El niño de fuego
Cine - Series / Ignacio Acconcia

El niño de fuego

8 / 10
J. Picatoste Verdejo — 26-01-2021
Fotografía — Frame del documental

El 8 de septiembre de 2009 un accidente de carretera cambió la vida de Aleixo Paz, entonces un niño de tan solo nueve años que sufrió quemaduras en el noventa por ciento del cuerpo, el inicio de un via crucis de innumerables operaciones. El director debutante Ignacio Acconcia ha seguido a Paz durante periodos intermitentes de los últimos cinco años. “El niño de fuego” se centra en la mayoría de edad de Aleixo, cuando aquel niño que apenas ha tenido infancia cumple dieciocho años y es oficialmente un hombre, un adulto.

El documental (disponible ya en Movistar +), emotivo a la vez que respetuoso, no se interesa por los hechos del pasado. No hace ninguna reconstrucción factual, apenas da datos de qué sucedió exactamente ni por qué y mucho menos se preocupa en señalar responsables. Porque no es útil. Eso ya pasó. No se puede cambiar. Hay que mirar al futuro.

Tampoco se recrea en el proceso de reconstrucción tortuosa de un cuerpo dañado, marcado para siempre y que está condenado a mostrar sus heridas. Lo que importa a Acconcia es registrar la reconstrucción emocional del protagonista, un joven que encuentra refugio en las letras de las canciones de rap que escribe. Una de ellas, “El niño de fuego”, da título a la película, una expresión que podría parecer insolente e insensible, si el autor no fuera precisamente la víctima del incendio. Así, el rap es el estilo que mejor funciona para mostrar el estado interior de Alexo, describirnos a sus necesidades, etcétera. Directo, seco, preciso, desafiante.

A la desorientación propia de la edad adolescente, a las incógnitas sobre el futuro de quien estrena mayoría de edad e independencia legal –vemos a Alexo repartir currículums y recibir preparación para su primer trabajo–, se le suma el desencanto prematuro, la amargura acumulada, la rabia de a quien le cuesta alcanzar la paz que, en otra ironía del caprichoso lenguaje, su apellido proclama. Sin embargo, hay en el documental un mecanismo muy hábil que se desarrolla de manera natural, sin caer en el edulcoramiento ni el subrayado, que aligera la gravedad y aporta calidez: los rostros de los que le acompañan, víctimas colaterales de la tragedia, testigos callados de las consecuencias, apoyos en el presente y el futuro. El rostro es importante en el filme, sobre todo el del protagonista. Se nos presenta a oscuras y durante el metraje buscará la claridad, ese reconocimiento frontal que lo reafirme en el mundo.

Si 2020 ha sido considerado un buen año para el documental español, los augurios para el género en 2021 son óptimos con obras como “El niño de fuego”, honesto ejemplo de cómo tratar material sensible, sagaz y cauto en la forma y sin caer en planteamientos televisivos que perviertan el contenido.

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