Entre el Primavera Sound de Barcelona y el de Oporto, High Vis aprovecharon su visita peninsular para pisotear A Coruña a golpe de riff. Lo hicieron en la Mardi Gras, una sala para poco más de cien personas que, en día laborable, apenas logró contener un fenómeno mucho mayor que el espacio definido por sus paredes. Graham Sayle –vocalista y alma de la banda–, convirtió su cuerpo en un surtidor inagotable de sudor, desde esos primeros acordes en los que fue goteando sobre el escenario como si cada poro escupiese la presión acumulada. Su piel era un diluvio en movimiento, y la temperatura sofocante de la sala no hacía más que amplificar esa sensación de asfixia compartida.
Toda la banda parecía derretirse con cada golpe de caja, pero era Sayle quien llevaba la transpiración al extremo, como una prolongación física de su entrega. Entre canción y canción, asomaba en su pecho la cicatriz aún visible de la cirugía urgente que, recientemente, obligó a la formación a cancelar la que iba a ser su gira americana. Una marca que, lejos de transmitir fragilidad, reforzaba su presencia escénica. Un silencioso recordatorio de lo superado para continuar firmando conciertos poderosos y más que sobresalientes como el saldado con entradas agotadas de Mardi Gras, al que llegaban con su último disco, “Guided Tour” (24), bajo el brazo.
El calado venía, más allá del setlist, de la certeza de estar viendo a una banda en claro crecimiento exponencial. En cierto modo, recordaban a IDLES, Fontaines D.C., Gallows o Turnstile cuando aún podían tocar en salas. Y, sin embargo, High Vis no se limita a rugir: bajo ese corazón de hardcore punk, sus guitarras tejen melodías con ecos de The Smiths o U2, aportando un brillo pop inesperado y luminoso. A veces, uno sabe que está viendo algo especial. Algo intangible, en el punto exacto entre el presente y el estallido. Algo que, en unos años, se recordará con sonrisa incrédula y satisfecha: “¿Te acuerdas de cuando tocaron aquí?”.
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