No te preocupes, querida
Cine - Series / Olivia Wilde

No te preocupes, querida

6 / 10
Daniel Grandes — 28-09-2022
Empresa — Warner Bros
Fotografía — Cartel de la película

Debe haber más textos publicados sobre toda la polémica que tuvo lugar durante el pase de “No te preocupes, querida” en el festival de Venecia que sobre “No te preocupes, querida”. Tampoco señalaré desde una falsa superioridad a aquellos que se vean hipnotizados por un buen cotilleo, pues yo mismo fui de los que reprodujo más de una decena de veces un video de Twitter para resolver el misterio de si Harry Styles escupió o no a Chris Pine. Si no te has enterado de toda la historia que hay detrás de la nueva película de Olivia Wilde, te envidio y, al mismo tiempo, te invito a husmear un poco. Por mi parte, mi compromiso con este texto es dejar de lado cualquier tipo de sensacionalismo a partir de este primer párrafo, pues creo que lo ajeno a la propia película ha eclipsado una propuesta que –con sus más y sus menos– merecía más textos de los que un servidor se ha cruzado por ahí. Porque sí, como suele pasar en el festival de Venecia (amante del blanco y el negro, pero nunca del gris), la gente ha sido demasiado cruel con “No te preocupes, querida”.

Olivia Wilde deja de lado la comedia coming-of-age que tan bien había domado en “Súper empollonas” (“Booksmart”, 19) para adentrarse en un proyecto prácticamente antitético, un thriller distópico con muchísimas trazas de “La dimensión desconocida” (no parece casualidad que “Twilight Time” de The Platters forme parte de la banda sonora) que supone un paso más que firme hacia la reafirmación de su figura como directora. En su segundo largometraje, la cineasta construye un universo a medio camino entre la cinta de época y la ciencia ficción más que sólido, lleno de imágenes memorables articuladas desde una fotografía tan vivaz y luminosa como oscuro y retorcido es el trasfondo que esconden sus márgenes (tal y como ocurre con esos vecinos que “parecían una persona normal, siempre saludaban…”).

El mundo que Wilde diseña se siente vivo, lo cual es un mérito que no podemos asignar a todo thriller sci-fi contemporáneo (sí, “Vivarium” de Lorcan Finnegan, te miro a ti). Es más que cómodo para el espectador el equilibrio que “No te preocupes, querida” mantiene entre la búsqueda de una firma autoral que reivindica su presencia y la consciencia de que este universo se ha visto atravesado por muchas otras miradas. Tenemos algo de “El show de Truman” de Weir, tenemos algo de la “Suspiria” de Guadagnino, tenemos algo de “El bosque” de Shyamalan, tenemos algo de “Wandavision” de Shakman, tenemos algo (si nos ponemos algo gamers) del prólogo de “Fallout 4”... Wilde consigue enlazar todos estos imaginarios sin que se vean las costuras en su tapiz, haciendo que adentrarse en este parque temático del anticomunismo sea una experiencia reconfortante. A partir de la recopilación (quizás algo poco inspirada) de diversos hits de los años cincuenta, desde Skeeter Davies hasta The Chords, se refuerza esta sensación de estar hospedándonos en el Edén de los valores conservadores estadounidenses, mientras que se le deja a la potentísima banda sonora original de John Powell (algo inspirada en el trabajo Mica Levi en “Under The Skin”) la faena de señalarnos las máscaras, los disfraces y los decorados.

¿Pero qué ocurre fuera de lo puramente estético? ¿Qué ocurre fuera del Port Aventura de la era Eisenhower, más allá de este sueño americano de cartón piedra? Que, por desgracia, todo se desmorona. “No te preocupes, querida” se va desenmascarando conforme avanza su metraje como una película rica en la generación de imágenes atípicas pero pobre en la justificación y cohesión de las mismas. Demasiados giros de guión y capas narrativas no favorecen a un imaginario que parecía conformarse con desplegarse, con sorprender y generar dudas. A la segunda película de Wilde no le ha sentado bien estrenarse sólo un mes después de la tercera cinta de Jordan Peele. Las comparaciones son siempre odiosas, pero esta “Déjame salir” de familias blancas de clase media de los años cincuenta no sabe cómo abordar la entrada al tercer acto o, al menos, cómo hacerlo con la gracia con la que Peele la encaró. La resolución de lo distópico en “No te preocupes, querida” es tosca, rebuscada y precipitada y su final, sin duda, abrupto. Para Wilde lo importante era el camino, eso está claro. Pero para una historia en la que la pregunta “¿qué hay más allá?” atraviesa cada fotograma, el destino debe ser fundamental.

Lo nuevo de Wilde se confunde con facilidad entre ciencia ficción, fantástico, esquizofrenia y conspiración, orquestrando así un caos de set pieces del que es fácil sentirse rápidamente saturado. O, al menos, del que sería fácil sentirse fácilmente saturado si no fuera por la magistral y como siempre inspirada interpretación de Florence Pugh, que vuelve a reafirmar su posición como una de las actrices esenciales del cine de género de esta década. Y sí, quizás Harry Styles necesite un par de clases de interpretación más, pero tampoco hagamos mala sangre, que su interpretación como bailarín poseído por la masculinidad tóxica no es tan desastrosa como se nos había pintado. Porque me parece digno de mención lo sugerente de articular un discurso sobre el regreso de ciertas antiguas masculinidades a través de un artista que ha estado en el centro del debate público justamente por ser un icono de las nuevas (y por el supuesto queerbaiting, pero esto para otro día).

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