“Glider”, como indica su título, planea por
corrientes atmosféricas. Nueve pistas de paisajismo depurativo a vista
de pájaro, libre y expansivo. Inmensos latifundios vírgenes,
manantiales helados, glaciares derritiéndose o efluvios deslizándose
como esos bucles y loops de guitarra reverberizadas. Una
secuenciación fílmica evocadora y embriagadora, gélida pero muy cálida.
Algunos caen en lo fácil y ya le han querido ver el referente shoegaze
a lo My Bloody Valentine por el título. Otros le vemos la inspiración
minimal del pionero Wolfgang Voight o de Tim Hecker y Fennesz. En
ocasiones es extremadamente atmosférico y contemplativo. En otras, el
misterio de unas texturas densas y brumosas se intensifica gracias a
unos latidos sumergidos que parecen salir del fondo del agua. Belleza
estática pero dinámica que purifica con ambientaciones en tonos
blancos, negros, grises (como su artwork) e incluso azulados. Un
trabajo que ha pasado por las manos de Stefan Betke (aka Pole) y que
siendo un primer álbum encumbra a este incógnito productor de Seattle a
lo más alto. Probablemente este podría ser el principio de un nuevo
mundo o el final de nuestros restos. Aunque mejor imaginaos cómo podría
haber sido el mundo sin nuestro agresivo cinismo.
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