La gran baza de Peter Shapiro reside en el hecho de que parece que, pasara lo que pasara, él siempre estaba allí. En mil y un conciertos, en otros tantos festivales, o gestionando clubes de diferente pelaje, por ejemplo. Pero siempre en el meollo del sarao. Metido hasta las cejas en un negocio musical que, en su caso, comparte espacio con la pasión que la propia música le genera, desde que en los noventa arrastrara al norteamericano hacia un universo que ya no abandonaría y afrontaría en sus diferentes variantes y posibilidades. Y, si hacemos caso a las andanzas relatadas en “La música nunca deja de sonar”, con frecuencia dando prioridad a ese ardor instintivo por delante del raciocinio en la toma de decisiones.
Una posición del todo ventajosa que acumulaba, entre sus opciones, todos aquellos ingredientes aconsejables como para que quedase plasmada en torno a un libro de estas características. Una referencia desarrollada en un total de cincuenta capítulos que suelen orbitar en torno a la excusa que supuso algún concierto, mientras va materializando una línea argumental que apunta a la trayectoria de este neoyorquino que lleva más de media vida ejerciendo como promotor (de todos los calibres), cineasta ocasional o editor. El gran atractivo de “La música nunca deja de sonar” reside, precisamente y sin disimulo, en lo jugoso de esas numerosas andanzas y recuerdos que salpican cada espacio del libro.
Y es que el tomo funciona mejor degustado en piezas independientes que como producto global, careciendo de un auténtico pulso común que homogenice con solidez el contenido de sus más de cuatrocientas cincuenta páginas. Sin embargo, el asunto rueda como entretenida lectura –que no adictiva– con la lectura aislada de cada uno de esos episodios. Lo variopinto –en lo personal y lo estilístico– de los protagonistas que pueblan los recuerdos de Shapiro hacen el resto y potencian la curiosidad.
“La música nunca deja de sonar” es, en definitiva, un libro entretenido, poco espectacular en la calidad narrativa, pero difícil de batir en cuanto a número de nombres, anécdotas y reflexiones por centímetro cuadrado se refiere.
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