El equilibrio es posible
Conciertos / Nos Alive

El equilibrio es posible

8 / 10
Fran González — 11-07-2023
Fecha — 08 julio, 2023
Sala — Recinto del Festival

Quince ediciones no se cumplen todos los días, y con motivo de esta particular celebración, el festival lisboeta NOS Alive vuelve a consagrarse un verano más como uno de los eventos principales del país vecino, haciendo gala de todo aquello por lo que goza de renombre internacional y, de paso, enmendando ciertas deudas pendientes con el público más local.

Volviendo a su tradicional jornada de tres días (en lugar de los cuatro con los que firmaron su esperado regreso en 2022, tras el parón pandémico), es comprensible que los ojos del asistente medio terminen dirigidos a esa estridente y portentosa cabecera de cartel, protagonizada por una inversión mayoritariamente mainstream y focalizada en nombres de clamor generalizado (Machine Gun Kelly, Lil Nas X, Sam Smith, Morad, Lizzo, Red Hot Chili Peppers, Arctic Monkeys, o Queen Of The Stone Age). Pero si en algo ha sabido reparar el festival con respecto a pretéritas ediciones, es en su considerada mirada a la escena local lusa, ofreciendo a ésta un fair playv digno que propicie su merecida proyección y visibilidad, convirtiéndola a su vez en una más que deliciosa alternativa para aquellos ávidos descubridores de músicas nuevas o simplemente para el público más reacio a las concentraciones masivas.

Así pues, se nos brinda una oportunidad pintiparada para dejarnos caer por la suculenta mezcla de tradición y vanguardia de Ana Lua Caiano, por la feroz experiencia de post-rock y guitarreo duro de Linda Martini, por el satírico pop de dormitorio de Femme Falafel o por la frescura urbana de Lucy Val, logrando con ello que algunos de los citados pasen de ser casuales avistamientos a terminar convertidos en carne de escucha regular. Un santo y seña para la organización con el que ésta no solo busca poner en el mapa a su escena autóctona, sino también impregnar de cierto carácter patrio la experiencia festivalera para el asistente foráneo, quien abandona las inmediaciones del Passeio Marítimo de Algés teniendo claro el papel que juega el festival en lo que a vender la marca lusa se refiere. Por efecto rebote, vemos amenizado nuestro ir y venir entre escenarios, ofreciéndonos gratas sorpresas y dotando a nuestro programa de mano con un equilibrio del todo necesario para saciar gustos variopintos y diversos (bueno, ya lo dice su ambicioso claim, “the best lineup always”).

Y es que a pesar del todoterreno de nombres que desfilan por las inmediaciones del festival lisboeta a lo largo de sus tres días de celebración, NOS Alive vuelve a hacer gala de una generosa letra mediana en su cartel  (Men I Trust, IDLES, Sylvan Esso, City and Colour, King Princess, Girl In Red, Angel Olsen), dispuesta a darnos grandes alegrías y postulándose como la mejor de las opciones ante las franjas horarias más concurridas. Si a ello le sumas, además, mantener de forma activa e ininterrumpida espacios dedicados al fado (Palco Fado Café Stage), a la comedia en vivo (Palco Comédia Stage), a la escena emergente portuguesa (Palco Coreto Stage), o al espíritu raver más insaciable (con actuaciones como las de Kelly Lee Owens, Krystal Klear o Boys Noize en el WTF Clubbing Stage), la fórmula termina siendo ganadora per sé.

Con todo, y gracias a un despliegue sustancioso de recursos tecnológicos, patrocinios e infraestructuras, NOS Alive logra ofrecernos una experiencia de lo más completa, demostrándonos que, en lo que a esta carrera macrofestivalera en la que estamos actualmente inmersos se refiere (con sus respectivos pros y contras), Portugal avanza con premura y sin quedarse atrás.

Lizzo

Angel Olsen

Con algo más de experiencia en la recámara, tuvimos seguidamente el placer de ver a la genial Angel Olsen, dispuesta a sentar cátedra a través de una breve pero intensa revisión de sus mejores temas. De la mano de su mirada juguetona pero estoica y de su característico tono de voz nasal, la estadounidense se fue haciendo fuerte progresivamente sobre el Palco Heineken Stage, descubriéndonos poco a poco las diferentes capas de un paisaje de color ocre en el que su elegancia lograba parar el tiempo y nos sumergía en un mar de contemplación y gozo del que no queríamos salir. La carga emocional de su reciente trabajo, marcado por reflejos de añoranza y tradición (“All The Good Times”), no fue óbice para que pudiésemos elevarnos del suelo con sus respectivas cartas maestras (“Shut Up Kiss Me”, “Sister”), haciendo de la suya una de las alternativas tapadas más remarcables del festival luso.

