Mucho meneo, meneo bizarro
Conciertos / The Silly Walks

Mucho meneo, meneo bizarro

8 / 10
Holden Fiasco — 21-03-2023
Fecha — 17 marzo, 2023
Sala — Pub El Mendigo
Fotografía — Dena Flows

Segundo volumen, lo llaman ellos, y segunda promesa cumplida, digo yo. Con el plural de la tercera persona, nos referimos al colectivo Farras Bizarras, que nació como iniciativa para avivar la oferta musical y las opciones de ocio de su ciudad natal, y, en poco tiempo, con su espíritu hazlo tú mismo y compromiso con el pueblo, lo han repetido hasta en dos ocasiones.

Si aún estaban frescos los recuerdos del primer volumen, no se irán muy rápido los que deja esta segunda ocasión. Lo cuento todo ahora, no tengas prisa. Te cuento lo que recuerdo, eso sí. Porque uno es débil e imprudente y tiene a bien integrarse en el ambiente y trascender la experiencia, ya me entiendes. Y estos lo llevan impreso en el nombre: prometen diversión y celebración por todo lo alto, y doy fe de que así fue, que no fue tanto por la decoración, los hinchables, las chapas de regalo, la rotulación del escenario, el confeti despedido, el maestro de ceremonias, y el resto de parafernalia, que la hubo, y bien que estuvo, como por el buen rollo, el ambiente de cordialidad y la sensación de comunidad bien avenida, sin derramas ni dramas, todos y todas, conocidos y extraños, al roce y la rumba, sin pararte a pensar qué pasará mañana en el orden mundial.

Todo esto ocurrió en el Mendigo Aretoa de Barakaldo. Allí llegaron primero los franceses de The Silly Walks. Puntuales como ingleses, se hicieron una secante desde el Mediterráneo hasta el Cantábrico. Aparcaron allí mismo, descargaron y a probar. Poco más tarde, con adelanto sobre el horario previsto, aparecen los Plan B, que venían de más cerca y aparcaron más lejos, para compensar. Aquello parecía Babilonia: se oía hablar en inglés, euskera, francés y castellano, para alegría y goce de Jean Haritschelhar. Luego estaba el lenguaje musical, los acordes, bombos, súbeme la voz, métele fuzz, Aratz cambia las cuerdas ya, que le iban dando aroma a la purrusalda o al cassoulet.

Y unas horas más tarde, arrancó el bolo concertado. Sin hacer ruido, aparecieron Aratz, Karlos y Mundu sobre el escenario. Arranca este último con la primera guitarra, le siguen pronto y alto bajo y batería y ya está el calor que te sube por las pantorrillas. Ya no paran hasta el final, por supuesto. Bueno, se quitan el sudor de la frente, pegan un buche, dan las gracias, lo justo para respirar, pero el bolo se gasta como la pasta en manos de un marajá de cumpleaños. No te das cuenta y ya llega el final. Todas las canciones van enfiladas. La energía no cae en ningún tramo. Se dejan todo el ánimo en la apuesta, que solo hay que verles al bajar, como transpiran los tres, respiran satisfechos y les crece una sonrisa de oreja a oreja. La misma que tenía el personal, mientras ellos curraban arriba en el andamio.

Se van de viaje hasta aquel primer maxi CD que publicaron, del que recuperan alguna, o incluso más lejos y más abajo, porque descienden hasta “En las catacumbas” para dedicarle a Mikel, uno de los organizadores y el que insistió para que lo hicieran, esa de los Barley Juice, historia del punk en Donostia, donde militaban Mundu y Karlos antes de que optaran por seguir con otro plan. El B, pero que podía ser el A, que la B aquí no es ordinal, debe venir de bien, como le gustaba a Hannibal Smith que le salieran los planes y como sale este del bolo.

También visitan el resto de sus trabajos, por supuesto. Volvieron a su versión de The Circles y en primera fila se gritó a pulmón el estribillo de “Opening Up”. Esa canción demuestra de que va esta banda, que entienden el punk, el rock, la música, como quieras llamarlo, la vida si me apuras, sin costuras ni medidas. Te evocan a MCD o a los Sex Pistols, lo mismo que se acercan al mod o al powerpop y todo porque lo que les va es hacer canciones redondas, de las que se pueden memorizar como pasajes bíblicos, de las que se te quedan en la sangre como si buscaran bombearte vida. Y tira para “Lory Jane”, con ese bajo que mesmeriza más que la campana al perro de Pávlov, o vuelve hasta ese final rotundo y colmado donde nos dejamos la faringe gritando la letra con púas de “España se muere”.

