El fuego nunca se apaga
Comics / Noelle Stevenson

El fuego nunca se apaga

6 / 10
Judit Monferrer Barrionuevo — 22-11-2021
Empresa — Astiberri
Fotografía — Archivo

¿Podemos llegar a ser realmente felices? ¿Es posible albergar sentimientos nocivos o malignos, infelices, aún cuando todo va perfectamente sobre ruedas? ¿Están las personas destinadas a la desdicha crónica, a pesar de que no haya motivo para ello? Todas estas preguntas son las que se cuestionan en “El fuego nunca se apaga”, lo último de Noelle Stevenson. Y digo cuestionan porque su componente filosófico hace imposible dar con una explicación clara, y puede que ni la propia autora pueda dar con una respuesta satisfactoria, aunque desde luego intente darle sentido a sus dudas en esta novela gráfica. Una pieza de arte con la que busca comprenderse a sí misma y con la que ofrece consuelo para todas aquellas personas que, como ella, se sienten un poco perdidas, un poco solas. Un poco a punto de quemarse y renacer.

Esta no es la primera historia de Noelle Stevenson que ve la luz, ni mucho menos. De hecho, la joven ilustradora y autora estadounidense tiene un largo recorrido laboral repleto de éxitos, como el cómic “Nimona” –que Astiberri acaba de reeditar en nuestro país– o la serie de televisión “She-Ra y las princesas del poder” (Netflix, 18-20). Y a pesar de que sus anteriores publicaciones ya tocaban temas recurrentes en su obra, como son la supresión de los estereotipos de género o el descubrimiento sexual, “El fuego nunca se apaga” es sin duda su trabajo más personal hasta la fecha. Más que nada porque no se trata de un relato de ficción, sino que nos cuenta su vida en esta especie de autobiografía pictórica. Aquí Stevenson abre la puerta a su yo más privado y secreto, y aunque su propio acto sea muy valiente, nunca nos deja pasar del todo y ver qué hay realmente dentro, dejando la puerta medio entreabierta, medio entornada.

Sin duda, “El fuego nunca se apaga” es un hervidero de ideas en ebullición, un caleidoscopio de sentimientos y pensamientos que la autora intenta captar y plasmar con tal de dar forma a sus emociones y a sus procesos de maduración. Partiendo de dicha intención, la ilustradora usa la novela gráfica como vehículo para hablar de tres grandes temas como son los cánones de belleza y la adjudicación de la moda a una orientación sexual o identidad de género y el descubrimiento sexual, con el a veces duro camino de aceptación social y personal que conlleva. Pero, principalmente, el cómic gira en torno a la salud mental de Stevenson. Habla de su constante sensación de vacío, de sus dudas acerca de si es o no es bipolar, de la alienación que de algún modo la separa de las demás personas y, sobre todo, de la ansiedad que amenaza con quemarla por dentro y reducirla a cenizas, sin dejar rastro ni huella.

Todas estas son cuestiones muy importantes que, sin embargo, no acaban de profundizarse. La estructura de la historia es muy esquemática; sólo vemos retazos sueltos de la vida de la autora, a veces inconexos cronológica o temáticamente. Son momentos que ella nos enseña a conciencia para que sepamos cómo se siente o cómo le va la vida, pero que rozan la superficie de todo lo que le ocurre realmente en esos pedazos de tiempo a Noelle Stevenson. De cómo es ella o su familia, o de qué relación tiene con su pareja –de la que no sabemos ni el nombre ni la manera en cómo se conocieron, por ejemplo–. La historia se sitúa entre 2011 y 2018, pero hay años en los que sólo conocemos sus cambios estéticos y logros laborales, haciendo apenas hincapié en su personalidad o en su integración al mundo. Los dibujos, aunque minimalistas y secundarios en comparación al texto, sí son al más puro estilo de la ilustradora, lo que junto con sus fotografías hace que nos sintamos más cerca de Stevenson y de su camino para llegar a la persona que es ahora, aún en constante evolución. Aún llena de dudas y de dolor, de vacío y ansiedad, aunque también de esperanza y felicidad, porque la vida al final es eso: un fuego que hay que ir avivando, que quema o calienta, pero que no podemos apagar antes de tiempo.

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