El invencible

Cuando hablamos de ciencia ficción, normalmente, el primer nombre que suele venir a la mente es el de Philip K. Dick. Sin embargo, si tuviéramos que quedarnos con un único autor del noble arte de inventar mundos galácticos, seguramente, no haya autor con mayor número de clásicos pioneros como el polaco Stanislaw Lem. Obras cumbre como “Ciberíada” (65) o “Solaris” (61) son aval más que suficiente para adentrarnos en la filosofía sideral de este gran creador de universos que, con “El Invencible”, llevó a cabo una de sus obras más literales en cuanto a narrativa de aventuras. En este caso, una distopía cósmica que condensa diferentes reflexiones en su órbita novelesca. Quizá la más visible sea la crítica hacia las ansias de conquista de el ser humano, o como estas siempre están colindando con la estupidez en grado sumo. Otra de las cuestiones centrales es el peligro que conlleva la progresiva autonomía tecnológica, que algún día esclavizará a la raza humana. Estos dos grandes temas conectan con el miedo ante los misterios que nos depara la vida ante la exploración del infinito espacial.

Como toda muestra de ciencia ficción del siglo XX, la metáfora con los miedos y peligros del presente siempre rondan las historias narradas; en este caso, la incertidumbre ante una guerra nuclear, que ya marcó la ciencia ficción de los años cincuenta y que en esta novela emerge con la alarma al máximo, y que Lem disfraza a través de una sesuda narración de carácter científico. Y lo hace por medio de una lectura absorbente como pocas, sin respiro ante la progresiva tragedia que se masca capítulo a capítulo, misión a misión. Aventura hacia lo desconocido que resplandece como una de las novelas, sencillamente, obligatorias para todo aquel que ose autodenominarse fan del sci-fi.

Publicada originalmente en 1964, “El Invencible” retorna más actual que nunca y con la excusa ideal de celebrar el centenario del nacimiento de Lem. Un clásico de tomo y lomo.