Puedes beber en la calle, fumar en (casi) todas partes, jugar a las tragaperras en el aereopuerto antes de recoger las maletas, dar una vuelta en una góndola veneciana, visitar París, Montecarlo o la Roma Imperial en cuestión de minutos, casarte en una capilla llamada acertadamente Graceland con un impersonator de Elvis oficiando la «ceremonia», perderte en un hotel que tiene forma de pirámide, ver cómo una señora en silla de ruedas y una bombona de oxígeno que la ayuda a respirar se gastan hasta el último penique mientras unos recién casados no se molestan ni en cambiarse para jugar al Black Jack, apostar al rojo y que salga negro, disfrutar de Tom Jones en su hábitat natural (si eres previsor y has comprado las entradas con la suficiente antelación), ver a auténticos freaks campando a sus anchas entre mesas de juego, caminar veinte minutos y estar en pleno desierto, comprar los souvenirs más horteras del mundo, hablar con cowboys a los que hace gracia tu forma de vestir, ver volcanes en erupción, llenarte en pocos minutos los bolsillos de tarjetas con fotos de chicas (y sus números de teléfono) dispuestas a todo, ver auténticas strippers... Y, además, este pasado Halloween (si ya flipas un día de cada día, ¡imagínate en Halloween!) también podías disfrutar como nunca de tres noches de... ¡¡¡Auténtico Rock’N’Roll!!!! ¿Dónde? Dónde va a ser, en Las Vegas.Hotel Gold Coast, viernes 29 de octubre. Mogollón de rockabillys maqueadísimos, garageros impecables, algún que otro mod, incluso un punki, así como un montón de nipones rock’n’rollers. Y, entre todos ellos, gente de Barcelona, Madrid, Gijón, Valencia y Guadalajara. A las 18:30, puntualmente, un tiparraco saltó al escenario que anuncia el inicio del Las Vegas Grind. Por delante nos quedaban tres noches: Beat Night, Beach Night y Beast Night. Horas y más horas de conciertos, de buena música, de momentos históricos, de diversión y de fiesta por todo lo alto, encima a miles de kilómetros de aquí, en ese lugar mítico que, para muchos, es Las Vegas. ¿Y qué vimos? Además de las Devil-Ettes, grupo femenino animador de la fiesta con sus impagables coreografías herederas de las Rockettes más barriobajeras empapadas de alcohol, también pudimos enfrentarnos a alguna nada desdeñable go-go enjaulada. ¿Y qué escuchamos? Fuzz-garage con las inglesas Dirty Burds y Diaboliks, r&b descontrolado por los Dukes Of Hamburg y controlado por los Breadmakers australianos, rock&roll con tintes surf de los ingleses Arousers (molan más sus camisetas y portadas que sus discos), algo más purista por Jack & The Rippers, más salvaje por los Shutdown 66 (¡¡¡los Guitar Wolf les adoran!!!), desfase directamente desde las cavernas por parte de los Neanderthalls y las Neantherdolls, algo más mod con los Embrooks y algo de twist con una auténtica frat-party band como son los Saturn V con Orbit al frente. Pero es que aún hay más: el rey de la fuzz-guitar, el mismísimo Davie Allen con unos remozados Arrows presentado por los Phantom Surfers, la auténtica juerga que se montaron los acojonantes Untamed Youth, y las instrumentales de los Straitjackets, que pueden resumirse en una exclamación: ¡cómo tocan los cabrones! Y más. Flipantes los nipones Neatbeats y su beat directamente importado desde Tokyo que nos hizo olvidar la ausencia de los Kaisers. Buenísimos. El supergrupo donde un Milkshake, un Kaiser y un miembro de los Thanes desplegan el mejor beat: los demoledores Wildbeests, muy apropiados como aperitivo para la ostentosa presentación de Sir Billy Chilldish y sus Mighty Caesars, ataviados en togas y montados en una cuadriga. Sólo rhythm & punk. Sí, todavía más. Mr. Rhythm, que no es otro que el incomparable Andre Williams acompañado por unos poderosos Countdowns: la auténtica leyenda del r&b más sucio y caliente en plena acción. Y momentos realmente históricos: los brindados por Fabulous Wailers, desde Tacoma. Los reyes de las fiesta a finales de los cincuenta y principios de los sesenta haciendo sonar impecablemente temas como el «Louie Louie» o el «Out Of Our Tree», lógicamente sin la fiereza de antes, pero sí con envidiable destreza. Y los reyes: The Trashmen, que no desaprovecharon la ocasión y se sacaron unos años de encima tocando sus clásicos. Surfin’ Bird y Bad News hicieron enloquecer directamente al personal. Pero lo jodido es que no todo acaba aquí. Al finalizar los conciertos, la mejor música (grasiento r&b, salvaje sixties punk, auténtico groovy Hammond sound, locos instrumentales, desesperado rock&roll, cabalgante surf, soul incendiario...) se apoderaba de los platos gracias a inmejorables disc-jockeys (Tim Warren de Crypt, la gente de Norton Records, Mike Stax...). Sí, el paraíso en la tierra. Y el próximo 30 de junio y 1 y 2 de julio, segunda parte...
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