First Cow
Cine - Series / Kelly Reichardt

First Cow

9 / 10
Daniel Grandes — 04-06-2021
Empresa — A24

“The bird a nest, the spider a web, man friendship”. Con esta cita al poeta William Blake empieza lo último de Kelly Reichardt, “First Cow”, a la vez que nos prefigura en tres simples versos las claves de todas las imágenes que estamos a punto de ver y, de rebote, nos desvela algunas pistas sobre aquellos relatos preexistentes que está a punto de desmontar. De hecho ni siquiera tendríamos que indagar en lo dictado si aquel que dicta ya nos introduce en un paralelismo que, sea casual o no, aplaude las virtudes de este neo-western posmoderno. Y es que ya Jim Jarmusch tomó prestada la figura de William Blake en “Dead Man”, otro destacable neo-western posmoderno, con el que “First Cow” presenta tantas diferencias como similitudes. Porque ambas obras buscan, por diferentes vías, poner en duda la arcaica concepción que este aparentemente muerto género ha tenido históricamente sobre la figura del héroe y, por ende, la arcaica concepción que la industria cinematográfica occidental ha tenido de lo que se supone que debe ser un hombre.

“First Cow” es la deconstrucción perfecta de este paradigma justamente porque no necesita referenciarlo para dinamitarlo. Para Reichardt caer en lo performativo, en lo paródico o en lo épico (siendo esta la vía que, sin ser peor o mejor, sigue Jarmusch) sería aceptar la dependencia que los relatos contemporáneos tienen de los clásicos incluso cuando se quieren señalar los pecados de estos primeros. Es tan reconfortante esta bofetada que la cineasta propina a la tóxica noción de la masculinidad que el western ha dibujado, en menor o mayor medida, a lo largo de su trayectoria como género que prácticamente nos la hace imperceptible. Es decir, “First Cow” es un western que trasciende su propia condición de western. Parecen desplegarse durante el metraje pequeños recordatorios del género que estamos sobrevolando, como esas puntuales melodías de cuerda que sustituyen en esta ocasión a Neil Young por William Tyler o esas migajas que parecen no haber sido aún recogidas de ese predecible banquete narrativo y estético que fue este argumento universal siempre protagonizado por la búsqueda del oro, las peleas viscerales y climáticas en tabernas o la ciudad como sinónimo del éxito.

Pero lo novedoso es cómo Reichardt encapsula esas pinceladas arquetípicas en un espacio sistemáticamente obviado por el western y reservado para sus epílogos, básicamente porque su ausencia es un requerimiento esencial para la existencia de esos tan venerados relatos: el hogar. La naturaleza errante de los héroes clásicos nos imposibilitaba contemplar sus momentos de intimidad y cotidianidad, aquello que tan lejanos parecían del prototipo de hombre modelo. La directora y guionista pronuncia aquí un antónimo, articulando su historia a partir de esa falta de épica que no parecía tener que interesarnos. Pero nos interesa. Y mucho. Nos interesa muchísimo esa visualización del tiempo libre, del día a día, de esas actividades mundanas como cocinar bollería, tomar té con leche o charlar sobre las últimas tendencias estilísticas en Londres que los propios personajes de Reichardt etiquetan como “de mujeres” al igual que el propio audiovisual lo ha estado haciendo indirectamente durante años. Porque ver a un protagonista de western barriendo una casa resulta, por desgracia, sorprendente, anacrónico y novedoso.

El ejercicio de “First Cow” consiste en resumidas cuentas en poner en primer plano lo que suele estar en segundo y en segundo lo que suele estar en el primero. Quedan en fuera de campo el antropocentrismo falocéntrico antiguamente predominante y se abre paso, volviendo al poema con el que tanto yo como Reichardt hemos abierto nuestros manifiestos, un costumbrista retrato de una historia (término que resuena más de un vez durante el metraje) que parece no haber existido por el siemple hecho de no haber sido contada anteriormente. Alejarse de esas individualistas epopeyas casi nietzscheanas que celebran el culto al uno permite mirar a nuestro alrededor y comprobar que todo relato es coral si tiene la voluntad de serlo.

El espacio mítico se convierte ahora en co-protagonista de una historia que reivindica la sencillez y pasividad con la que la naturaleza proclama su belleza. El paisaje no es el antagonista de la odisea humanista como ocurre en Herzog o Kurosawa, donde esta juega un papel místico, delirante e incluso lovecraftiano. La naturaleza se despliega en “First Cow” de una forma tan poco abusiva como absolutamente omnipresente, al igual que lo hace la precisa dirección de Reichardt, permitiendo estructurar sobre sí misma hiperbatones visuales con la sutileza de quien recoge setas en un bosque o hace un suave paneo de cámara. La naturaleza es, por lo tanto, como esa vaca que participa en la acción pero solamente observa esperando a que la historia se escriba como si no fuera consciente de que es ella quien en realidad la está escribiendo.

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