Especial Godflesh: La máquina imparable
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Especial Godflesh: La máquina imparable

Marcos Gendre — 03-06-2023
Fotografía — Archivo

Con su nuevo álbum a punto de salir a la calle, hoy toca adentrarnos en la esencia de Justin Broadrick, líder de Godflesh; sin duda una de las formaciones más indispensables a la hora de entender los poderes albergados por la intensidad post-metal, los cuales en manos de Godflesh nos transportan hasta las entrañas de un creador en estado permanente de metamorfosis.

Justin Broadrick, el hombre de las mil caras

Hablar de Godflesh es hacerlo inevitablemente de Justin Broadrick, el hombre de las mil caras. Uno cuya carrera tomó velocidad de crucero a mitad de los años ochenta, cuando aún era un adolescente, y ya formaba parte de los seminales Napalm Death; sin duda, una de las formaciones clave para tener todas las claves referentes a la evolución del metal extremo. A partir de dicho quilómetro cero, Broadrick ha participado en más de veinte proyectos diferentes, de los cuales, en la mayoría siempre ha sido el jefe de operaciones. Su inquietud por plasmar las múltiples personalidades musicales que anidan en su interior le llevaron de los patrones ambient tejidos en Pale Sketcher a su alianza con Kevin Martin (The Bug) en la conformación de Techno Animal, seguramente, la definición más extrema de lo que se entiende como metodología illbient. Entre medias, ha tenido tiempo de adentrarse en la materia noise industrial, con Final, o de jugar con la esencia postpunk en Gravamachine, por dar un par de ejemplos entre sus diferentes facetas de pluriempleado.

El porqué de esta necesidad obsesiva por la transmutación la explicó en 2020 a Popmatters de la siguiente manera: “Mucha gente me preguntará: ‘¿Por qué tantos proyectos?" Y la respuesta es que constantemente necesito escapar. En última instancia, estoy escapando de mí mismo. Esto es tan personal y revelador para mí que, cuando hago un álbum, es tan agotador y he estado tan completamente inmerso en él que llego al punto de la obsesión, por lo que necesito pasar a otra cosa. Claramente, la ambigüedad es una parte masiva de mi música. No deseo ultra-literalizar a lo que estoy tratando de llegar, porque en realidad no lo sé. Realmente no sé a qué estoy tratando de llegar. Una vez que termino con algo, siempre me surgen más preguntas y apenas tengo respuestas. Creo que esa es la condición humana: buscamos y buscamos y buscamos y buscamos, y morimos. [Risas.] Cuestionamos y cuestionamos, y nada se revela realmente, de todos modos. Al menos, eso es lo que yo creo”.

Semejante crisol de canalizaciones musicales proviene de un vasto y multicolor imaginario referencial, que va de los riffs pedregosos que Toni Iommi inmoratlizó en Black Sabbath a las bases funk bélicosas adoptadas por el grupo de producción Bomb Squad para la estructuración de los primeros discos de Public Enemy. Quizás estas dos formas de comportamiento sean las más reconocibles dentro de su pauta de acción, aunque hay muchas más variables, como las correspondientes al poderoso influjo que han ejercido en él los discos ambient que Brian Eno grabó entre los años setenta y los primeros ochenta. Otro punto cardinal para entender la idiosincrasia de Broadrick proviene de Red House Painters, de quienes su deriva slowcore ha marcado tanto el ADN de su metamorfosis shoegaze al frente de Jesu que ha llegado a grabar dos de los LPs más infravalorados de la década pasada con su líder, Mark Kozelek, al frente de Jesu.

Frío en la carne de Dios

Dentro del mapa de sonoridades que ondean en su cerebelo, la desplegada por Big Black fue clave para dar forma a Godflesh, su proyecto más reconocido, exitoso y longevo, con el cual este año nos va a regalar el noveno LP en estudio de su carrera como timonel de esta nave, compartida con G.C. Green, su compañero de aventuras en la senda post metal y también en otros proyectos como Final. Junto a él arrancó a finales de los ochenta con Godflesh, cuyo impulso y rasgos iniciales tuvieron mucho que ver con Unsane, grupo neoyorquino que también partió de la ortodoxia mecánica impuesta por Big Black, incorporando la idea de la caja de ritmos como sustitutivo del baterista humano. La canalización mecanizada y fría proveniente de dicho impulso esquelético y espectral fue la seña de identidad más poderosa de entre todas las que conformaron los demoledores trabajos con los que Godflesh fue añadiendo matices en sus primeros años de vida. En los mismos, dejaron para la posteridad álbumes de impacto intimidante como “Streetcleaner” (1989) y “Pure” (1992), en los que también queda establecido un paralelismo en su pauta de acción con Young Gods y Celtic Frost, las dos formaciones, suizas, más originales e inquietas surgidas del vivero post metal en la segunda mitad de los ochenta.

Un corte como “Dream Long Dead”, perteneciente a su primer LP es un ejemplo de la brutal influencia que tuvieron Young Gods en todos los grupos asociados al metal industrial de su generación.

En cuanto al eco subyacente de Big Black en (casi) todo los que hizo Godflesh en sus comienzos, no hay ejemplo más clarificador que la rabiosa intensidad industrial condensada en “Streetcleaner”, el tema homónimo de su primer LP, y en el empuje asesino que nutre cada inflexión de “Suction”.

Mística y resurrección 

Cuando hablamos de post-metal actual, seguramente no haya formaciones más interesantes que Godflesh y Neurosis. Prueba de ello ha sido la evolución del grupo comandado por Broadrick, que enPost-Self” (2017) llega a recordarnos por momentos a las miasmas de electricidad orgánica invocadas por My Bloody Valentine en Loveless (1991); sin duda, uno de los pilares que sustentan la relevancia de este clásico contemporáneo, fruto de la intención conceptual que Broadrick articuló en torno a la evasión de la sobreinformación que nos intoxica diariamente. “En Post Self, Tenía muchas ganas de que el álbum se percibiera como algo que contiene elementos místicos”, llegó a reconocer Broadrick para Decibel Magazine, en 2018. "Ahora, todo está tan jodidamente saturado de sobre información... Este disco le dio a los oyentes la oportunidad de formarse su propia opinión sobre lo que estás tratando de lograr, que era algo que me encantaba de los discos de finales de los ochenta, en particular de los álbumes postpunk. Al no tener contexto, llegas al mensaje completamente limpios de influencia externa. Todo está tan sobrecargado en estos días. Solo quería hacer el polo opuesto y envolverlo en misterio”.

Pruebas discográficas como “Post-Self” o su reciente maravilla al frente de Jesu son pruebas indiscutibles de lo infalible que es este tipo, incapaz de dar un paso en falso.

A lo largo de cuatro décadas y decenas de discos, Broadrick ha hilado una telaraña en crecimiento continuo de la que la vía abierta con Godflesh proporciona sentido aglutinador, como si se tratara del rostro final generado surgido del cruzado estilístico proveniente de sus diferentes manifestaciones musicales. Todo un caudal de sensaciones, incluso contrastadas, con las que vuelve seis años después de “Post-Self” a recordarnos por qué, en esta nueva realidad de algoritmos y micro modas, figuras ajenas a los dictados del contexto como el hombre de las mil caras son más indispensables que nunca.

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