Teorema de genética
Entrevistas / The Magic Numbers

Teorema de genética

Mónica Plaza — 05-04-2006
Fotografía — Archivo

The Magic Numbers viven consagrados a una dilatada gira, que ha prolongado el éxito de su disco de debut, “The Magic Numbers” (Heavenly/EMI, 2005). Por encima de sus propias expectativas, el cuarteto británico camina con decisión hacia su próximo trabajo, paladeando la resaca de alabanzas que dan la vuelta al mundo. De Los Ángeles a Shibuya, cunde su optimismo a ritmo de estribillo.

Rozando el fin de semana, The Magic Numbers aterrizan en Madrid procedentes de Milán. Pasaporte en ristre, desde la publicación de “The Magic Numbers,” su agenda está completa de invierno a otoño. Acostumbrados a estrechar manos y al auxilio de traductores improvisados, afrontan la promoción como un aperitivo necesario. “A veces es genial, como cuando te hacen buenas preguntas que te obligan a recordar los inicios. Es agradable acordarse de todo lo que ha ocurrido a lo largo de este tiempo”, apunta Michelle Stodart, bajista y vocalista de la banda. Ella y Sean Gannon, batería, apuraron con Mondosonoro las horas de la jornada para repasar su álbum de fotos y atreverse a escribir pronósticos.

"Dedicarse a la música no tiene por qué cambiar la manera de vestir o de comportarse"

Ahora que su disco parece más pasado que presente, la pregunta es si el ritual de conciertos permite concentrarse en el porvenir. “Tenemos bastantes canciones para el segundo disco. Sólo es cuestión de sacar tiempo para grabarlo. Llevamos una temporada tocando algunos de los temas nuevos en directo, para ver la reacción del público”. La experiencia de estos meses al volante ha significado para The Magic Numbers un reencuentro con lo que son y una tentación para su ilimitada modestia. “Es genial cuando vamos a sitios como Japón o Australia y encontramos a gente que canta nuestros temas. Ahí te da por pensar que jamás habrías creído que alguien pudiera comprar tu disco en un sitio tan remoto si no lo hubieras visto con tus propios ojos”. Incrédulos con respecto a su fama, Michelle y Sean no dudan en frivolizar sobre su negocio, consagrado según con quiénes a desplantes y excesos. “Estamos en un grupo, no rodando un anuncio de televisión. No se puede ser cool todo el día; tampoco se debe. Uno es como parece, y nosotros somos cuatro personas que tocamos juntas en un grupo porque nos encanta este trabajo y porque creemos en él”, señala Michelle, tajante en esta respuesta por encima de cualquier otra. “Dedicarse a la música no tiene por qué cambiar la manera de vestir o de comportarse”, remata Sean, cuya estética excusa en una pereza casi adolescente. A pesar de haber compartido escenario con iconos como Travis y de de la precocidad para digerir el vértigo de un triunfo no premeditado, The Magic Numbers observan su destino como un regalo de la fortuna. “Cuando empecé a tocar con Romeo, soñaba con tener éxito; ése es el sueño de cualquiera a los dieciséis años. ¿A cuánta gente se le hacen realidad sus sueños, aunque sólo sea uno?”, explica Sean, cáustico, mientras termina una cerveza. “Es algo muy especial que debemos saborear cada minuto, aunque estemos cansados o eventualmente nos parezca que es duro, porque cualquiera mataría por estar en nuestro lugar”, concluye Michelle. La normalidad de su historia y la preferencia por territorios humildes convirtió en difícil producir su imagen más allá de su música. El hecho de que dos parejas de hermanos hallaran la fórmula y el equilibrio despertó la curiosidad de muchos. Su relación, sobre todo tranquila, les proporciona una estabilidad que ni el matrimonio mejor avenido podría imitar. “Conozco a Michelle y a Romeo desde hace años; desde que llegaron a Londres. He estado tocando en el mismo grupo durante diecinueve años, con gente que iba y venía, y tocar así, tan en familia, es complicado de digerir al principio, pero hay que reconocer que, musicalmente, funciona”. Así de rápido dibuja Sean su secreto, al que añade una dosis de nostalgia para reivindicar la compañía de parientes y amigos durante las épocas de gira. Mientras, Michelle reconoce a la aventura un punto de surrealismo: “Es un poco extraño, porque haces sesiones fotográficas, entrevistas de televisión, conciertos o presentaciones con tu hermano y otros dos amigos que también son hermanos, pero, a la vez, es estupendo tener la oportunidad de estar junto a personas que conoces bien y a las que quieres”. A punto de poner rumbo a EE.UU, la preparación de su siguiente trabajo sobrevuela continuamente la conversación. Aun cuando la mayoría de sus canciones aún no tienen título y el propio álbum sólo es –al menos de momento–«The Second Record», sí saben que volverá a producirlo Romeo. “No es factible que alguien ajeno de repente se meta de lleno en un disco que tu conoces desde dentro. Si no nos conoce a nosotros, ¿cómo va a saber algo de nuestras canciones?”.

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