de Marc Gendre se vuelve demasiado alambicado y adquiere tintes barrocos a la hora de describir situaciones y definir conceptos. Dos ejemplos. Página 113, a cuenta de la relación Mánchester-Liverpool: “…Tal conexión no representaba más que un barnizado alegórico que acentuaba el realismo mágico heredado por Bramah en sus tiempos junto a Mark, aunque dentro de una sencillez crítica enfilada hacia los estragos del tacherismo imperante”. Página 121: “New Face In Hell es la versión becketiana del funk mancuniano, resquebrajándose en un latido continuo pero deslavazado, casi casual”. En todo caso, un mal menor para un libro jugosísimo, altamente recomendable.
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