Arctic Monkeys
Llegó un momento en la vida de Alex Turner en el que éste decidió peinarse como José Luis Rodríguez “El Puma”, imitar el acting de Nick Cave, y convertir a su alter-ego mediático en una suerte de presentador de show de variedades o pianista de burdel con olor a Brummel. Te respetamos, Alex. Has logrado que muchos abramos en nuestro interior el manido melón sobre la evolución de una banda y cuestionemos hasta qué punto anclamos nuestras preferencias musicales al pasado, sin derecho a ver más allá de nuestras nostálgicas narices. Pero aquí falla algo. Como si de dos bandas distintas se tratara, durante sus casi dos horas de concierto Arctic Monkeys buscan colarnos de tapadillo los nuevos cortes pertenecientes a su cuestionado The Car (algunos de ellos maridando con mejor resultado que otros; y otros, convertidos directamente en frenazos innecesarios dentro de la dinámica del show). Haciendo gala de un encomiable esfuerzo por intentar cuadrar las distintas edades de la formación a lo largo de su set (a la engolada versión de “Cornerstone” nos remitimos), Turner no nos privará de darnos aquello que hemos venido todos a buscar (cerrar el show con el poker “I Wanna Be Yours”, “I Bet You Look Good On The Dancegloor” y “R U Mine?” es todo un detalle). Sin embargo, y a juzgar por la tímida y fría recepción que recibieron sus congas y setenterismos de nueva época, los británicos nos demuestran tener la labor aún pendiente de depurar la maduración de su propuesta, a fin de crear una exhibición más homogénea entre sus diferentes versiones que preserve la atención del público. Roma no se construyó en un día, y confiamos en que Turner y los suyos terminen dando con la tecla.

Men I Trust
Tan pronto como estos canadienses tomaron conciencia del llenazo que habían provocado en el Palco Heineken Stage (cuando apenas se acababan de abrir las puertas del festival), una sonrisa cálida y sincera, de extrema gratitud y humildad invadió el rostro de Emmanuelle Proulx, tornándose en un gesto perenne a lo largo de toda su celebrada intervención. Una exhibición de cómo el futuro del dream-pop no requiere de reiteradas formas para asegurarse la prosperidad y un excelente tránsito por los picos y valles del shoegaze más atmosférico, el funky más romántico y la psicodelia más etérea. Mientras el público se fundía en aplausos y vítores ante la dulzura superlativa de Proulx y la entrega a las seis cuerdas de Jessy Caron –capaz de marcarse solos interminables que engrandecían aún más su puesta en escena-, comprobamos con gozo que tanto clásicos de su repertorio (“Tailwhip”, “Show Me How”) como temazos de nueva época (“Billie Toppy”) provocaban en su generosa y entregada audiencia un recibimiento generalizado de lo más positivo, recordándonos a todos los presentes nuestro deseo por tener en nuestro poder, más pronto que tarde, ese nuevo disco que la banda lleva prometiéndonos durante meses.

The Black Keys

Puede que su ya explotada fórmula de rock añejo del Misisipi (denostada abiertamente con la pobre acogida de su regreso formal en “Dropout Boogie”) haya calado con escasa efectividad en el último año; pero es una absoluta realidad que, tan pronto como empiezan a sonar los primeros acordes de cualquiera de las múltiples pistas reconocibles de The Black Keys, la audiencia clama enfervorecida y la propuesta del dúo vuelve a la vida en forma de “lololo” comunal. Tristemente, comprobamos que en formato estudio no tenemos del todo claro cómo de próspero será el envejecer artístico de esta dupla –teniendo en cuenta que, a excepción del, pocas canciones posteriores a 2014 logran colarse en su set-list con la eficacia esperada; pero eso sí, tampoco seremos nosotros quienes cuestionemos la firme unidad que demuestran en directo Dan Auerbach y Patrick Carney (una que ni el tiempo ni la redundancia logran hacer sombra). Todo tiene su respectivo anverso, y mientras seguimos esperando una propuesta que nos devuelva a los mejores The Black Keys de estudio, sus éxitos firmados a lo largo de dos décadas siguen poniendo en pie al más pintado.

IDLES
Si alguna vez te has preguntado cómo sería adaptar a un escenario masivo las vibraciones y el espíritu de un club de punk guarro y oscuro, el señor Joe Talbot y su alocada compañía tienen la respuesta –y nos la darán a golpe de garganta desgarrada, silbidos de guitarra distorsionada y perorata ruidista-. Es realmente emocionante comprobar cómo en apenas un lustro la propuesta de IDLES ha pasado de la excentricidad más minoritaria a terminar llenando estadios sin despeinarse (y lo mejor es que ha sido a través de un proceso de lo más orgánico, y sin cambiar un ápice de su corrosivo discurso original). Desde las tablas, su frontman nos dirige como títeres, invitando a cientos de personas a que se arrodillen o se pongan en pie cuando él y su canción estiman oportuno. Arenga a los presentes a repetir deliberadamente “Fuck The King” hasta que nos oiga el aludido (el de aquí, el de allí, el que sea). Haz con nosotros lo que quieras, Joe. Pocos nombres consiguen que himnos antifascistas y crudos de semejante calado alcancen hoy día una proyección tan alta e internacional, y solo por eso la formación británica tendrá siempre un hueco especial en nuestros corazones.