Y, encima, había más, que llegaban The Silly Walks, con su theremin y su disco nuevo bajo el brazo, que se podía comprar allí y bien que vendieron a todos esos vaqueros y vaqueras que se ven en la portada. Hay uno, con mandolina y cara risueña, que lleva puestos unos pantalones que recuerdan a la vestimenta del arlequín. Precisamente allí, ellos mismos parecían invitar, con los colores de sus atuendos, a hacer asociaciones con la comedia del arte. Ronan Gauderat, cantante y guitarrista, vestía de blanco de arriba abajo. Rémy Ségala, bajista, iba de negro completo. Para completar trío, la baterista Axelle Perrot llevaba una pata del pantalón de cada uno de esos colores. Esto lo interpreto yo como que se pasan por el forro los extremos. Y eso es algo que mola.

Y es que aunque su música te invite enseguida y de manera fácil a usar las etiquetas más básicas, que si garage, que si psychobilly… Y es que aunque digas que sí con la cabeza cuando alguien los escucha y te dicen al oído que si The Reverend Horton Heat, que si The Cramps, que si alguien ha visto que acababa de entrar en el local un tal Tav Falco… Y es que aunque sea así, sí, hay más: hay theremin, todos cantan, el bajista tiene una manera muy particular de decorar el ritmo, y Ronan te presenta su guitarra como si fuera la piedra Roseta para que entiendas el jeroglífico. Vamos, que hay sustancia, nervio, feria, brío y persuasión. Pero también matices, aristas, una buena ristra de canciones que completaron un repertorio equilibrado y con poco hueco para la digresión.

Recuperaron canciones de su anterior disco, Hazy Fuzzy Buzzy, que en su día sacaron con Family Spree Recordings, como “Zombie Love”, pero, en gran medida, se alimentaron de su último disco, Trash Attack, del que, si no cantaron todas, poco les faltó. No destacó ninguna porque destacaron todas, pero si nos apunta con la pistola la forajida enmascarada que sale de la basura (cómprate el disco) elegiríamos “Do the Blowfish”. Fish no, pero fuzz a tope. Y reverb. Y ese theremin que acabó tocando el público en lugar de la pala de Rémy, en un final apoteósico y marca de la casa. Lo cuento.

Axelle se pone a desmontar la batería y regalarla a la gente que hace cadena para bajarla del escenario, ordenados como los vecinos en un incendio pero con los baldes llenos de alcohol, que aquí todos quieren avivar la llama y que no se apague. Con la batería ya en el suelo, Ana toca el bombo, el otro los platos y aquel la caja. En el escenario, quedan los otros dos miembros, que también son presas de un público que ha borrado todas las líneas. Alguien al que no invitaron le tienta las ondas electromagnéticas a la nunca del theremin. Je suis désolé, pero ya no hay vuelta atrás. La cosa se desmadra y la banda se arranca sin avisar con el “Where’s Captain Kirk?” de Spizzenergi. Con los chicos, al escenario, se ha encaramado el maestro de ceremonias, Andi Sinclair de Los Retumbes, que aún luce su bonita chaqueta color burdeos de tres botones y confección de sastrería y sus Ray-Ban, pero ha perdido la cerveza y el gorro de fez que le servían de uniforme de trabajo. Ahora, comparte micro con Rémy para vociferar la pregunta del estribillo. Otro espontáneo, el mencionado anteriormente Mikel Actitud, también sube a la tarima y con pintas de sindicalista en acción esgrime uno de los dos carteles gigantes que, durante todo el bolo, se han paseado por la primera fila, al estilo de la cartelería reivindicativa en las protestas antibélicas de los 60, pero con más acidez y acierto aún. En uno se leía “Menos postureo” y en otro “Más meneo”, que es algo que, muchas veces, se te pasa por la cabeza cuando te acercas a la capital, pero aquí no, no hacía falta, aunque funcionó como demostración de intenciones. Ya solo queda el primer cartel, que lo muestra Mikel con empeño, porque el segundo lo destrozó Andi contra el suelo, emulando a Paul Simonon con el bajo. La peña baila al son de Spizzenergi vía Silly Walks sin que les importe una mierda donde está el capitán Kirk porque ellos quieren estar aquí y ahora, ahí y entonces. Y así se llega al final, que había que llegar.

Pero se alargó el tercer tiempo y convivieron en comandilla bandas, organizadores, trabajadores y público, como no podía ser de otra forma. La fiesta se hizo itinerante y fulgurante, que la madrugada les echó el guante sin preguntar. Alguno y alguna lo que preguntaban era que cuándo habría más. Pero la respuesta, se perdió en el aire, el aire viciado del interior de un bar, como tenía que ser.

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