Night Business

Benjamin Marra (Halifax, 1977) no vino al mundo (artístico) para ser políticamente correcto o alentar a la tibieza, la posición discreta, la voz modosa. Marra se aprieta los gayumbos y posa pecho lobo, argumentando desde el epílogo de “Night Business” que su mayor obra de arte la realiza “cuando me acuesto con una dama”. Así que en estos “Negocios nocturnos” encontramos cualquier cosa menos corrección templada. El dibujo es rudo, incorrecto (aunque va evolucionando al ser un work in progress). Los personajes son burdos, también incorrectos. Las escenas resultan una sucesión de salvajadas… ¡todo incorrecto, vamos!

Por lo tanto, y sin poner en duda las cualidades amatorias de Marra, cuesta creer que su mejor obra de arte no sea esa bajada a las alcantarillas que son sus cómics. “Night Business” es una bobada argumental, cierto: una serie de bailarinas de strip-tease son (muy) violentamente asesinadas. Una de ellas se salva, pero, desfigurado su rostro, decide convertirse en motorizada justiciera, oculta con su casco-máscara. Al final todo tiene que ver con lujuriosas sectas satánicas o algo así. Si no entiendes nada, al menos te reirás con los diálogos casposos y con la voz del narrador que usando un modo trágico y épico de novela pulp resulta totalmente engolado (yo “le pongo” voz de Vincent Price y así me río más).

Pero el argumento y las formas y voces que emplea Marra son parte del concepto global, esa bajada al grumo sin concesiones. Cierto es que sus relatos brutos y salvajes funcionan mejor en el trago corto, el relato breve (al menos a mí), pero la tirada de ovillo que supone esta obra (una de sus primeras, y que fue alargando poco a poco, entrega a entrega, hasta alcanzar 231 páginas) puede ser una quermés perfecta para conocer su reino de trash y glam, serie Z y superhéroes (ojo, hay bastante Frank Miller bajo las capas de tosco underground de este cómic). Un buen ejemplo, pues, de uno de los autores-revulsivo más eficaces del presente.