Similes

Es el disco más ambicioso que jamás pueda haber hecho Matthew Cooper. Y no lo digo porque sea el más experimental en lo que a electrónica se refiere, sino porque ha decidido dar un paso más en su manera de componer. Se ha reinventado acercándose a lo que entendemos como concepto tradicional de canción. Lo ha hecho incorporando nuevas tonalidades a su capacidad para convertir la tristeza y lo crepuscular en algo infinitamente bello. Por primera vez canta en algunas piezas, lo que hace que estemos ante estructuras más pop que le hacen crecer como compositor pero que por el contrario poniendo letra delimita nuestra imaginería. Ganamos en nuevas texturas pero perdemos en abstractismo y libertad de interpretación. Ahora su tristeza se personaliza. Pero su voz, usada como un sentido más, no es la única novedad en su quinto larga duración porque también hay algunas percusiones que dan nuevos matices a su melancolía emotiva. Se desvanece ese minimalismo sólo para piano al estilo Erik Satie, Philip Glass o Michael Nyman, dejando de ser la base de sus composiciones, y por suerte aquí ya no hay ni restos de new age. A ese ambient tan Brian Eno o a la desolación crepuscular a lo Angelo Badalamenti ahora hay que añadirle otra fuerza evocadora mucho más nostálgica: la de esa lírica textual que da vida y forma concreta a su paisajismo.