Daisy
DiscosRusowsky

Daisy

9 / 10
Daniel Grandes — 23-05-2025
Empresa — Rusia IDK
Género — pop electrónico

En una de las escenas más icónicas de ‘2001: Odisea en el espacio’ de Stanley Kubrick, el doctor David Bowman decide apagar el superordenador que coordina su nave. Su nombre es HAL 9000, una proto-inteligencia artificial que parece estar rebelándose contra toda la tripulación. Justo cuando nuestro protagonista se dispone a desactivarla, esta empieza a cantar “Daisy Bell”, una inocente canción estadounidense compuesta por Harry Dacre e interpretada originalmente por Edward M Favor en 1894. Podría ser casualidad que el título del primer álbum de rusowsky se llame precisamente ‘Daisy’. También podría serlo que la portada del disco sea un simio —recordemos el mítico prólogo de la película—, o incluso que el primer teaser del proyecto fuera un mono virtual cantando, sobre el clásico escritorio de Windows, exactamente el mismo estribillo que HAL 9000 canta justo antes de apagarse. Todo esto podría o no ser mera coincidencia, pero un servidor cree necesario tirar de este hilo si realmente aspiramos a detectar un universo temático en un proyecto que, según el próximo Ruslan, nunca quiso tener una unidad temática.

‘Daisy’ es, ante todo, un brillante ejercicio de cristalización de una filosofía sonora que rusowsky lleva perfeccionando desde sus primeros singles, una fiel traducción al formato largo de una energía indiferenciable, pero sin duda difícilmente definible. La etiqueta bedroom pop se queda ridículamente corta para definir a un artista que construye su identidad en la exploración continua y en la deconstrucción radical del género musical. El cantante y productor vallisoletano consolida en su primer disco un más que estimulante sonido propio caracterizado, precisamente, por su voluntad por no ceñirse a un sonido en concreto. De alguna forma, rusowsky explora las sinergias entre lo familiar (Heimlich) y lo extraño (Unheimlich), entre su tradición y su innovación, en busca de lo que Freud probablemente etiquetaría como una extraña familiaridad. En ‘Daisy’, el déjà vu es sin duda recurrente, pero por supuesto nunca reaccionario. Más que bedroom pop, podríamos entender este paisaje de fantasía urbana como dreamcore pop. rusowsky apuesta por una pista de baile nostálgica, por un sonido liminal.

Ejemplifica a la perfección esta melancolía vaporosa “SOPHIA”, primer single del proyecto, una balada cibernética marca de la casa cuyo sintetizador inicial podría haberse rescatado del nivel acuático del Super Mario 64 —a día de hoy, sigo pensando que podría ser un sample literal de “Dire Dire Docks” de Koji Kondo—. Que ‘Daisy’ suene en muchísimas ocasiones como un poema reproducido en una Nintendo 64 demuestra la peculiar nostalgia con la que trabaja rusowsky: romances en los píxeles, idilios digitales y amor sin cuerpos. Basta con fijarnos en el videoclip del tema, el cual nos narra el enamoramiento entre Ruslan y SOPHIA, una inteligencia artificial encerrada en un televisor enganchado a un orinal, que termina con ambos convertidos en meros datos numéricos dentro de la pantalla pero, eso sí, capaces de bailar juntos.

Ese contraste latente entre el amor imposible pero posible, entre los besos imaginados pero no perpetuados, se materializa en el diálogo que un silbido computarizado y unos acordes orgánicos de guitarra desarrollan en ‘4 Daisy’, una preciosa nana cibernética construida desde los opuestos que se entienden y que, de nuevo, vuelve a hacer referencia a la canción de Harry Dacre que aparece en la película de Kubrick. De hecho, tanto Ruslan como Stanley parecen compartir la fascinación por un mismo hecho histórico. En 1961, el IBM 7094 se convertiría en el primer ordenador en ser capaz de cantar. La canción escogida fue, por supuesto, “Daisy Bell”. El cineasta decidió incluir esto es su película, mientras que el productor lo convirtió en el teaser de su primer álbum y, quizás, en el eje conductor de un proyecto marcado, precisamente, por los contrastes entre los sentimientos humanos y los sonidos artificiales. Al fin y al cabo, poco diferencia hay entre la trágica ironía de una máquina deseando compartir “a bicycle built for two” y la de rusowsky deseando bailar con su virtual SOPHIA. “Porque tus besos ya no saben a nada”, canta Ruslan.

Esos choques —culturales, sonoros, estilísticos— movilizan un disco en el que conviven artistas a priori tan incompatibles como Las Ketchup o Kevin Abstract. Con las primeras, rusowsky diseña “Johnny Glamour”, una enérgica secuela espiritual de “Dolores” (20) —con sample de la misma incluido— que homenajea a tres madres indirectas del sonido urbano nacional, pioneras en la fusión del flamenco y el europop. Con el segundo construye “LIAR?”, una luminosa oda-pop de cuerdas, relativamente continuista con el sonido del último proyecto del estadounidense, que explota, como si de un espectáculo pirotécnico tras un día en el parque de atracciones se tratara, con una traca de atropelladas percusiones. También encontramos una faceta atípica de Ruslan en “pink + pink”, colaboración junto a Ravyn Lenae que explora el R&B de la forma en la que lo haría Pharrell Williams si hubiera sido adolescente durante el auge de Soundcloud —¿puede ser que incluso aparezca el icónico four-count start o este texto ya me está volviendo loco?—. Por no hablar de “99%”, totalmente indiferenciable de algún experimento inédito de Tyler, The Creator. En todos estos temas, por mucho que se deje seducir por sonidos ajenos, rusowsky conserva su diferencial producción aurática, sus sintetizadores oníricos y, por supuesto, su hipnótico delivery, siempre tan polifacético como inspirado. Basta con darle una escucha rápida a “malibU” para corroborar esto último, una infalible bachata de falsetes que nos invita a preguntarnos si alguien fuera de Rusia IDK podría siquiera intentar jugar a este juego.

