El tercer álbum entregado por la enigmática banda de Baltimore desde el año 1993 no resulta poseedor de ninguna dote grandilocuente que vaya a destacarlo forzosamente en las portadas de la prensa especializada. A cambio su escucha resulta accesible y francamente gratificante, con una equilibrada mezcla de delicado shoegaze, pop ensoñador y ramalazos folk que ensimisma y convence sin atisbo de duda. Es el excepcional valor de aquella obra creada con sentimiento y acierto, incluyendo nueve cortes cocinados a fuego muy lento, con especial cuidado en evitar que prisas y agobios estropeen una receta encantadora. Los norteamericanos logran seducir al oyente tras compartir esas sensaciones gracias a la belleza de composiciones engalanadas por las voces compartidas de Marc Ostermeier y Tanya Maus, principales artífices del proyecto. Un disco en el que apetece zambullirse una y otra vez para empapar la mente de su placidez latente, mientras se descubren detalles inéditos a cada nueva inmersión disfrutando de la herencia imprescindible de formaciones como Galaxie 500 o Yo La Tengo.
... y a dormir... No apto para escuchar a la hora de la siesta.
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