Un Vida excepcional
Conciertos / Vida Festival

Un Vida excepcional

8 / 10
Yeray S. Iborra — 05-07-2021
Empresa — Vida Festival
Fecha — 03 julio, 2021
Sala — La Masia d’en Cabanyes
Fotografía — Estefanía Bedmar

No hay nada como las excepciones. Las buscamos constantemente, aunque nos reporte miedo. Aventura e intranquilidad. Hemos vivido año y medio en el más extraño de los comunes. Un nuevo algo, más solitario, rutinario y dirigido. Hasta el punto que lo que antes era una tradición, muy contemporánea, cierto es, el carrusel de festivales de verano, ahora es un goteo todavía tímido. De eventos primerizos. Como volver a descubrir el fuego cuando ya sabes viajar al espacio. Raro todo.

El VIDA ha sido un festival excepcional: el primero del calendario. Y por tanto, el más riesgoso. El estreno del VAR. Un milagro. De caos y de orden. Ha deleitado con un cartel todo estatal, una apuesta convencida, según aseguraba el director del festival a esta revista, y que podría convertirse en un buen precedente en adelante para el sector, y ha hecho sonreír a la mayoría. Los primeros, los músicos.

Vetusta Morla, Love of Lesbian, Clara Peya, Bronquio, María José Llergo, Hinds… Todos tuvieron palabras para la “cultura segura” y la emoción ante un evento tal. Sin par en tantos meses. La intensidad estaba justificada.

Hubo escollos hasta llegar aquí y también voluntad: un concierto probatorio en el Palau Sant Jordi y montar un sistema de cribado intrincado, que creó indignación el primer día, pero que se fue enderezando. No todas las excepciones pueden ser excepcionales.

"Dos horas llevamos.... ¡Dos horas para entrar!", se quejan dos muchachas en la cola, mientras varios voluntarios reparten agua. Son las ocho de la tarde; hace un buen rato que la música suena en el recinto, pero las varillas van más locas que las cuerdas de guitarra en un hangar a escasos metros del festival. Un hospital de campaña donde hay microclima y más grados que Internet, pese a que el sistema anti-Covid está basado en una app. Es jueves, primer día del festival. Son varios los que se quedan fuera, según denuncian las redes. La organización se excusa y ofrece compensación para ellos.

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Rigoberta Bandini

Jueves 1 de julio.

"¡Vamos ahí!". Esa es la respuesta masiva cuando llegan los resultados a la malograda App. Cambian las caras y los asistentes cambian el metálico hangar por la belleza del paisaje de muros de piedra y viñas del camino a la Masia d'en Cabanyes, el espacio idílico donde tiene lugar el VIDA desde su nacimiento. De fondo, "Funky town" de Lipps Inc. “Tengo que seguir adelante”. Está atardeciendo. Merece la pena avanzar para ver la nueva propuesta de Ramón Rodríguez con Paula Bonet. Música y pintura, un maridaje no siempre logrado. Otra excepción la de hoy: ella pinta un ojo que mira intenso, fondo negro. Ella a veces dialoga, otras no. Y él le da a la distorsión y carga de emotividad el fondo: “El Yeti” (Oh, rompehielos”, 15). Bonito y convincente.

Antes Biznaga dan una auténtica lección de actitud y ganas. Himnos de registro punk con el que tragarse la hiel de lo acontecido. Primeros pogos. Primera vez que sentimos la libertad de hacer el cafre. Y no veas lo que se agradece!. Es un escenario pequeño  donde el festival marca sus limites, pero ellos lo han hecho grande, muy grande.

Muy cerca,  también  entre árboles,  Vera Fauna reparten psicodelia y rock, con recuerdo incluido a los andaluces del mundo. Poco después, llega uno de los platos fuertes de la jornada. Lo mejor se da en el escenario La Masia (el segundo por tamaño). Tanto Hinds como Rigoberta Bandini ofrecerán un alegato feminista.

Las primeras, guitarrero (“Riding solo”) y simbólico, piden que una mujer del público “suba a tocar un instrumento” en “Garden” para compensar tantos años de sólo hombres sobre las tablas (se apunta Laia Martí de The Crab Apples). La segunda, hortera, diva y mágica, recupera los saltos de dedos apuntando al cielo con “Perra” y tiene momentos rarísimos, como esa versión de “Qualsevol nit pot sortir el sol” hacia la mitad o la versión final makinera de “Too many drugs”.

Y de nuevo, contrastes. Entre la zona central del festival y los aledaños. Mientras en el escenario principal Vetusta Morla, ya entrada la madrugada, ofrece un recital rock clásico, por no decir exactamente el mismo bolo que dieron en el Festival Cruïlla antes de la pandemia, gustaron y se gustaron, en el bosque, Candeleros dan tropicaleo, Mano Negra, a los que el rock de “Maldita dulzura” les queda lejano. Distorsión, saltos y brincos antes de un Pau Soler que baja las revoluciones y empieza sesión con muy pocos Bpms. Pero con color y fineza.

