Bill y Ted salvando el universo
Cine - Series / Dean Parisot

Bill y Ted salvando el universo

6 / 10
Daniel Grandes — 05-05-2021
Empresa — Orion Pictures
Fotografía — Archivo

Puede parecer algo exagerado catalogar a la tercera entrega de esta gamberra saga ochentera como uno de los mejores ejercicios sobre la temporalidad cinematográfica que tendremos el placer de disfrutar este año, pero es que lejos estoy de estar hiperbolizando. Y es que 'Bill y Ted salvando el universo', tras toda esa desfachatada estética de algo apócrifa serie B, es sobre todo un interesante experimento sobre cómo los géneros no pueden escapar al paso del tiempo. Se construye aquí una reescritura necesaria del relato originario que lleva a esta entrega al terreno de lo crepuscular, de aquello que una vez fue y que ahora (quizás) ya no tiene sentido. Los juegos temporales no se despliegan en el tablero de la propia película, sino que configuran sus normas en lo extradiegético, en el hecho de que Keanu Reeves y ‎Alex Winter ya no son los inocentes adolescentes que una vez fueron y que, por lo tanto, sus aventuras ya no pueden ser las que eran.

Si las anteriores entregas redactaban su peculiar épica distópica alrededor del imaginario juvenil estadounidense (aprobar un examen de historia, conseguir formar una banda de rock, no acabar en una escuela militar…) en una especie de versión gringa de Kafka con problemas de adicción al Mountain Dew, la última entrega de este tríptico sobre la amistad incondicional adopta una vertiente mucho más madura que abraza la nostalgia mientras echa la vista atrás como si de una sesión de psicoanálisis se tratara y acepta que el tiempo, no necesariamente destruye, pero sí transforma. Bill y Ted son ahora parte de ese pasado que solían visitar, son conscientes de que en pleno 2021 tanto ellos como la película que protagonizan son un puro anacronismo, de la misma forma que el personaje de John Wayne lo era en “Centauros del desierto” (56). ¿Tendría sentido que esta obra existiera sin que ella misma se planteara si tiene sentido su existencia?

Que la película baje un par de revoluciones para encender el intermitente (cuando en las anteriores entregas este gesto hubiera sido sustituido por un volantazo instintivo) y tomar la salida de lo posmoderno le funciona porque se convierte a sí misma en un hiperactivo ensayo visual sobre lo generacional, en una odisea rock sobre el complejo de Peter Pan orquestrada por riffs de guitarra eléctrica sin guitarra eléctrica. Pero es cierto también que cuanta más autoconciencia adquiere la narración más se aleja esta de la inocencia spielbergiana de su primera parte y de la imprevisibilidad ontológica y genérica de la segunda (algo parecido a lo que ocurre en el corto de Vengamonjas dirigido por Carlos Vermut respecto al resto de sus videos). Esa esencia anárquica de la serie B, que menos normas parece conocer conforme menos presupuesto indica su página de IMDB, se esfuma en su gran mayoría al adoptar el cuerpo de superproducción hollywoodiana. Falta algo de despreocupación e incoherencia en esta demasiado calibrada elegía a la indiferencia teenager.

Pero que la presencia de la inmadurez sea cada vez más vaporosa no significa que estemos asistiendo al funeral de la irreverencia de la saga. Aquí poco hay que lamentar. La última entrega del dúo es probablemente la más estrictamente musical, siendo esta un festival de melancolía ochentera al ritmo de metal que no tiene miedo de señalar los rifirrafes que muchas veces pueden llegar a tener las viejas glorias del rock y la industria musical (sí, alguna pullita a la prensa musical sí que cae…). Tampoco nos podemos quejar de cameos, sobre todo si empezamos a pasar lista y apuntamos en 'Bill y Ted salvando el universo' la presencia de un Kid Cudi experto en física cuántica, un Dave Grohl compositor de himnos universales y el retorno del que es, en mi opinión, el mejor personaje de la saga. Porque al final esa es la razón de ser de la cinta, la de convertirse en ese regalo de Navidad que los fans de la saga ya dieron por extraviado, en ese Rosebud que todo Charles Foster Kane consideró ya enterrado entre la tormenta de nieve del pasado. Pero es que esa espera, esa forma de acumular más y más tiempo, debía ocurrir para que esto tuviera sentido. Para que esta oda a la eterna juventud pudiera entonarse tenía que esperar a que Reeves y ‎Winter abandonaran esa misma juventud a idolatrar. Porque siempre habrá “Bill And Ted”, aunque tengan otros nombres. Esta tercera película es una llamada a la calma, un relevo del testigo, un final pero no el final. “Hasta la Muerte ha envejecido”, puede llegar a pensar uno mientras sonríe al darse cuenta de lo bien que imita Brigette Lundy-Paine los gestos de Keanu Reeves.

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