Tatuajes
Discos / Mayte Martín

Tatuajes

8 / 10
David Pérez — 15-04-2024
Empresa — Nuevos Medios
Género — Canción

Como dijo una vez el gran cantaor José Domínguez Muñoz ‘El Cabrero’: “A la voz no hay quien la pare, ni rejas ni paredes”. Esa estela de libertad la cumple y sigue a la perfección Mayte Martín, una de las voces nacionales más personales y auténticas de las últimas décadas. Fraguada en peñas flamencas y concursos durante su adolescencia, poco a poco, le fue calando la esencia del cante hasta los huesos, de la raíz a las ramas que tocan las estrellas, demostrando en cada trabajo su espíritu imparable, su necesidad de metamorfosear y buscar nuevos caminos artísticos. Reconocimientos desde muy temprano: de la Lámpara Minera en 1987, máximo galardón del Cante de las Minas y unos de los más importantes del flamenco en sí, al premio Antonio Chacón en el XII concurso nacional de arte flamenco de Córdoba en 1989, hasta llegar a su debut discográfico, “Muy frágil” (94), disco en el que ya demostró su amor y dominio del cante jondo, recorriendo diferentes palos y abriendo con una reposada y doliente alegría de puño y letra, “Navega sola”, asentando su arte y deslumbrando desde aquellos primeros surcos con una poderosa fragilidad repleta de matices. “Ay, amor... eres mi cruz y mi herida, / yo llevaré tu amor a cuestas, ay, pa’ los restos de la vida”.

Siguiente parpadeo y “ni rejas ni paredes”, o como ella dice, “el flamenco es su origen y no su yugo”, firmando junto al maestro Tete Montoliu a las teclas su segundo álbum, un “Free Boleros” (96) en el que, “empezando”, terminaba por dejar claro que su sensibilidad era totalmente irrefrenable, abrazando el bolero y el jazz, desgarrando con cada interpretación a corazón abierto. Canciones desnudas y palpitantes, más reales en su boca que la propia vida, tejidas de nostalgia “para apagar un loco amor que más que amor es un sufrir”. Y así pasan los años y Mayte, bajándose del mundo en movimiento, dejando de lado toda moda efímera y prisa comercial, tras seis vibrantes discos más, reposados y personales como pocos, con la Medalla de oro al mérito en las Bellas Artes por el camino (2021), reaparece (casi siete años después de su anterior trabajo), con otra suerte de eclipse artístico a flor de piel, “Tatuajes”. Proyecto en el que, retomando formato de cuarteto y pulso jazzístico (voz, piano, contrabajo y batería), reinterpreta una docena de obras inmortales que todo mortal debería tener interiorizadas de principio a fin. Canciones universales que no entienden de inmediaciones, sino de dejar marca en la memoria colectiva y en cada cuerpo, de generación en generación, y que ahora Mayte desnuda y filtra por su voz prodigiosa como si fuera la última noche en la Tierra.

Este genuino viaje que nos eriza la piel sin tregua a cada escucha, repleto de aromas, recuerdos y cicatrices, comienza, como no podía ser de otra forma, agradecido, con el beneplácito de Violeta Parra en una hermosísima “Gracias a la vida” que Mayte hace suya, para seguir con dos de “las más bellas historias de amor que tuvimos y tendremos”, la “Lucía” de Serrat, en la que “el olvido sólo se llevó la mitad”, y esos “cinco minutos en los que la vida es eterna” de “Te recuerdo Amanda”, con Víctor Jara bajo las alas.

Sin aliento estamos y así seguiremos. De la menos conocida “Zamba para no morir”, popularizada por Mercedes Sosa, que vuelve a nacer en la boca de Mayte como el rocío de la mañana, con un contrabajo que rezuma clase en cada embestida y nos golpea el lado izquierdo del pecho; a la belleza desgarrada de “Amore mio”, con Mayte Martín quemando las naves en italiano, para poco después hacerlo en francés, con el doliente “Ne me quittepas” de Jacques Brel, previo paso por una “Alfonsina y el mar” que para las manecillas del reloj y roza el milagro.

Pasado el ecuador “sigue de fiesta la imaginación” y flotamos con otra sublime interpretación del tema de Marta Valdés, ese que Silvia Pérez Cruz y Javier Colina bordaron años atrás, “En la imaginación”, para proseguir a ritmo de bossa nova con el clásico de Vinicius de Moraes y Tom Jobim, “Eu sei que vou te amar”, acariciándonos y estrujándonos el corazón con la delicadeza de las más grandes.

Volvemos a cuba y seguimos en ese amor que no termina por volver y nunca se va del todo, un “El breve espacio en que no está” que le arranca lágrimas y sonrisas al propio Pablo Milanés, allí donde esté. Rematándonos por tango argentino, puro fuego que abre y funde heridas a cada paso de sensualidad, risa y llanto, más un “Me voy de tu vera y ‘olvíame’ ya”, copla entre las coplas, “La bien pagá”, que sólo hace avivar la llama que nunca cesa.

Amor eterno por la música, el arte de desnudar el alma sin pedir nada a cambio, interpretar cada verso abriéndose las carnes, arrojarse a las canciones como si fuera la primera y la última vez, cantar como Mayte Martín.

 

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