El público acompaña para cerrar a Joe Crepúsculo y su nuevo yo, una mezcla entre el Crepus de siempre –petardo– y su versión Dire Straits –con banda–. "Dime la verdad". Dimela: ¿Te llevaste todo el público del festival, Crepus, porque Daniel Watts andaba mezclando “Hey ya" con Black Eyed Peas, no solo como si una pandemia no hubiese pasado sino como si 2003 tampoco? Joe Crepúsculo dio un repaso al “Supercrepus II” (20), pero también fue generoso con su discografía y la entrega al respetable: “Fábrica de baile” y a volar. Aprovechó el legado Guille Milkyway para cerrar un día extraordinario en todos los sentidos: de colas kilométricas, de renaceres y de sonrisas perpétuas. Algunas bajo mascarilla, otras al viento.

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Love Of Lesbian

Viernes 2 de julio.

Si bien velocidad y seguridad nunca fueron grandes aliadas, el VIDA decidió en su segunda jornada dejar de lado la tecnología (la App), realizar las pruebas y entregar resultados en apenas segundos y dejar en manos –literal, mediante un papel– del público su acceso al recinto. Se solucionaron las colas. Eso llenó el recinto antes.

Pau Vallvé  y su retrato de pandemia sin igual, “La vida és ara” (20), se escuchaba desde lejos, camino al recinto: había mucha menos gente. Menos quejas: muchos menos gente hablando del sistema de cribado y muchos más cantando de lejos “Èpoques glorioses" o “Amics dels cirerers”.

El catalán, curtido en mil batallas, adaptó su nuevo show, un juego de luces y canciones realmente, quedándose solo en las canciones. Su slot era de chicharra. Superó la prueba con nota. Más abrigada por la arboleda, deleitó Meritxell Neddermann, adn VIDA, pura calma chicha: piano desbocado, controlado, descontrolado. Precioso, como sea. "Jo vull estimar-te" puso punto y final al recital, ya empalmando con algo más atmosférico e hiperpop como lo que venía a continuación: Ferran Palau. Como es habitual, mantuvo linealidad, aprovechó que le cayó el jackpot de la puesta de sol para ilusionar y mató con su excepcional “Amor” (“Parc”, 21), lo más versátil de su set.

Una forma de entender el riesgo diferente a la de Maria Arnal y Marcel Bagés, que por si no fuese poco el giro de “Clamor” (21), lo llevaron a campo abierto. "Volver a empezar de nuevo", que cantaba María Arnal en “MIlagro”. ¿Empezar de nuevo? Ellos, una y otra vez. Ahí radica su valentía. Y la gente respondió, con vítores y lágrimas, a un sonido impecable y una puesta en escena cada vez más desenvuelta, pese a lo meditado del espectáculo. Actuación del día, perseguida de cerquita por la fiesta sad-pop, jazzy, postpunk (les acompañaron Baywaves, que también habían tocado en la jornada) de mori y rusowsky. Efectivos pero no efectivas; conectaron con el público por motivos muy diferentes a los de Nathy Peluso y Stay Homas, estos últimos en el escenario principal y que jugaron al all in y al coqueteo humorístico, respectivamente.

La argentina afincada en Barcelona empezó como un torbellino urbano, de ventiladores a la cara, para pasar a un directo cercano al crucero: excesivo y de saltos gansos entre géneros. Y los segundos, nacidos del confinamiento, con sentido en el confinamiento, ilusionaron con su juego de manos de cerca.

Acabaría el viernes como los tests: rápido, rápido.

Primero, la gracia –al discurso y a los platos– de Bronquio, que con su hardcore y EDM, ecos a The Prodigy y a palos flamencos, ofreció el live del festival. Siempre con “Galgo” de fondo. Un máster en electrónica bastarda y divertida. El año que viene volverá a Vilanova –ya confirmados– junto a Rocío Márquez y el nuevo EP que lanzarán en otoño. Poco después, Sau Poler empezó el juego de los beats limpios, que fue aumentando hacia el baile, como si los canallas de Ladilla Rusa –tocando a la vez y dándose un buen baño de multitudes– anduvieran mareando en sus maletas de maxis. Lo extraordinario también es el baile y el de Badalona cumplió la máxima.

De igual forma lo hizo Miqui Puig, acostumbrado a menear las tardes en la catalana Icat. Esta vez el parquet de su “Pista de fusta” lo acomodó en el escenario principal del festival, con especial hincapié en la década de los ochenta. Sonó Eurythmics. “De eso están hechos los sueños”. Pues sí, en la “nueva normalidad” ya es soñar despierto poder desentumecer caderas y hombros al aire libre.

