Las siete vidas de El Templo del Gato
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Las siete vidas de El Templo del Gato

Nacho Serrano — 16-11-2016
Fotografía — Archivo

Su responsable confirma el cierre definitivo, aunque miembros de su equipo harán un último intento de convencerle para luchar por la reapertura.


Hay grandes historias que acaban sin fulgor, sin grandes despedidas, o como en este caso, con una miserable hoja de papel que dice “apaguen la música o precintamos el local en 48 horas”. Una notificación del Ayuntamiento de Madrid marcó el pasado 31 de octubre el final del Templo del Gato, al comunicar la desestimación de su recurso para recuperar el permiso para poner música a sus parroquianos. La herida ya sangraba desde el año 2000, cuando se le prohibió a la sala acoger conciertos, y al parecer ahora ya no hay forma de frenar la hemorragia, pues las quejas de un vecino (al que también hay que entender, el descanso es sagrado) han motivado inspecciones que han herido mortalmente al Templo. También ha podido influir mucho el ruido que hace la clientela en la calle cuando sale a fumar (y por supuesto, los intocables lateros), pero es la música de dentro la que ha dado pábulo a la acción del ayuntamiento. La normativa de 2011 aprobada por Ana Botella exige una insonorización del 75 por ciento y la sala sólo llega al 68, lo cual requeriría una obra de acondicionamiento que costaría alrededor de unos inasumibles 40.000 euros. “En realidad no es por el dinero”, dice Arturo Cobas, su responsable desde hace un cuarto de siglo, un hombre mayor que además sufre de ceguera, al que apenas le quedan fuerzas para seguir batiéndose el cobre por su querido santuario. “Es una decisión personal mía. Después de 32 años al frente he visto que ha llegado el momento de retirarme. La obra de insonorización ha sido la puntilla. Para qué voy a invertir en un local que no es mío, si yo no voy a seguir… Con 70 años es un buen momento para dejarlo”.

Por su escenario han pasado The Offspring, Supersuckers, NOFX, The Meanies o Los Ronaldos, en su pista ha bailado Javier Bardem, Poly Díaz y hasta Erwin Flores de Los Saicos, en sus billares ha jugado Álex de la Iglesia (uno de los muchos directores que han rodado en sus muy cinematográficas paredes), y fueron miles los que al entrar fliparon al encontrarse una pitón enjaulada como maestra de ceremonias. Se quedó sin verla, sin embargo, un tal Iggy Pop. “Sí, él estaba en España porque estaba rodando una película, y vino a tomarse algo. Pero eran las cuatro y cuarto de la mañana y acabábamos de cerrar. Los encargados del acceso subieron corriendo y me dijeron: 'no te vas a creer quién está en la puerta, ¡es Iggy Pop!'. La tentación hubiera sido abrirle el Templo para él sólo, hubiera sido increíble verle tomando una copa mientras jugaba al billar, pero hubiéramos quedado muy mal porque había mucha gente viendo la escena en la puerta y hubiera cantado, así que le tuvimos que decir que sintiéndolo mucho, estábamos cerrados y no podía pasar”.

gatocuerpo

La cosa pinta mal, muy mal, pero amigos y miembros del equipo de la sala harán, no obstante, un último intento para encontrar una forma de reunir el dinero (o al menos buena parte de él) necesario para afrontar la obra. Será en una reunión que se producirá el próximo fin de semana, en la que se plantearán todas las posibles soluciones, porque no hay solución única que valga para llegar hasta 40.000 euros. Organizar un concierto benéfico (en otra sala, obviamente), fabricar y vender merchandising del Templo, crear una plataforma de crowfunding, buscar un patrocinio potente o algún tipo de mecenazgo… se necesitarían varias vías complementarias para alcanzar una suma tan alta. Se ve muy complicado, pero nunca se sabe. Quizá en estos días se ilumine una bombilla que dé con la idea para salvar al Templo del Gato. “¿Qué la clientela escuche la música con cascos? Pues mira, en Los Ángeles estuve en un local bastante chulo que funcionaba así, pero es que volvemos a olvidarnos de un hecho fundamental: yo no quiero seguir. No tengo edad para esto, y no quiero prolongarlo”, dice Cobas.

El último deseo de Arturo como responsable de El Templo del Gato es que aparezca alguien que sea capaz de mantener su espíritu. “No quiero que mantengan el nombre, porque el Templo acaba conmigo. Pero si a alguien le interesa hacer la obra y quiere que siga siendo un bar musical, lo tendrá fácil porque yo no voy a tirar nada. Las cabinas, las barras, los espejos, todo se quedará como está. Y si quieren ponerle un nuevo nombre que nos haga un guiño, con algo gatuno, estaré encantado”.

A pesar de todo, su círculo intentará convencerle para que libre una última batalla por la reapertura. Pero será como David contra Goliat. “La decisión está tomada, y no está tomada a la ligera porque El Templo del Gato ha sido mi vida. Me emociona hablar de todo esto, porque han sido muchos años de muchos sentimientos. Día a día el Templo era muy importante para mí, pero ahora tengo que adaptarme a mi nueva realidad. Quizá me vaya a Asturias, a estar más tranquilo, sin la responsabilidad del control de un negocio”. Haga lo que haga, Arturo comenzará una nueva etapa con el orgullo de haber cerrado otra que ha sido absolutamente maravillosa. Gracias por todo.

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