First Love
Cine - Series / Takashi Miike

First Love

8 / 10
Albert Fernández — 13-03-2020
Empresa — Barton Films

¡Bienvenidos al enésimo circo dislocado de katanas, melancolías, astracanadas y pistolas de Takashi Miike! A los que conocéis a este veterano y estridente director japonés, habitual en festivales de cine como el de Sitges, no os hará falta ninguna introducción. El resto tenéis algo de faena, porque el tipo lleva más de un centenar de filmes estrenados desde principio de los noventa.

Todo es ironía y exceso en “First Love”, empezando por ese cándido título, que seguramente a la larga aparecerá en algunas búsquedas despistadas de cine romántico en Google. ¿Cómo describir en líneas simples su alambicada –aunque sencilla– trama de personajes solapados? Partamos de lo esencial y vayamos engrosando el nudo: chico conoce chica mientras un policía corrupto y un yakuza ambicioso roban un cargamento de droga y entran en conflicto con las tríadas chinas, mientras la amenaza de una enfermedad terminal y ciertas apariciones fantasmagóricas heredadas amedrentan su existencia. La del chico y la chica, digo. Leo es un joven boxeador, reservado y melancólico, que entra en barrena cuando le diagnostican un tumor cerebral. Tiene un aire a lo James Dean en “Rebelde sin causa”, o el Alain Delon de “Rocco y sus hermanos”. Yuri es una chica adicta forzada a prostituirse, encerrada por unos traficantes en un apartamento cochambroso. Ella tiene delirios en los que ve una figura opresiva aparecerse cubierta con una sábana, bajo la cual se adivina un hombre de mediana edad en calzoncillos. Antes y después de su encuentro, el delirio en crescendo de Miike hila con un ritmo endiablado una trama sencilla de traiciones criminales donde los personajes se van superponiendo y entrelazando, siempre a base de golpes, choques de coche y disparos cruzados. En este desfase histriónico entran en colisión yakuzas en decadencia, matones chinos, polis chungos y luchadoras semiinmortales, en una carrera de payasos psicóticos por las calles de Tokyo.

Más allá del nervio narrativo y esa violencia desatada e hiperbólica habitual en el director, o de guiños cómicos magistrales en secuencias como la del perrito a pilas atado a una fila de cerillas o el homenaje a la escena del coche de “Reservoir Dogs” con extra de farlopa y erotismo mordaz, el gran acierto de la película se encuentra en la composición de sus planos. Miike da una relevancia significativa a los encuadres, primando los planos generales de personajes enmarcados en su hábitat natural al inicio del filme, para agitarlo todo acercando la cámara a cada protagonista en las secuencias de acción y ese clímax en entornos desacostumbrados, como los grandes almacenes de una ferretería. Su ensalada de sangre y referencias hilarantes, más los estruendos del jazz-rock de Kôji Endô, convierten este noir díscolo en una pequeña maravilla del nuevo pulp oriental.

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