Si el manido retrofuturismo tiene que sonar a algo, albergar algún sentido proteico e iluminar el sendero de la música pop en un futuro inmediato, que (por favor) lo haga al ritmo de las composiciones de Death And Vanilla. El dúo sueco formado por Marleen Nilsson y Anders Hansson se supera de largo en este segundo álbum, una colección de ambrosías con regusto analógico que nunca caen en la complacencia vintage, sino que juegan a tender un puente de plata entre pasado y futuro engalanándolo con los únicos materiales aptos para trascender: la personalidad acusada y el arrebato de genio.
Como si quisieran retomar el testigo legado por Broadcast y al mismo tiempo ampliar su longitud de onda, se marcan aquí un impresionante compendio de psicodelia tenue, requiebros a las bandas sonoras instrumentales de los años 60 y 70, evocaciones de las cenefas ingrávidas de Mazzy Star e incluso guiños a la tradición kraut, en diez composiciones absolutamente fascinantes, que exhiben un logrado equilibrio entre accesibilidad y experimentación, gradualmente secuenciado de principio a fin. Dice la literatura promocional que lo grabaron con solo un micrófono Sennheiser de los años 70, comprado por apenas diez euros en un mercadillo. Y eso, al margen de concederle ese irresistible aura magmático, seguramente también sea una nueva prueba de que el talento es algo que ni requiere grandes emolumentos ni se ensaya en una probeta. Háganse el favor de agenciárselo. No se arrepentirán.
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