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María José Llergo

Sábado 3 de julio.

En el punto medio está la sabiduría. Así que el sábado, ni grandes colas, ni papeles entregados al momento. Diez minutos de paciencia en el hangar para que los antígenos dieran el visto bueno o no. Con autorización de entrada en la mano y pulsera confirmatoria en la muñeca, Vida excepción. Excepción como ‘fuera de la norma’.

El Vida 2021 sobresalió con Clara Peya y María José Llergo que, cada una por motivos diferentes, dejaron claro por qué vivimos de las excepciones.

La gente se entregó a la “Perifèria” (21) de la primera y al vigor flamenco de la segunda. Peya bailó de lo pequeño a lo grande, siempre desde la exquisitez. Torrente emocional. Eso son las periferias emocionales: "Las que todas vivimos y sentimos. Todo núcleo necesita de su periferia para existir", decía mientras se giraba del asiento de su piano para buscar al público con la mirada. Puso la guinda un "Mujer frontera" –dedicado a las jornaleras de Huelva– cantado por la portada de junio de esta revista, la colomense Queralt Lahoz.

Mientras todo eso acontecía en las grandes ligas, en una pequeña aldea Gala y bajo un sol de justicia, Mareta Bufona oficiaban de grupo simpático con su indie-pop de manual con más ecos a Teenage Fanclub que el cañón del Colorado. Resultones y próximos, merecieron los calurosos aplausos ¡Por supuesto! Y es que pocas veces se ha visto sudar tanto a un grupo sobre el escenario.

"¡Sois los que salvan la cultura!", atinó María José Llergo nada más pisar el escenario. Y en cuanto sonó “Canción de soldados” el sol empezó a ponerse más lento. La voz, especialmente encendida este sábado de la cordobesa, fulminó a todos los presentes, acompañada de Paco Soto (guitarra) y Miguel Grimaldo (teclados). "Niña de las dunas" la dedicó a las mujeres y con “La luz” se quitó los zapatos, como la infinita Lola Flores, y convirtió Vilanova i la Geltrú en centro del universo. Musical –como mínimo–

Era una montaña altísima la que tenía que remontar para ese entonces Sen Senra. Lejos de achicarse, salió a lo suyo: llamas y videoclips de fondo y pausa como forma de moverse. Al extremo opuesto: Melenas. Mucha vitamina. Y con público, pese a la coincidencia con uno de los cabezas de cartel de la edición. Al igual que Camellos y en el mismo escenario. Desparpajo garagero y pop a parte iguales, los madrileños demostraron que más allá de su arroz con cosas tienen un buen puñado de canciones para hacerte pasar un gran rato.

El Petit de Cal Eril puso play justo donde lo había dejado el día anterior Ferran Palau: sostenido, sideral, poco desarrollado y algo ligero. Superó unos problemas técnicos que cortaron el sonido y cerró el bolo con el público en una nube. Ovacionado. Aunque no se puede hablar de ovaciones sin una de las pocas no excepciones del festival: Love of Lesbian, unos que ya antes de estos meses inauditos coleccionaban aclamación. En el bolo más multitudinario, un parlanchín Santi Balmes puso énfasis en la gesta del día y tiró de experiencia… Tienen reconocibles para aburrir, y muy seguramente, necesarias más que nunca durante esta pandemia para muchos: "Noches reversibles" o “Bajo el volcán”,  sumadas a un show escénico de impacto, dejaron en anécdota cualquier otra muestra de popularidad durante el festival.

Tan lejos, tan cerca. Boye no tuvo ni una décima parte del público de Love of Lesbian, pero no le sobró un ápice de actitud en esa extraña mezcla que va del hip hop al jazz, sin PCR mediante. Salió Pavvla a compartir el escenario con él y con el maravilloso bailarín Moreno Bernardi. Quién quiere audiovisuales teniendo a un amante del movimiento así sobre el escenario.

Y quién quiere… Nada, quién quiere nada más teniendo la fórmula de la canción perfecta. Como es el caso de Mujeres, que con sus guitarrazos generaciones allanaron el camino a Maadraassoo para poner punto y final a la edición. Estuvieron menos de una hora sobre las tablas, pero repasaron ostensiblemente el catálogo, incluyendo temas de su último EP, “Rock y amistad” (21). El frenesí sólo paró durante los treinta segundos que dura la intro de “Al final abrazos” y que a falta de Cariño tuvo a Oihana Herrera de Melenas a los teclados. Al final, abrazos no hubo. Esperemos. Pero sí se volvió a experimentar un festival –casi– como antes.

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