De profesión: artista
Libros / Jesús Pérez Artuch

De profesión: artista

7 / 10
Kepa Arbizu — 07-02-2022
Empresa — Txalaparta

La última vez que vi en directo a Tijuana in Blue fue durante las fiestas del barrio bilbaíno de Uribarri, en el 2003, dentro de la gira que la banda celebraba con motivo de su reunión esporádica y la publicación del disco grabado en vivo, y con afán recopilatorio, “Antes de perder el riego”. Fue uno de esos shows que ni su desarrollo caótico pudo impedir la diversión y el desenfreno que imperó, haciendo correr litros de alcohol por igual arriba como abajo del escenario. Un clima que no supondría una excepcionalidad en un evento de estas características si no fuera porque a los pocos meses conocíamos la noticia del suicidio de Eskroto, líder de la formación, justo el día después de terminar su “tour”. Un luctuoso hecho que de alguna manera nos situó a todos aquellos que vivimos esos postreros pasos en la tesitura de no haber sido capaces de descifrar que en realidad estábamos frente a lo que era una desaforada carrera sin vuelta atrás hacia un desenlace prematuro. Pero todo esto supone el final de la historia, y si algo tiene el libro publicado por Jesús Pérez Artuch, “De profesión: artista” (Txalaparta), es un escrupuloso respeto por el orden cronológico a la hora de descubrirnos, o recordarnos, la figura de uno de esos personajes irrepetibles que ha entregado la escena vasca. Su nombre, Marco Antonio Sanz de Acedo Montoya; sus alias, entre otros, Eskroto o Gavilán.

Si remarcable es el, llamémosle, afán periodístico que domina esta obra, por aquello de escavar entre anécdotas, fragmentos de entrevistas, testimonios y cualquier pieza posible que ayude a desentrañar la compleja personalidad de este auténtico antihéroe musical, igualmente lo es su determinación a la hora de poner el foco en el contexto social y personal por el que transcurrieron sus días. Porque tan relevante como conocer sus episodios creativos, lo es comprender esa fotografía global que sitúa el comienzo de la acción en el populoso barrio de Rochapea, donde la cada vez mayor industrialización que vivía la capital navarra se reflejaba en la propagación de luchas obreras reivindicando mejoras en los derechos laborales. Un paisaje que marcó la vida de un joven que pronto supo que ni los estudios ni el trabajo rutinario entraban en sus planes para dar rienda suelta a su espíritu ácrata y burlón, más cómodo entre casas okupas, asambleas, radios libres y garitos donde confabular cómo evitar ser simplemente un siervo más.

En una Navarra, y en general una Euskal Herria, donde los años ochenta transcurrieron con la pasión transformadora y también con la errónea creencia de la inmortalidad de la juventud, nuestro protagonista era una de las luces que con más fuerza brillaban entre los diversos contubernios que la ciudad acogía. Su don de gentes, su sentido del humor y sobre todo su coherente discurso, rápidamente sobresalió en su participación en el colectivo Katakrak, movimiento al que se señala como el origen militante de una figura que pronto, y con la pulsión de la música en vena, irá construyendo una particular carrera que encontraría en su “amateurismo”, derivado de un exagerado gusto por encadenar las noches con el día, la chispa especial para destacar entre las enfurecidas voces de los representantes más ilustres del Rock Radikal Vasco. Eskroto, ya bautizado así para llevar en volandas, junto a su otra voz cantante, Jimmy, a Tijuana in Blue, conseguía a través de su carisma y orgullo pamplonica que la máxima de “lucha y fiesta” pudiera cobrar en los dos aspectos su máxima expresión: flirteando más de lo deseable con el camino salvaje de la vida e implicándose en las causas que sus letras plasmaban. Una dicotomía que ya desde los primeros momentos, y a la larga convirtiéndose en un dilema existencial clave en su devenir, iba a hacer acto de aparición.

