Fenómeno Taylor Swift
Libros / Yeray S. Iborra

Fenómeno Taylor Swift

8 / 10
Carlos Pérez de Ziriza — 04-04-2024
Empresa — Sílex Ediciones

El apabullante éxito popular de Taylor Swift sigue siendo indescifrable para muchos periodistas. Yo me incluyo. Y me siento acompañado sabiendo que Yeray S. Iborra también se cuenta –o al menos se contaba antes de acometer este empeño– entre quienes asistían al fenómeno desde la perplejidad. Cuenta con una ligera ventaja: es profesor de secundaria y tiene trato diario con adolescentes. Pero la transversalidad swiftie va más allá de cualquier delimitación por edad o género, porque compañeros profesores, familiares, amistades y allegados de toda condición y pelaje declaran en algún momento su obsesión por ella. Es una fiebre que desborda. Por eso se agradece mucho, desde la óptica del lector, que su acercamiento sea tan parecido (quizá más en el fondo que en la forma) al que Carl Wilson adoptó para escribir sobre Céline Dion en “Música de mierda” (16) o al que Hans Laguna probó para diseccionar a Julio Iglesias en Hey! Julio Iglesias y la conquista de América(22), dos referencias ineludibles en este registro. Aquí hay mucho sentido del humor, sereno escepticismo y –desde luego– ninguna intención de sentar cátedra. Desde el respeto a una artista que concita el interés de millones de personas en todo el mundo: es la mayor estrella global del pop en la actualidad.

Yeray se sirve de la primera persona, de su experiencia personal y de sus vivencias, se documenta y nos brinda un relato que es una desenfadada y deliciosa disquisición del poder de la cultura pop en 2024. Complace que lo enfoque así: es lo más honesto, y hay una segunda lectura (anuncia en su solapa que prepara “una novela sobre crisis generacionales, música, periodismo y precariedad”, que aguardo con devoción) en torno al rol del periodista musical en la actualidad. Si esta no fuera ahora mismo una profesión tan cabrona, y el autor no tuviera que ganarse el pan impartiendo conocimientos –y supongo que poniendo orden– en un aula, tendríamos más ocasiones de gozar de su estilo: directo, desenvuelto, a veces un poco ácido y nunca pagado de sí mismo. Ojalá más (buen) periodismo millennial como el suyo.

Tras leer este libro, me queda claro que el gran activo de la cantante y compositora de Pensilvania –no el único, claro, porque eso sería como revelar la fórmula de la Coca Cola– es su apelación a un enorme denominador común: no es la que mejor canta, ni la que mejor viste, ni la que mejor compone ni la que propone los shows más vistosos, pero resulta competentísima en todos y cada uno de esos aspectos, y resulta auténtica en su modo de manejarse en la industria y generar una íntima identificación con sus fans. No me hagáis mucho caso: esto os lo explica mucho mejor el autor a lo largo de ciento sesenta y ocho páginas. Haceos con él.

 

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