La Ruta
Cine - Series / Borja Soler, Carlos Marqués-Marcet Y Belén Funes


La Ruta

6 / 10
Fran González — 07-12-2022
Empresa — Atresmedia Televisión
Fotografía — Cartel de la serie

Si algo continúa siendo una constante en la ficción seriada es la nostalgia como factor predominante en su estética y su diégesis. Una fijación unánime con la idealización del pasado y sus irreversibles actos que ya salpicó con poco acierto nuestra parrilla en ‘Paraíso’ (Movistar+) y que ahora repite su estrategia, con menos fantasía y más adultez, en ‘La Ruta’, un viaje a las entrañas del bakalao y la génesis de la música maquinera, firmada a pachas entre Borja Soler (“Antidisturbios”), Carlos Marqués-Marcet (“Los Días que Vendrán”) y Belén Funes (“La Hija de un Ladrón”).

De esta trillada época, tanto sus géneros como su estética han sido repoblados en infinidad de ocasiones por la escena musical presente; tanto que, desgraciadamente, su ambientación provocará que nos localicemos en un escenario revivido hasta el hartazgo. No obstante, y para evitar que caigamos en el desinterés inmediato –y de paso, para huir de la caricatura más paródica-, los seis capítulos de “La Ruta” añaden el hándicap de hacernos creer que estamos a lomos de una revolución generacional que lo cambió todo, proyectando con poesía el valor comunal y musical al más puro estilo DIY que levantó sus cimientos, pero sin caer, inteligentemente, en la romantización de los aspectos que generaron su destrucción.

Así pues nos sumergimos en los acelerados bpms y en las salvajes sesiones de Marc Ribó (Àlex Monner), un célebre DJ de la noche valenciana con ínfulas de grandeza y cuyas inseguridades mayúsculas (acentuadas por sus adicciones) intentarán ser revertidas por su mánager, Sento (Ricardo Gómez), quien hará lo imposible por colocar a ambos en el estrellato más inmediato.

Si lidiar con un artista díscolo no fuera suficiente, nuestro protagonista –que rozará lo insoportable en incontables ocasiones- nos revelará un trasfondo más profundo que concuerde con su pertinente actitud de niño caprichoso y su constante auto-boicot profesional. A esta personal forma de aproximarnos a la humanidad de sus personajes, se sumará además el cuidado por una serie de referencias estéticas para fans con el ojo avizor, como esos posters de Neu!, Vibraciones Musicales. Siniestro Total o Vulpess, o citas reflexivas sobre Kraftwerk y la sensibilidad de la música electrónica. Detalles con encanto que aun siendo simples, consiguen amarrarnos a una trama que llega hasta donde llega.

En su propósito de narración recesiva (desde 1993 hacia atrás), la serie consigue cumplir con el reto auto-impuesto de superar el hecho de entregarnos todo en su primer capítulo, gracias a la colección de dramas familiares que quedan por desprecintar, gracietas a medias con Alan Wren de los Stone Roses como protagonista, o relaciones sentimentales que escuecen a ritmo del “Strange Kind of Love” de Peter Murphy o el “Dance With Me” de los Lords of the New Church. Aun así, no conseguiremos dejar de pensar que la idea transversal del todo se queda muy vacía y que se podría haber hecho mucho más con los recursos de los que se disponía.

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