King Princess
A sus tan solo 24 años, Mikaela Straus es capaz de dejarnos claras dos cosas tan pronto como su energía vital comienza a desbordar los márgenes del Palco Heineken Stage: la primera, que el vigor de su tierna edad logra contagiarse de forma unánime entre los asistentes en el mismo momento en el que ella y su banda toman posesión del terreno de juego; y la segunda, que su propuesta, fuertemente deudora del pop-rock noventero y reforzada por una nutrida comunidad de fans con conciencia de colectivo, supone un bálsamo de esperanza para ese relevo generacional que tantas y tan buenas propuestas nos deja. La entrañable entrega de King Princess viene rellena de una emoción desnuda y cruda que conquista al instante, pues en todo momento ésta será capaz de convencernos de la humanidad y la piel de su registro, gracias a ese torbellino sin filtro de confesiones y empatía que genera en segundos. La esperanza de ver cantera con corazón, nervio y exenta de imposturas.

Lizzo
De la rabia y la turbulencia pasamos a la edulcorada y entrañable Lizzo, capaz de enamorar al público desde la primera toma de contacto con el mismo. No es para menos, pues la artista sabe cómo tocarnos la fibra sensible con un discurso bajo el brazo cargado de letras que abarcan la auto-aceptación, la tolerancia, el amor en todas sus formas y colores, y el respeto por el otro. Dicho así, podría quedar la cosa un tanto acaramelada (y tal vez así sea, pues los pelos de punta y alguna que otra lágrima furtiva se nos escaparán si nos pilla con las defensas bajas), pero a ese emocionante contenido la artista también es capaz de sumarle un exuberante continente, recargado de luces de neón, cuerpos de baile, guitarristas y percusionistas en vivo, su inseparable flauta, y puntuales cambios de vestuario con los que logra cuidar al extremo la puesta en escena de todos sus temas, aun no siendo estos sus cortes más populares. Queda más que patente que Lizzo posee el carisma arrollador de las grandes divas del pop, sin la pátina altiva de otras de sus coetáneas, y una habilidad innata para conectar con el presente a través de un humor sano, su desparpajo y un carácter incandescente.

Red Hot Chili Peppers
Poco importa que sobre sus espaldas cuelguen años y años de carretera y espectáculo, pues en el momento en el que los Red Hot Chili Peppers pisan el escenario, la energía de las primeras veces rebosa en ellos con contagiosa eficacia. Kiedis y compañía son como una sociedad de malabaristas, prestos a entretener desde el minuto uno y a hacer gala de sus destrezas y virtudes como si de un concurso de talentos se tratara –a ver quien revienta el aplausómetro-. Ya bien sea tirando de clásicos de toda la vida con los que meterse al público en el bolsillo, o deleitándonos con jams improvisadas entre tema y tema, nos queda claro que ver a Flea pulsando las cuerdas más gruesas del funky o a Chad Smith tirando el Palco NOS Stage abajo con la fuerza de sus redobles es algo por lo que merece la pena aguantar un concierto masificado. Y sí, no pasamos por alto que ésta es la primera vez que vemos girando a John Frusciante con la banda tras quince años de ausencia, lo cual hace que cada tema en el que éste está especialmente involucrado, se torne doblemente emocionante. No se puede decir mucho más que no se haya dicho ya reiteradamente sobre uno de los actos principales del rock alternativo: RHCP logran seguir conjugándose en presente y son como el buen vino; por muy trillado que a priori pueda parecernos ver su nombre presidiendo el festival de turno que se precie, su propuesta sobre cualquier tabla disipa dudas al instante y nos ofrece exactamente aquello que se le demanda a un cabeza de cartel.

Yaya Bey

Tener la desdicha de que tu bolo se solape con el del virtuoso y afamado Jacob Collier trae consigo la infeliz contrapartida de que tu propuesta termine gozando de una inmerecida y comedida recepción; sin embargo, y como se suele decir, durante el concierto de Yaya Bey éramos pocos pero valientes. Ver a la neoyorquina por Europa no es algo muy habitual, y considerando que la suya es una de las más prometedoras apuestas en el campo del soul y del R&B actual, era de recibo dejarse caer por el Palco WTF Clubbing Stage, reconvertido para la ocasión en su particular salón privado, y disfrutar con ello de esa manera tan especial que la artista tiene de intercalar su poderosa prosa en clave de jazz-rap con interludios ácidos, donde la tirita siempre va antes del corte. Yaya no se calla ni una, y el mismo carácter que le vemos volcando sobre sus letras es el que luego predica a través de sus particulares discursos, arremetiendo contra toda clase de fobias, pintándole la cara a quien más se lo merece y demostrando ser todo un portento de la palabra. Desde el racismo institucional, hasta el papel de la mujer en la industria musical, pasando por un ardiente sentimiento de liberación y empoderamiento, Yaya nos demuestra no hacer prisioneros ni buscar agradar a quien no comulgue con su postura. Algo que esperamos no termine siendo óbice para que le sigamos viendo brillar de la forma que se merece.

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