Imposible no sentir devoción por ‘ALTAGAMA’ y ‘BBY ROMEO’ —esta última junto a su inseparable cómplice Ralphie Choo—, los últimos dos adelantos de ‘Daisy’ que confirman la vigencia de un romanticismo brillantemente específico (y una especificidad románticamente queer), únicamente imaginable en boca de los los Bonnie y Clyde del panorama musical nacional, de los Ennis Del Mar y Jack Twist con los que fantasearía Harmony Korine (véase el videoclip de su colaboración). Ambos cowboys comparten en su álbum debut, y en toda su discografía, el gusto por la vaporosidad de la balada deconstruida, pero también por la rugosidad de los bajos distorsionados del ragger y la velocidad esquizofrénica del breakcore, siendo "VALENTINO" (22) la muestra más representativa de la vertiente más agresiva de Rusia IDK —de hecho, esta colaboración entre Ralphie Choo, rusowsky, PEDRAXE, mori y Clutchill podría considerarse “La escuela de Atenas” de la discográfica madrileña—.

No todo en ‘Daisy’ podían ser delicados vuelos en gravedad cero por nuestros amores imposibles, también teníamos que disfrutar de algún que otro golpe de bajo. En este sentido, ‘KINKI FÍGARO’ (¡sublime nombre para un tema!) abre el disco con la misma fuerza bruta con la que un mono aporreando violentamente a otro con un hueso da paso al delicado viaje espacial de Kubrick. La colaboración con Jean Dawson empieza con una inocente intro orquestal propia de clásico de Disney para adentrarse en un terremoto de texturas, chops y beat switches capaces de cargarse a un niño victoriano; una esquizofrénica sinfonía de ondas que se ha ganado a pulso ser la intro de los shows de rusowsky durante años —de hecho, lleva siéndolo desde hace meses—. También ha sonado ya en algún concierto del vallisoletano “suckkKK!”, joya de la corona de “Daisy”, un duelo de reggeaton-glitch mano a mano con La Zowi que nos regala a dos intérpretes en estado de gracia, capaces de no despeinarse ni un pelo mientras doman a este toro mecánico de arrebatado funk carioca.

Es curioso cómo, incluso en los temas más aparentemente despreocupados por la nostalgia, el vanguardista ‘Daisy’ encuentra recurrentemente cacofonías de música preexistente: en “suckkKK!” se rescata el icónico “Papi Chulo” (03) de Lorna, el estribillo de ‘4 Daisy’ incluye una sutil interpolación de “Words” (83) de F.R David y “Johnny Glamour” toma prestadas lyrics de “Dolores”. Sin embargo, el ejemplo más sobrecogedor de este ejercicio de fantasmología musical es el que rusowsky invoca en la impecable “project tu culo”, nombre muy traicionero para una canción capaz de partirte en mil pedazos. Que la intro de la misma incluya los mismos coros chopeados que aparecían al inicio de “+ suave” (20) convierte el tema en uno de esos déjà vu que se reivindicaban al inicio de este texto, en un susurro sin tiempo que nos permite empatizar con esa melancolía cibernética que atraviesa todo el proyecto de arriba a bajo: ‘Daisy’ no es un disco sobre la tragedia de echar de menos, sino sobre la tragedia de seguir echando de menos. Hace cinco años añorábamos mientras escuchábamos “+ suave”, ahora añoramos mientras escuchamos “project tu culo”.

No es descabellado pensar que el sonido aparentemente enérgico de Rusia IDK pueda ayudarnos a entender nuestra espectral relación con el pasado. Algo parecido propuso José Manuel Costa en relación al primer Simposium Tecno en un texto titulado “El futuro que nos han robado” (19), en el que el periodista musical reflexiona sobre el presente eterno al que el capitalismo nos ha condenado y el papel que juega en él la música de ordenadores. “Lo que veo es que, al no haber futuro, el pasado también se hiper comprime y todo el pasado se convierte en presente”, explica. ‘Daisy’ es un presente construido desde un pasado hiper comprimido que, desde su añoranza crónica, se esfuerza en proyectarse al futuro, aunque sea a partir de ecos. En “(ecco)”, rusowsky también añade brevemente —esta vez sin pitchear— el coro de “+suave”. “Es una sensación que ya no tiene lugar”, canta el productor mientras confirma que este es un álbum sobre los sentimientos imposibles, sobre esas máquinas que le cantan a Daisy justo antes de apagarse. Pese a que a un servidor le coma por dentro la curiosidad por saber qué hubieran aportado al proyecto todos esos temas que no llegaron a entrar en el disco, ‘Daisy’ consolida a rusowsky como uno de los más grandes de nuestra música, precisamente porque con él pasado, presente y futuro se confunden. Porque parece que siempre estuvo aquí, pero también que aún lo tenga todo por hacer. Porque, con él, nunca sabremos si echábamos de menos, echamos de menos o echaremos de menos.

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