Puede que quien busque en este libro un minucioso manual de carácter musical, pese a tener su espacio, quede algo huérfano de tal información, pero a todas luces resulta mucho más excitante la opción elegida por el autor, apostando por sumergirse en los pliegues del carácter de este “showman”, sus circunstancias y sobre todo las no pocas contradicciones que generaron en él. Singularidad de un individuo que le llevó, tras finiquitar su andadura “tijuanera”, a raíz de un escabrosos incidente que le postró en el hospital una buena temporada, a recalar sus huesos en su Shangri-La particular, México, donde embebido de esa cultura, descubriendo sobre todo un tipo un sonido alejado del canónico y que incorporaba una mirada subversiva, regresó con una idea clara en su cerebro: montar una banda afín a esa revelación. Kojón Prieto y los Huajolotes acababan de nacer, y con ellos Gavilán, mariachi de pura casta navarra, y el napar-mex.

Con la intención de no repetir lo que en su opinión fueron errores llevados acabo en la anterior aventura, donde el carácter lúdico y festivo fue perdiendo espacio frente a la profesionalización y el auge de su carácter reivindicativo, su actual andadura pretendió primar siempre su “acento” juerguista. Todo ello pese a no rechazar nunca involucrase en luchas sociales y a contar entre sus hits más destacados con “Carcelero” o “Insumisión”, canciones ligadas directamente al paso por prisión de Toñín -quien sería años después Tonino Carotone- dada su actitud rebelde ante el ejército. Entre versiones de clásicos, y no tanto, de la canción mexicana y composiciones propias que mezclaban la desazón amorosa con la vital o los inevitables pescozones al sistema, la carrera del grupo tomó un rumbo de tal velocidad que su calendario se llenó de fechas con actuaciones que sobre todo contaban con el ánimo de cerrar bares, cantinas y cualquier fiesta que se terciase. De nuevo, su líder se encuentra con la tesitura de llevar sobre los hombros el papel de “rock and roll star”, por mucho que sea cantando rancheras y corridos, una carga que pretende ceder al personaje creado que sin embargo a estas alturas cuesta demasiado disociar de su propia persona.

El inevitable final de Kojón Prieto y los Huajolotes derivó en la retirada del “show business” de Marco Antonio, que encuentra la tranquilidad, que no felicidad, en una vida más retirada y repleta de cotidianidad. Pero el que nace para artista lo lleva marcado en la sangre, y tras un lapso de tranquilidad, “rescatan” a Eskroto para de nuevo verse envuelto en una gira de reunión de Tijuana in Blue, algo que no le satisface del todo aunque se muestra más animado que nunca a los ojos de los demás, actitud que no podrá encubrir un ánimo cada vez más errático e irritable que convierte varios de los conciertos en un auténtico descontrol, especialmente a sus ojos el último que ofrecieron rodeado de colegas en la sala Artsaia el el 29 de noviembre del 2.003. Un día antes de su repentina y traumática desaparición.

Sería un error abordar este libro como si de una biografía al uso se tratara, porque aun siéndolo, la alborotada y en el fondo triste historia del “radiografiado” responde a la de ese protagonista de la novela que consigue rápidamente despertar ternura y cercanía por parte del lector a sabiendas que su sino está fatalmente sentenciado. Porque el recorrido trenzado por Eskroto, Gavilán, o ese, para algunos, simpático y sarcástico personaje que aparece en algunos debates o programas televisivos, desde un principio estuvo marcado por la insatisfacción de quien, verbigracia de su talento para descifrar con exactitud la realidad, es conocedor de la imposibilidad de encontrar un lugar en el que sentirse a gusto, por mucho que enarbolara la careta de divertido hedonista. Y es que esta “pinche” existencia es especialmente intransigente con personalidades tan especiales y sensibles como la suya, que consciente de estar inmersa en una guerra de la que se sabía de antemano perdedor, decidió interrumpir precipitadamente sus días. Ahora, solo nos queda comunicarle que por aquí, y usando el título de su irónica canción, la vida sigue igual, en realidad algo peor desde que él se fue.

Un comentario
  1. Oskar Bilbao 1 marzo, 2022

    Los de Bilbao decimos y escribimos "bilbaino". No creo que eso deba cambiarse por un corrector.

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