Pinocho
Cine - Series / Robert Zemeckis

Pinocho

5 / 10
Daniel Grandes — 15-09-2022
Empresa — Walt Disney Pictures
Fotografía — Cartel de la película

Me da bastante pena que no me haya gustado este remake de Pinocho, no tanto por el apego que le pueda tener a la película original como por el que le puedo tener a Robert Zemeckis. Por eso mismo, por el respeto que le tengo al hombre que convirtió un DeLorean en máquina del tiempo y le dió a la cabeza de Meryl Streep una vuelta de ciento ochenta grados, prefiero empezar por lo bueno que podríamos rescatar de esta traducción al live action. El “Pinocho” de Zemeckis es, ante todo, fiel a los diseños originales de la versión de Sharpsteen y Luske. A través de un excelente diseño de producción, el último remake de Disney se convierte en un carísimo ejercicio de modelaje, en una maqueta digital a escala real de los escenarios animados en 1940 (¡hace ochenta años!). Puede ser interesante acercarse a la relectura de Zemeckis desde una mirada nostálgica, siempre y cuando estemos dispuestos a aceptar algunas licencias –algo posmodernas– que se ha tomado el director. Sí, esa escena de los relojes de cuco basados en personajes de Disney me hizo gracia, qué le voy a hacer…

Pero que el cineasta haya decidido sustituir a las horripilantes y tétricas figuritas de la obra original ejemplifica bien uno de los principales problemas del remake. Zemeckis prefiere que su “Pinocho” sea una comedia de aventuras en vez de un cuento de terror. Cualquier elemento de género de la versión animada se barre debajo de la alfombra, quizás creyendo (y con cierta razón) que la metamorfosis de un niño en burro –digna de body horror– podría ser demasiado si la trasladaramos a la acción real. Porque sí, el remake es fiel a la original, pero no del todo. Porque no, en esta reescritura no veremos al niño de madera fumando un puro y bebiendo cerveza mientras juega al billar. ¿Tiene esto algo de malo? No lo creo. Al fin y al cabo Zemeckis se esfuerza por sustituir la naturaleza más adulta de la Disney primeriza con otros elementos. De lo que no estoy seguro es que estos nuevos elementos acaben de cuajar realmente.

Este live action añade más números musicales, pero estos resultan poco carismáticos o trascendentes. De hecho, sorprende que la banda sonora de Alan Silvestri (habitual de Zemeckis) tenga tan poca presencia en la película, convirtiéndose en un acompañamiento prácticamente imperceptible para la odisea de la marioneta. Los acercamientos del cineasta a un uso del CGI más hiperbólico y carnavalesco, al estilo Baz Luhrmann, en la escena del parque de atracciones funcionan, pero no compensan un apartado visual que durante el resto del metraje se sirve totalmente descafeinado (he de confirmar con pena que el reparto no ayuda demasiado a la hora de añadir carisma a este universo). Y es que no dudo de las buenas intenciones de Zemeckis a la hora de repensar “Pinocho”. Basta con echar un vistazo a la forma en la que el director reimagina a la ballena de la versión animada como una especie de animal mutante, cercana incluso a la iconografía lovecraftiana. Pero es que al final los buenos momentos del remake son simplemente destellos de lo que pudo haber sido una versión mucho más desatada del cuento (autoralmente hablando).

¿Cuál es el objetivo de esta película de imagen real? Supongo que el de acercar a las nuevas audiencias una historia que, al igual que pasa con muchas de las primeras historias de Disney, pueden haber quedado obsoletas en algunos sentidos. No quiero que nadie piense que voy a ponerme carca y a tildar de “generación de cristal” (qué horror de término) a las nuevas audiencias. Ni mucho menos. Entiendo perfectamente a quien no le quiera poner a su hijo la “Pinocho” original. Me gusta que exista esta versión. Pero no puedo negar que me gustaría que actualizar los clásicos y hacerlo desde una mirada autoral inspirada y fresca pudieran ser dos acciones que no se excluyeran mutuamente. ¿Acaso no puede la nostalgia ser novedosa?

 

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